No sabemos quién va a ganar ni cómo va a gobernar. En Chile, en las últimas cuatro oportunidades, los votantes han sufragado en contra de la continuidad del gobierno de turno. Los que están en el poder cansan pronto a la mayoría, pero no es cosa de dar nada por seguro cuando, con el voto obligatorio, se incorporan 5 millones de personas a la definición presidencial. Esta es una primera fuente de incertidumbre.
Todo parecería estar decidido de antemano si no fuera porque a la oposición se le ocurrió presentarse a la competencia dividida por mitades equivalentes en la elección parlamentaria y si la derecha dura no hubiera terminado por desplazar de la primera posición a Chile Vamos. Esto genera una segunda incertidumbre porque la dispersión es sinónimo de mal resultado o de grave merma de lo que se pudo lograr.
En la oposición parece que se repartiera un premio para quién repite más que en la segunda vuelta se apoyará al que tenga que disputar con el oficialismo. Eso no quita que la lucha por la hegemonía en el sector les haya impedido tan siquiera concordar un pacto por omisión en todos los casos en que se justificaba.
Hay una tercera incertidumbre. Si no hay certeza de quién va a ganar, tampoco la hay sobre cómo va a gobernar. Si el triunfador fuera Kast, tampoco sabemos cómo va a ejercer el poder ni si logrará darle gobernabilidad al país.
El líder republicano ha evitado entrar en polémica en asuntos valóricos y políticos donde la vez anterior despertó grandes resistencias, excusándose al decir que hablará solo de aquellos temas que concentran la mayor preocupación ciudadana.
Pero nadie llega al poder para mantenerse en silencio ni para poner en custodia sus convicciones. Menos lo harán quienes acusan a la derecha tradicional de transar sus principios y de ponerse a negociar al costo que sea con el oficialismo. Se sabe lo que piensan, se conoce su alergia a los acuerdos, se ha podido observar su tendencia a imponerse cuando son mayoría, pero se supone que, por algún motivo desconocido, se moderarán en el ejercicio del poder.
Perdona nuestros pecados y permítenos conservarlos
Los nuevos votantes no responden a las divisiones políticas clásicas, la oposición entró en el período electoral en plena disputa por la hegemonía, los discursos y programas de la derecha dura se restringen a un segmento de lo que piensan y el silencio en los aspectos más polémicos, lo que impide saber cómo gobernarían. Tanta incertidumbre no es compatible con alcanzar una mayor gobernabilidad.
¿Alguien está dando pasos para ofrecer una mejor política? Desde luego, la derecha, no. Electoralmente dividida y políticamente conflictuada no disponen de un proyecto común ni de un estilo compartido. Su proximidad es una apariencia, tal como lo evidencia las veces en que han entrado en conflicto.
Si el Partido Republicano ganara la elección presidencial ninguna de sus diferencias se resolvería como por encanto. En este caso, sería más que sorprendente que Chile Vamos aceptara una tranquila subordinación. Para Evópoli, por ejemplo, eso significaría tanto como negar su razón de ser. No se ve por qué la restricción de las libertades provenientes del mismo lado del espectro político sea más soportable.
La negociación parlamentaria evidenció que ha sido la centroizquierda la que ha mostrado últimamente un mejor comportamiento. Fue este sector el que presentó una resistencia más efectiva al fraccionalismo. El oficialismo más la DC acordaron una lista unitaria más que única, porque tuvo una merma muy limitada, pero sus partidos más representativos constituyeron un mismo pacto. Eso les permite competir en buenas condiciones con dos listas de derecha que se presentan con peso equivalente.
La derecha ha tenido la ventaja por una década de contar con un conglomerado efectivo en Chile Vamos. Ahora la alianza se ha desgastado, de sus filas desertan hacia republicanos figuras reconocidas semana a semana y republicanos la desafía en su papel rector. Es la centroizquierda la que se encamina a conformar una coalición amplia que permite establecer un mayor equilibrio de fuerzas del que se ha tenido hasta ahora, tanto a su interior como contrapeso de la derecha.
Tras el término de la negociación no se puede decir que el PDC esté cumpliendo un rol menor, los partidos del socialismo democrático supieron acotarse en sus pretensiones, el Frente Amplio cumplió el rol de facilitador del acuerdo y el PC tiene una importancia indiscutible, pero no puede cumplir un papel rector entre muchos partidos con tradición y peso específico. Algo así no se había visto en mucho tiempo
Que gane la política, no el comercio
La dispersión es el enemigo común para cualquier actuación política seria. La indisciplina junto al pragmatismo sin principios es lo contrario de la sana gobernabilidad democrática. El niño símbolo de lo que hay que evitar es el caso de Miguel Ángel Calisto. Alguien que por la mañana puede pedirle a la derecha que lo lleve de candidato, juntar firmas para presentarse como independiente por la tarde y a última hora escoger un partido de izquierda que lo presente.
Lo sorprendente es que se pida tanto que a un personaje tan poco inocente, con riesgo cierto de ser sancionado por la justicia en poco tiempo más, se le aplique el principio de presunción de inocencia. No es eso lo que ha estado en discusión.
La sanción judicial no es un extremo al que se deba llegar al presentar candidaturas. Lo que siempre hay que preguntarse es quién se hace cargo ante los ciudadanos de presentar candidatos con riesgo de ser declarados culpables por los tribunales. No se ve cómo episodios como este puedan aportar a prestigiar la democracia.
Se puede descentralizar el poder, pero no se pueden descentralizar los principios, para que cada uno pueda actuar como quiera dentro de un partido y a su nombre. Cuando se entra y sale de una tienda política como si se tratara de un mall, un partido ha dejado de existir porque es incapaz de responder por la conducta de sus líderes. De hecho, ni siquiera puede saber por cuanto tiempo sus figuras conocidas seguirán en sus filas. La organización del egoísmo con fines de provecho individual es comercio, no es política.
La gran incógnita de la democracia chilena basada en las incertidumbres que comentamos no la van a resolver los que buscan imponerse a los demás, sumando tanto apoyo que haga innecesarios los acuerdos amplios. Lo que importa es que gane la presidencia un liderazgo responsable, acompañado de una coalición sólida que invite a acuerdos nacionales construidos por los dialogantes de ambos lados.
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