En un mundo con cambios vertiginosos, impulsado por avances tecnológicos que parecían ciencia ficción hace apenas una década, surge una pregunta crucial: ¿Estamos realmente preparados para abrazar el cambio o el miedo nos está jugando una mala pasada? Para nosotros, adultos en Chile con una mirada crítica y analítica, es fundamental reflexionar sobre cómo nuestras aprensiones pueden estar frenando oportunidades sin precedentes, especialmente en el campo de la inteligencia artificial (IA), una tecnología que ya está redefiniendo industrias y la manera en que interactuamos con el mundo.
Frecuentemente caemos en lo que se conoce como la "trampa de la conformidad" o compliancy trap. Nos aferramos a lo conocido, a las regulaciones y procesos establecidos, porque nos brindan una falsa sensación de seguridad. Cumplir con la norma se vuelve el objetivo principal, una suerte de escudo protector, opacando la verdadera meta: innovar, explorar nuevas fronteras y asegurar la competitividad y relevancia de nuestras organizaciones en un escenario global cada vez más dinámico.
Cabe una pregunta: ¿Qué sucede cuando cumplir ciegamente nos impide avanzar y nos ancla a prácticas obsoletas mientras otros navegan las olas del cambio? ¿Estamos sacrificando el futuro por un presente cómodo pero estancado, temerosos de dar un paso fuera de la zona de confort regulatoria?
Aquí es donde resuena con fuerza el concepto de "antifragilidad" acuñado por Nassim Nicholas Taleb. A diferencia de lo robusto, que resiste los golpes y se mantiene igual, o lo resiliente, que se recupera tras el impacto, lo antifrágil se beneficia del caos, de la incertidumbre, de los shocks. No solo sobrevive a la presión, sino que se fortalece y evoluciona frente a la adversidad. ¿No deberíamos aspirar a construir organizaciones y una mentalidad antifrágil frente al vertiginoso avance tecnológico? El miedo al error, a lo desconocido, a la disrupción inherente a la innovación, nos vuelve frágiles. La IA, con su potencial disruptivo y transformador, es precisamente uno de esos "estresores" que, si lo abordamos con una perspectiva antifrágil, puede catapultarnos hacia nuevas cotas de desarrollo, eficiencia y creación de valor.
Estamos perdiendo valiosas oportunidades que la IA nos ofrece hoy. No se trata de un futuro lejano o de promesas etéreas; las herramientas están aquí, accesibles y listas para ser aprovechadas por quienes se atrevan a experimentar. Un ejemplo inspirador y reciente es Lovable, una plataforma que, gracias a la IA, ha permitido a personas y empresas, muchas sin profundo conocimiento técnico previo, lanzar más de 25,000 aplicaciones ¡al día! Imaginen el torrente de potencial creativo y de negocio que se desata cuando se eliminan las barreras técnicas tradicionales, democratizando la capacidad de crear soluciones. ¿Cuántas ideas innovadoras podrían materializarse en Chile, cuántos problemas podrían resolverse, si venciéramos el temor a experimentar con estas nuevas tecnologías y nos enfocáramos en el valor que pueden generar?
Para ello, es necesario cultivar una nueva mentalidad dentro de nuestras organizaciones y en nosotros mismos, una que abrace la experimentación, la iteración rápida y la agilidad. Aquí es donde podemos introducir sutilmente la figura del "vibe coder". Pero ¿Qué significa exactamente ser un "vibe coder"? Lejos de la imagen tradicional del programador inmerso en líneas de código complejas, el "vibe coder" representa un nuevo paradigma de interacción con la tecnología, especialmente con las herramientas de IA generativa. Se trata de una persona que, más que escribir código desde cero, guía a la inteligencia artificial mediante instrucciones en lenguaje natural, describiendo la "vibra" o la esencia de lo que quiere construir. Es alguien que se enfoca en la intención, en el resultado deseado, y utiliza la IA como un colaborador ultrapotente para materializar esa visión.
No se trata necesariamente de que todos se conviertan en programadores expertos de la noche a la mañana, sino de adoptar una actitud proactiva y creativa hacia la tecnología. Es una disposición a interactuar con herramientas de IA para dar forma a ideas, para prototipar soluciones rápidamente, donde solo basta tener claridad en el resultado deseado y abandonar la parálisis de la perfección técnica inmediata para poder, así, derribar las barreras del miedo. Este enfoque, que nace de romper las cadenas del temor de no saber "cómo" hacerlo técnicamente, permite explorar, iterar y, en última instancia, innovar de una manera mucho más fluida, orgánica y accesible para un espectro más amplio de personas.
El verdadero desafío, entonces, no es la tecnología en sí misma, sino cómo transformamos nuestros procesos y, fundamentalmente, nuestra mentalidad. La digitalización por sí sola, entendida como la mera adopción de herramientas, no es la panacea. La verdadera revolución reside en la transformación cultural que nos permita ver la IA no como una amenaza a nuestros roles o un ente incomprensible, sino como una aliada estratégica, una extensión de nuestras propias capacidades creativas y resolutivas. ¿Qué idea tienes que te permite romper el miedo y agregar valor en algún área de tu vida o de tu trabajo con la IA? La pregunta queda abierta, y la respuesta puede ser el inicio de un camino fascinante.
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