Construcción naval, una nueva carta de navegación para el desarrollo científico y tecnológico

La publicación de la Política Nacional de Construcción Naval 2025-2040 marca un hito estratégico para Chile; no solo porque fortalece nuestras capacidades de defensa y soberanía marítima, sino porque representa una oportunidad excepcional para impulsar el desarrollo científico, tecnológico e industrial del país. Y es que, aunque es parte de una decisión política y estratégica ligada a la defensa, en su esencia es realmente una gran política industrial, de aquellas pueden generar impactos transversales cuando logran articular sectores productivos con capacidades de investigación, innovación y formación de capital humano. La nueva política naval tiene ese potencial.

Durante décadas, Chile ha sido un país que se mira desde la tierra, pese a su condición de país marítimo. Hoy, con miles de kilómetros de costa y una vasta zona económica exclusiva en el Pacífico, la mirada se reorienta hacia el mar, no solo como fuente de recursos, sino también como escenario para el progreso científico, la innovación tecnológica y la generación de nuevas capacidades industriales. La industria de la construcción naval -al igual que ocurrió en países como Corea del Sur o Canadá- puede convertirse en el punto de inflexión que necesita nuestra economía para transitar desde la dependencia de materias primas hacia una economía basada en el conocimiento.

El Plan Nacional Continuo de Construcción Naval (PNCCN), eje central de esta política, no es solo una herramienta de planificación en defensa. Es un verdadero vector de desarrollo que moviliza capacidades en múltiples dimensiones: formación de capital humano avanzado, desarrollo de nuevo conocimiento y tecnologías, creación de emprendimientos de base científica tecnológica, sofisticación productiva y apertura a cadenas de valor globales. Se trata de una política que promueve un ecosistema industrial y científico con visión de largo plazo.

Este tipo de transformación requiere del involucramiento activo de las universidades y centros de investigación. La política reconoce que el progreso tecnológico en construcción naval no es posible sin fortalecer las capacidades científicas del país. El diseño de buques complejos, el desarrollo de nuevos materiales, los sistemas de navegación inteligente y las soluciones ecoeficientes exigen investigación avanzada y transferencia tecnológica efectiva. Las universidades tienen un rol insustituible como motores de conocimiento, generadoras de talento y articuladoras de innovación junto a la industria y el Estado.

Asimismo, esta política abre un espacio inédito para fortalecer la transferencia tecnológica en el país. A diferencia de otros sectores donde la desconexión entre ciencia y empresa sigue siendo una barrera persistente, la construcción naval ofrece una demanda clara, concreta y permanente de soluciones tecnológicas avanzadas. Esa claridad en la demanda permite construir mecanismos eficaces de transferencia desde las instituciones generadoras de conocimientos a la industria, creando un círculo virtuoso de innovación y competitividad. Además, al articular a actores públicos, privados y académicos, esta política encarna fielmente el modelo de la triple hélice, ampliamente reconocido por su efectividad en procesos de desarrollo tecnológico.

El desafío ahora es implementar esta política con ambición, coordinación intersectorial y mirada de país. Resulta paradójico -y preocupante- que una política con tanto potencial científico y tecnológico no tenga un rol claro asignado al Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación ni a la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID). Ambas instituciones deberían estar al centro de este esfuerzo, no como meros espectadores, sino como piezas clave del engranaje nacional para el desarrollo. Si realmente queremos que esta política contribuya al cambio estructural que Chile necesita, la ciencia y la tecnología no pueden ser actores marginales.

La Política Nacional de Construcción Naval es una prueba concreta de cómo la defensa, cuando se articula con visión estratégica y políticas públicas bien diseñadas, puede ser un catalizador del desarrollo científico, tecnológico e industrial de un país. Que este esfuerzo se traduzca en innovación, emprendimiento sofisticado, empleos de calidad y nuevas capacidades depende de que sepamos aprovechar esta oportunidad única.

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