Chile se enfrenta a un momento de inflexión. La proximidad de nuevas elecciones presidenciales no sólo abre el debate sobre candidatos y programas, sino que obliga al país a confrontar sus problemas estructurales más profundos. Los candidatos de derecha e izquierda se baten sobre argumentos contrapuestos acerca de la situación del país atravesado por problemáticas que obviamente ven desde distintos ángulos y perspectivas. Al debate presidencial se han sumado las negociaciones recientes acerca de las listas parlamentarias que los distintos pactos políticos llevarán al Congreso.
Estamos sumergidos de lleno en el ciclo político inmediato. Con los candidatos volcados a emitir discursos que apelen a sus electores y, por ende, abocados a una contienda electoralista que se centra en temas contingentes, importantes es cierto, pero temas que dicen relación con la vida cotidiana e inmediata de la gente: seguridad, empleo, salud, inflación, previsión, vivienda, migrantes, etc.
Todo ello en el marco de una sociedad de la información donde, como dice Castells, la política se ha "mediatizado" y las nuevas tecnologías de comunicación e información obligan a todas y todos los candidatos a exacerbar su presencia en los medios y las redes sociales bajo cualquier recurso. Ello esbozando ideas o argumentos que son propios de una polarización discursiva que tiende a elaborar retóricas mañosas que tienden a encubrir ideas de fondo.
Se echa de menos discursos que aborden problemas sustanciales del devenir socio-político-histórico del país. Aquellas preocupaciones que trascienden el ciclo del inmediatismo electoral, quedan relegadas a un segundo, e incluso, un tercer plano. Proyectos como Congreso Futuro, y Proyecta Chile 2025 del Cruch, y otras valiosas iniciativas, quedan en la penumbra.
Chile parece carecer de una visión de largo plazo. Las elites -tanto políticas como económicas- parecen haberse obsesionado con los problemas del presente incapaces de detectar que en el trasfondo de ellos subsisten problemas estructurales y de largo plazo que no han sido abordados de manera consistente y coherente por ningún gobierno en el país, en el último medio siglo: la educación, las desigualdades crecientes, el problema indígena, la previsión, la inversión en ciencia e innovación, la productividad laboral, la crisis del cambio climático, la superación del extractivismo, las oportunidades y amenazas de la IA, por mencionar algunos.
Las elites parecen haber renunciado a pensar más allá del presente. La predominancia de lo inmediato en la vida social, política y cultural es propia de una sociedad de consumo desenfrenada. La lógica de una competitividad desmedida -que se traspasa al campo político- realiza su propósito en resultados rápidos. Muchas veces esos resultados inmediatos se buscan sin medir las consecuencias que en el mediano y largo plazo pueden ser catastróficas. El mejor ejemplo está en la fracasada política de los retiros previsionales que generó una burbuja de ganancias, pero así también un boomerang de mediano plazo de crecimiento económico menguado e inflación.
Países que se han caracterizado por un rápido desarrollo en época reciente como Noruega, Finlandia, Irlanda, en Europa; Corea del Sur, Singapur, Hong Kong, Taiwán, China y Vietnam en Asia, aunque con modelos distintos, sistemas políticos diversos (independientemente de la opinión que nos merezcan) y con agendas pendientes en varios puntos, han compartido un trazo en común: sus elites políticas y económicas han compartido una visión estratégica de país. Chile, hace al menos una década y media, ha perdido el rumbo.
El empobrecimiento del debate parece haber alcanzado a la intelectualidad y a sus centros de pensamiento: a los centros de estudio, ligados a los partidos, que se preocupan más por alimentar alternativas programáticas alineadas con electores; a las universidades que, salvo honrosas excepciones, están concentradas en la formación de profesionales; a las entidades que otrora fueran centros de pensamiento muy presentes en la república, como la iglesia o la masonería; en fin a las academias con su parsimonia o los colegios profesionales centrados en asuntos corporativos. Ninguna de esas instancias piensa verdaderamente al país. Y cuando lo intentan, esos esfuerzos se quedan en el archivo. Son escasas hoy las instituciones que se preocupan y ocupan de la formación cívica y de alentar un trabajo consciente y lúcido de la ciudadanía. En general se ha perdido densidad y criticidad en el pensamiento y el pragmatismo en las instituciones y las organizaciones ha permeado a toda la sociedad civil. De allí, en buena medida, la desconexión entre las elites y la ciudadanía, entre los partidos y la gente, entre las elites dirigentes y el pensamiento profundo.
Y en ese vacío de ideas de futuro, ese vacío de propuestas alentadoras de proyectos viables y alternativos, la inmediatez cede paso al cortoplacismo, a los arreglines, el populismo y, en ocasiones, a la corrupción. Incluso las nuevas generaciones con sus nuevos vientos, llenos de criticidad, caen nuevamente en el pragmatismo, en la ingenuidad o en malas prácticas, repitiendo un ciclo ya conocido. Se alientan los autoritarismos y los extremos y es la gran masa de ciudadanos la que pierde y con ellos, la democracia.
Este vacío de futuro va de la mano con un déficit ético en lo político y en lo social y con una pérdida visible de densidad de la cultura política. Durante muchos años la cultura progresista demostró densidad y mostró en la historia reciente que tenía la hegemonía. Antes y después de la dictadura marcó senderos claros hacia reformas democratizadoras visibles. Durante la dictadura fue símbolo callado de resistencia y lucha por los derechos humanos. Pero de un tiempo a esta parte ella ha perdido densidad e influencia y parece haber perdido la batalla cultural frente a tres culturas que le compiten: la cultura autoritaria y patriarcalista revivida; la cultura postmoderna y ambigua de las nuevas generaciones, y la narcocultura que intoxica a vastos sectores de la sociedad. Violeta Parra ha cedido su lugar al retorno del nombre de la calle Salvador Allende a Salesianos, a la desafección política y a los funerales narco cargados de simbolismos.
En cuanto a la cultura académica, el país puede estar orgulloso que cuenta con una élite de científicos de primer nivel y muy reconocidos a nivel latinoamericanos. Pero se trata de una cultura bastante encerrada sobre sí misma. Tampoco la clase política se alimenta adecuadamente de los insumos que los académicos, del mundo de la ciencia social y humana, y del mundo de la ciencia y tecnología, pueden ofrecerles. Los medios de comunicación, salvo excepciones marginales, tampoco dan cabida y estimulan el debate de alturas que podrían ofrecer quienes han estudiado las materias desde la ciencia. En realidad, para que los intelectuales y científicos puedan ser escuchados en la opinión pública también se ven obligados a mediatizarse o farándulizarse.
Así las cosas, seguimos con escasa densidad en la cultura política y seguimos al debe en mirar hacia el futuro pensando en cuestiones estratégicas de largo plazo. En síntesis, el problema de fondo no es sólo la falta de propuestas de los políticos, o la falta de respuestas de los profesionales o de los técnicos, sino el vacío en el pensar el futuro estratégico de Chile. Existen en el país capacidades y conocimiento en medios académicos y en la sociedad civil para pensar el país con profundidad. No se ha sabido, hasta el momento, aprovechar adecuadamente esas potencialidades o bien no se ha sabido articularlas en términos de insumos decisivos para la cultura política. O bien no hemos tenido los liderazgos pertinentes que sepan coordinar esas miradas sobre las urgencias del hoy con las necesidades estratégicas del mañana.
Necesitamos recuperar ese espíritu republicano del siglo pasado que tanto inspiró a generaciones lúcidas a cambiar el país y a democratizarlo con vocación de bien común, sentido de estado y espíritu de servicio público. Se trata de interpelar a los partidos, a la intelectualidad, a los centros de pensamiento y universidades: necesitamos una sacudida en nuestra manera de actuar y pensar. Necesitamos pensar el futuro de otra manera, con otras ideas, ánimos y herramientas, con otra actitud, voluntad e ideales. Necesitamos revivir sueños de una sociedad distinta y mejor. Y para ello necesitamos también una ciudadanía activa y consciente que responsablemente empuje hacia el futuro más allá del inmediatismo electoral.
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