Fútbol y democracia en el Chile que queremos

En el Chile de hoy se están viviendo hechos cotidianos y significativos que reflejan una preocupante tendencia hacia la construcción de un estado policial. Este fenómeno pone en peligro la democracia al criminalizar a las personas y sus organizaciones, tratando injustamente a actividades masivas como potenciales amenazas al Estado. Un ejemplo representativo de esta situación es lo sucedido en Valparaíso, donde se han negado permisos para realizar partidos de fútbol bajo pretextos de seguridad, generando en las personas una mezcla de pena, rabia y frustración.

Lo ocurrido con estos partidos de fútbol es una muestra clara de esta problemática. Por ejemplo, la tradicional Noche Verde, partido amistoso entre Santiago Wanderers de Valparaíso y Colo Colo, fue suspendida debido a tres informes policiales negativos, a pesar de que solo asistirían hinchas de Wanderers. Otros encuentros también fueron cancelados: La Supercopa en Coquimbo entre Colo Colo y Universidad de Chile (con solo 6.000 hinchas en el estadio, quienes además debían residir en la Región de Coquimbo), el partido entre Santiago Wanderers y Unión San Felipe en Quillota, y el partido entre Recoleta y Universidad de Chile en La Calera.

A estos ejemplos se suma otro más allá del futbol: La prohibición de realizar asados en el tradicional "Derby Day", un evento que forma parte de la identidad cultural de las personas y que, al ser restringido por la delegación, genera una mayor sensación de represión hacia las expresiones populares. Detrás de estas decisiones, más allá de las explicaciones formales que buscan justificar las suspensiones, subyace una profunda desconfianza por parte de las autoridades, teóricamente progresistas, hacia las personas y su capacidad de participar en actividades masivas de forma ordenada. Este enfoque criminaliza injustamente a los hinchas de la hermosa actividad llamada fútbol, pretendiendo convertir a hinchas de equipos como Santiago Wanderers, Colo Colo y Universidad de Chile, en supuestos delincuentes.

En aspectos cotidianos de la vida, como la asistencia a un partido de fútbol, se juega efectivamente la libertad. Iniciar el año 2025 con estas medidas llenas de desconfianza y temor a grupos más o menos organizados genera inquietud, especialmente en un contexto de grandes decisiones políticas, a la espera de ver qué proyecto de sociedad triunfa las elecciones presidenciales, y como ese proyecto se expresará en las decisiones parlamentarias. Ya sabemos que de poco sirve una victoria presidencial sin una mayoría parlamentaria.

Los delegados presidenciales, representantes del Presidente de la República en regiones y provincias, deben desarrollar la capacidad de ser consecuentes con lo que dicen creer y actuar con coherencia frente a las expresiones de la cultura popular. Es preocupante que, bajo una administración de izquierda se perpetúen estas formas de represión y satanización de actividades culturales como el fútbol. ¿Cómo es posible aspirar a una sociedad que supere todas las formas de explotación, injusticia y discriminación entre las personas, los pueblos y las comunidades, cuando en lo más cotidiano, no se confía en las personas?

Prohibir partidos de fútbol de manera regular y sistemática es un reflejo de este problema estructural. Tenemos la exigencia de realizar transformaciones institucionales, jurídicas y políticas que impacten profundamente en la realidad económica y social, que prioricen la formación y el respeto, en lugar de la represión; y esto se logra construyendo nuevas formas de relaciones humanas, centradas en las personas y en su desarrollo integral y colectivo, sin distinciones de ningún tipo y en pos del respeto y confianza en los hombres y mujeres de nuestra patria.

Una sociedad nueva convierte la actividad deportiva en verdadero derecho del pueblo. El deporte como expresión cultural no puede estar mediatizado por intereses comerciales. Su promoción y fortalecimiento deben ser una prioridad del Estado, junto con iniciativas que fomenten la educación, la cultura y el desarrollo integral de las personas.

Así, el Estado debe colocar a las personas y a las comunidades en el centro de las políticas del Estado, dotando al país de museos, bibliotecas, casas de cultura, grupos de teatro, danza, murgas, orquestas, fotografía, cine, ciencia, entre otros. Una sociedad así, basada en la igualdad y la fraternidad, será capaz de generar empleos dignos, abrir posibilidades de superación personal y familiar, y estimular el desarrollo de capacidades, siempre respetando la diversidad y la riqueza cultural.

Cualesquiera sean las condiciones, el Estado tiene la obligación de preservar la justicia y la solidaridad social, incluso en las circunstancias más adversas. Esto incluye proteger los derechos sociales y culturales de cada habitante de Chile, promoviendo una nueva cultura basada en valores como la confianza, la igualdad y la fraternidad.

En esta disputa cultural e ideológica, es esencial desarrollar un pensamiento crítico y contar con medios de comunicación que enfrenten la manipulación y las mentiras de sectores concentrados del poder mediático. Una verdadera política de izquierda que permita enfrentar la maquinaria cultural que bombardea a la sociedad con su ideología, vertiendo miles de mensajes y símbolos manipulados, con mentiras y confusión hacía el pueblo y la opinión pública. Se debe entrar en la batalla de las ideas: no podemos permitir que se perpetúe la visión de que los hinchas del fútbol son delincuentes.

Por ello debemos proponer una sociedad basada en la igualdad, el bienestar y la justicia para todas las personas. Superar la idea de que "el hombre es el lobo del hombre" y construir una patria donde seamos aliados en la búsqueda de un bienestar colectivo. Se trata de emprender una obra colectiva, profundamente humanista, en pos de construir un Chile donde las actividades culturales y deportivas no sean criminalizadas, y donde valores como la democracia, la confianza y la justicia prevalezcan. Que ir al estadio de Playa Ancha a alentar a nuestro querido Santiago Wanderers no sea visto como un acto de riesgo, sino como una expresión legítima de cultura popular.

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