Procusto era un personaje de la mitología griega que ofrecía posada a los viajeros, a quienes obligaba a acostarse en una cama de hierro, donde, si eran más largos que la cama, les cortaba la parte sobrante de las piernas, y si eran más pequeños, los estiraba, descoyuntándolos, hasta que calzaran con el espeluznante catre.
Esta leyenda, con sus varias versiones en las que cambian algunos detalles, es una formidable expresión de la mentalidad idiota; palabra que viene del griego idios, que significa lo propio, es decir, idiota es todo aquel que ve sólo lo propio y nada más. El idiota desecha todo lo que no encaja con su miope visión. No sólo es una visión pobre, sino ridícula, porque pretende ser la medida de todas las cosas.
Con gran desazón constato cómo nuestra sociedad chilena se encuentra infectada con este síndrome. Situación que me afecta tanto en el ámbito personal como social. En lo personal, porque he dedicado mi vida a la enseñanza -principalmente en la universidad- y si hay algo de lo que me precio es de considerarme un académico. Esto significa para mí haber incorporado un pensamiento analítico o crítico para aplicarlo a las vicisitudes de la vida cotidiana; en otras palabras, que para mí los argumentos son fundamentales. Si he defendido una tesis durante años y viene alguien con argumentos mejores que prueba lo contrario a lo que yo pensaba, no me queda más que reconocer el error y cambiar.
En lo social, la actitud recién descrita me parece prácticamente ausente: como modernos Procustos (o idiotas) cada cual está encastillado en sus propias creencias, aprisionado por ellas y, para peor, juzgando a los demás a partir de ellas. No hay ni que decir que no están sujetas ni a verificación empírica ni a criterios de razonabilidad. Es decir, los argumentos no importan, sino que somos marionetas de nuestras percepciones. Esto lleva al escalamiento de la intolerancia y la descalificación, lo que desemboca en crispación social y violencia.
Creemos ilusamente que conocemos la realidad tal cual es, cuando en realidad lo que percibimos es nuestra interpretación de ella. Conocimiento e interpretación se dan en un solo acto. Y la interpretación depende de factores culturales, biológicos e incluso biográficos, porque de una determinada realidad me va a llamar más la atención aquello que se conecte con alguna experiencia significativa. No conozco toda la realidad, sino lo que alcanzo a ver desde el punto donde estoy ubicado, por eso es necesaria la participación de los demás para lograr una imagen más completa de la realidad. Esto nos ayuda a verificar y corregir las interpretaciones individuales.
Que todo sea interpretación no significa que cualquier interpretación da lo mismo, porque hay algunas que se acercan más a la realidad y otras se alejan bastante.
El síndrome de Procusto es el reino de la subjetividad individual. En cada Procusto hay un fundamentalista, inmune a argumentos y razones. Es la antítesis del diálogo.
Una comunidad de cualquier tipo se construye a base de la escucha, de ponerse en el lugar del otro, para ver la realidad desde su posición... y capaz que nos encontremos con la sorpresa de que tenía razón en lo que nos estaba diciendo.
Además, que uno tenga razón no significa necesariamente que el otro esté equivocado, sino que cada uno ve lo que puede ver desde el sitio donde se encuentra. El encuentro de múltiples visiones, que han sido verificadas previamente para corroborar que no son espejismos, en un ambiente de buena voluntad, de amistad social o cívica, es lo único que nos puede ayudar a superar las fracturas de nuestra sociedad. No es necesario que estemos de acuerdo en todo, pero sí es fundamental empezar por ponernos en los zapatos del otro. Ampliar nuestra mirada, descentrarnos, nos enriquece y nos ayuda en la ardua y necesaria tarea de la convivencia humana.
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