La progresiva digitalización de nuestras vidas ha dado pie en los últimos años a discusiones sobre el impacto de las nuevas tecnologías en nuestra vida. Crecientemente, el debate se centra en el efecto negativo que tendrían las pantallas -sobre todo celulares- en la concentración de las personas, la capacidad de aprender y la productividad, productos de estar permanentemente pendientes de dispositivos móviles, sus notificaciones y sus contenidos al alcance de la mano.
Demonizar la tecnología no es algo nuevo. Si en el pasado se habló de la televisión como una "caja idiota", ahora acusamos a celulares, tablets y computadores portátiles de volvernos adictos a las pantallas y de distraernos fácilmente. El uso compulsivo de estos aparatos supondría el grueso de las horas que estamos despiertos, estamos mirando una pantalla, al punto de interrumpir cotidianamente nuestro trabajo, los estudios y nuestras relaciones interpersonales. Por ejemplo, se estima que desbloqueamos y consultamos un smartphone unas 100 veces al día y que lo hacemos en clases, en reuniones de trabajo, en el cine, y hasta en la mesa familiar.
El debate muchas veces toma tonos alarmistas. Estaríamos ante una crisis de atención, incapaces de concentrarnos de manera sostenida, realizar más de una actividad a la vez o retener información. Hay quienes plantean que los escolares de hoy -que crecieron rodeados de estas pantallas distractoras y sus contenidos efímeros- no serían capaces de concentrarse lo suficiente para leer sostenidamente un texto largo, y el uso excesivo del celular ha sido asociado a distintos trastornos de sueño en las personas, con importantes consecuencias en la concentración, la memoria y la salud mental de la gente. Acusamos a jóvenes de estar pegados a sus dispositivos, pero encuestas de todo tipo suelen dar cuenta que personas de todas las edades declaran que no pueden dejar de revisar sus celulares cuando su atención debería estar en otra parte.
Es indudable que las tecnologías digitales han cambiado la manera en que usamos nuestro tiempo y sí, esto puede tener consecuencias importantes. El uso compulsivo de estos dispositivos puede interferir en diferentes grados en el trabajo, los estudios y las relaciones interpersonales. Sin embargo, también hay que entender que no todas las personas son afectadas de la misma manera, que las tecnologías digitales no son las únicas distracciones en nuestras vidas y que no toda atención a una pantalla da igual. Está bien que discutamos sobre nuestros hábitos de pantalla, pero asumir que el mero hecho de estar mirando un dispositivo supone un problema ignora importantes matices sobre cómo, cuándo y dónde usamos estas tecnologías.
No todo es negativo, de hecho. Varios estudios muestran que los efectos de las tecnologías digitales pueden ser tan variados como las actividades que realizamos de manera digital. Por ejemplo, el uso de dispositivos para la entretención puede reducir el estrés y el tiempo de pantalla dedicado a interactuar con otras personas, como chats, videollamadas o comunidades online contribuye a nuestra sociabilidad. Aplicaciones y dispositivos también pueden ser herramientas productivas en contextos laborales y escolares. Por ejemplo, existe evidencia de que la lectura online en clases virtuales puede mejorar el pensamiento crítico. Sin embargo, esto mismo recurso puede distraer a los estudiantes y redundar en una peor recordación de contenidos. Del mismo modo, las herramientas online pueden mejorar la productividad y favorecer el teletrabajo, pero también se ha visto que realizar múltiples tareas frente a una pantalla por mucho tiempo puede generar fatiga cognitiva y estrés.
Esto es, los contextos específicos importan. Los efectos del tiempo que pasamos mirando pantallas depende de múltiples factores, incluidas la personalidad, el estado de ánimo, la edad y el contexto familiar. Está bien preocuparse y discutir el asunto, también ser más conscientes de nuestros hábitos digitales, sobre todo en tiempos de la llamada economía de la atención. Pero reducir el asunto a un contraste de blancos y negros, sin matices grises de por medio no es la solución y más bien deberíamos entender mejor qué ganamos y qué perdemos cuando las pantallas nos atrapan.
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