Porque la memoria es frágil: ¿Qué hemos aprendido sobre tsunamis?

Como dice el dicho, "la historia no se repite, pero rima". Por ello vale la pena entonces abrir un poco la ventana hacia un pasado, no muy lejano, para entender cómo nos hemos relacionado con eventos naturales y característicos de nuestro país, como lo son los terremotos y tsunamis. Cada cierto tiempo, cuando el país es impactado por algún desastre socionatural, marca un antes y un después. Por ejemplo, el terremoto de Chillán de 1939 indujo la institucionalidad de una entidad de gestión de emergencias nacional (Corporación de Reconstrucción y Auxilio, que luego pasó a ser la Onemi y hoy Senapred).

Otro ejemplo, es el terremoto de 1985 (ya hace 40 años), evento que pudo ser registrado con acelerógrafos modernos, permitiendo la actualización de la norma sísmica chilena (NCH 433).

Probablemente un ejemplo aún más conocido sea el terremoto de Valdivia de 1960, catalogado como el terremoto de mayor magnitud en el mundo desde la era de la instrumentación. Fue tan potente que produjo un tsunami capaz de causar estragos en regiones tan distantes como Hawai, Japón e incluso Rusia. En parte, gracias a esto, en 1966 se crea el Servicio Nacional de Alerta de Maremotos (SNAM) bajo el control del Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada (SHOA).

Para ese entonces, quizás pensábamos que como país estábamos bien preparados para enfrentar este tipo de manifestaciones de la naturaleza. Pero dado que pueden pasar muchos años entre este tipo de situaciones, la memoria puede ser frágil y bajamos la guardia.

El año 2007 aprendimos (o más bien, recordamos) que los tsunamis no necesariamente son generados directamente por un terremoto, sino que pueden ser la consecuencia de un efecto en cadena gatillado por el terremoto. Fue entonces cuando un deslizamiento de tierra produjo un mortífero tsunami en el fiordo de Aysén, complejizando aún más la comprensión que se tenía de estos fenómenos.

Llega entonces el año 2010, y ocurre el terremoto y tsunami del 27F, evento que nos impartió duras lecciones a causa de la catástrofe. Aprendimos que no basta con estar preparados contra terremotos, sino que también debemos estarlo frente a tsunamis, ya que es este último fenómeno el que, por amplia mayoría, se cobra con la vida de las personas e interrumpe las cadenas logísticas portuarias (y por ende, afecta a toda la economía). Si bien fue una desgracia para el país, algunas cosas positivas surgieron de manera reactiva: se introdujeron normas de diseño para edificios, se creó formalmente el Centro Sismológico Nacional (CSN, el antes Servicio Sismológico Nacional), y el SNAM introdujo mejoras significativas a sus procesos y sistemas de alerta temprana.

Similar a lo de Valdivia de 1960, pero en menor tamaño, y a casi un año después del 27F ocurre el terremoto de Japón de 2011. Aquí nuevamente recordamos que la amenaza tsunamigénica va mucho más allá de nuestro propio territorio. Luego, en los años 2014 y 2015, ocurren dos terremotos de magnitud mayor a 8.0 (Iquique 8.2 e Illapel 8.3), con sendos tsunamis, poniéndonos a prueba nuevamente. Esta vez, el balance fue positivo y las inversiones tanto en infraestructura, institucionalidad y concientización salvaron vidas y redujeron costos, es decir, un total beneficio para el país completo.

Creo que esta pequeña revisión es clara. Mantener la memoria sísmica (incluyendo sus potenciadores como tsunamis y deslizamientos) es crucial para mantenernos con nivel de conciencia de lo que podríamos esperar, entendiendo que este tipo de eventos son parte de la realidad y naturaleza de Chile.

Comprender las dimensiones del Riesgo (Amenaza, Vulnerabilidad, Exposición, Resiliencia, etc.) debería ser parte de una "permanente cotidianeidad" para que nunca se nos sorprenda de nuevo con la "guardia baja". Bien versa otro dicho "los errores son para aprender, no para repetirlos".

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