En lógica, una falacia es un tipo de argumento que aparenta ser válido pero que en realidad no lo es. Esta característica les confiere gran relevancia en el discurso argumentativo, ya que resalta la importancia del desarrollo del pensamiento crítico tanto en la construcción y comprensión de una premisa, como en el reconocimiento de estos razonamientos cuando son fraudulentos.
En un sentido similar, los espantapájaros cumplen una función análoga a las falacias, por cuanto estos muñecos que se colocan en los campos para alejar a las aves, crean la ilusión de que se trata de una persona. Sin embargo, al acercarnos, se hace evidente que se trata de un maniquí vestido con harapos.
Uniendo estas dos ideas, la educación emocional introduce el concepto de la "falacia del espantapájaros", que describe un error de razonamiento en el que alguien tergiversa el argumento de su oponente de manera deliberada, con el fin de simplificarlo y hacerlo más fácil de refutar. En otras palabras, en lugar de abordar el argumento real de la otra persona, se ataca una versión distorsionada o "espantapájaros" de ese argumento, la cual es más débil y susceptible de ser refutada. Este enfoque es engañoso y éticamente cuestionable, y es algo que a menudo se observa en el ámbito político, donde se vuelve especialmente evidente.
Para ilustrar esto de manera más clara, supongamos que alguien defiende la implementación de regulaciones más estrictas para la protección del medio ambiente. En lugar de abordar este argumento de manera justa, alguien utiliza la falacia del espantapájaros y declara: "¡Esta persona quiere cerrar todas las fábricas y dejar a la gente sin empleo!". En este ejemplo, la persona que recurre a la falacia del espantapájaros para distorsionar el argumento original, creando una versión exagerada que resulta fácil de refutar. Esto evita abordar el argumento real, que es la necesidad de regulaciones ambientales más rigurosas.
Cuando se recurre a esta táctica, se desvía la atención del tema real y se ataca una versión distorsionada del argumento. Esto no solo tiene un efecto negativo en nuestro marco de creencias, sino que también influye en el estado emocional de la otra persona, lo que puede dar lugar a situaciones que generan confusión, enojo, malentendidos y discusiones.
En este sentido, a pesar de las personas que intentan socavar nuestra labor mediante la falacia del espantapájaros debemos recordar que la educación emocional es esencial. No es un capricho pasajero, sino un pilar fundamental en el desarrollo humano. Es imperativo que como sociedad reconozcamos esta táctica y la abordemos de manera crítica, centrándonos en la verdadera importancia de la educación emocional y su capacidad para beneficiar a individuos y a la sociedad en su conjunto.
En el mundo de la educación emocional, me he encontrado repetidamente con la falacia del espantapájaros. Es por eso que como Fundación Liderazgo desarrollamos una sólida metodología de siete pasos de colaboración, y desde ese día hemos trabajado incansablemente con muchos otros para aplicarla en las escuelas de Chile y Latinoamérica, impactando directamente en la vida de más de 100 mil personas. Observar el progreso y los efectos de este trabajo se ha convertido en una fuente inagotable de satisfacción personal.
La falacia del espantapájaros es una sombra que se cierne sobre nuestro trabajo, por lo que debemos perseverar en nuestra misión de hacer de la educación emocional una causa digna. Nuestra dedicación se basa en un profundo compromiso con el bienestar de las personas y la sociedad en su conjunto. Sigamos adelante con la convicción de que la verdad y la razón prevalecerán.
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