El horror vivido esta semana en el Hospital Base de Los Ángeles, donde un hombre de 80 años disparó y mató a su esposa internada en la UTI, para luego intentar quitarse la vida, no solo estremece por la crudeza del acto, sino por todo lo que hay detrás. Este no es un simple hecho policial. Es, quizás, la manifestación más extrema y trágica de una cadena de carencias: emocionales, sociales.
Según el estudio "Panorama de envejecimiento y salud en América Latina y el Caribe" (OPS, 2023), más del 60% de los adultos mayores declara sentirse solo frecuentemente, y el 35% ha presentado síntomas depresivos moderados o severos, sin diagnóstico ni tratamiento. El abandono, la soledad y la tristeza son las tres emociones que más cuesta regular en esta etapa de la vida, no por falta de experiencia, sino porque el entorno emocional se reduce dramáticamente: se pierden vínculos, se apagan roles, y muchas veces, se desvanece el propósito. Es momento de preguntarnos con seriedad qué espacios de contención emocional estamos construyendo para quienes lo dieron todo y hoy solo piden ser vistos.
Y es que cuando hablamos de salud mental, solemos pensar en jóvenes, en adultos productivos, en niños. Pero ¿quién está mirando a los adultos mayores?
Lo que ocurrió en Los Ángeles debe dolernos como sociedad. Debe dolernos porque refleja un abandono silencioso que sufren miles de personas mayores. No es solo el cuerpo el que envejece, también lo hace la mente, y muchas veces sin contención, sin diagnóstico, sin acompañamiento. La salud mental de la tercera edad es aún una deuda. Una deuda grave.
No sabemos si este hombre sufría una depresión no tratada. No sabemos si la desesperanza lo carcomía al ver a su esposa, con quien quizás compartió toda una vida, postrada y sin esperanzas médicas. Pero sí sabemos que nadie llega a una acción tan desesperada sin estar sumido en una oscuridad profunda. ¿Qué señales no vimos? ¿Qué soledad arrastraban?
No estamos hablando de justificar, pero sí de comprender. De entender que hechos como este no surgen de la nada. Que cuando dejamos solos a los adultos mayores, emocional, social y afectivamente, podemos estar empujándolos hacia decisiones límites. La violencia también puede nacer del desamparo.
En Chile, la salud mental sigue siendo una deuda histórica, y cuando hablamos de personas mayores, se vuelve aún más invisibilizada. Pensamos que con una pensión o un buen sistema de salud física es suficiente. Pero ¿quién escucha sus miedos? ¿Quién los acompaña cuando sienten que ya no tienen propósito? ¿Quién les dice que siguen importando?
Este caso, tan doloroso como desgarrador, debe abrir una conversación urgente. Sobre empatía, sobre redes de apoyo reales, sobre atención psicológica geriátrica y sobre el derecho a envejecer con dignidad. No miremos para el lado. Porque el abandono también mata, solo que lo hace en silencio.
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