Qué hacer con las redes sociales

Es una crítica extendida. Todos lo hemos oído o incluso lo hemos pensado nosotros mismos. Que las redes sociales son nefastas, que son una pérdida de tiempo, que están llenas de discursos de odio y desinformación, que el acoso y violencia a los usuarios seguramente afectan la salud mental. De hecho, recientemente la Oxford University Press declaró como palabra del año 2024 el término brain rot (algo así como "podredumbre cerebral"), que precisamente recoge la preocupación por el impacto del consumo excesivo de contenidos online de baja calidad y que adormecen la mente.

La creciente digitalización de nuestras vidas hace que la presencia de las redes sociales en nuestras vidas parezca algo inevitable. El hecho de que estemos permanentemente mirando pantallas ha dado pie a varias discusiones sobre la materia. En Chile, por ejemplo, se ha discutido sobre el uso de celulares en colegios, y un proyecto en trámite en el Congreso prohíbe que alumnos de hasta sexto básico lleven estos aparatos a clases. La premisa de esto es que habría que regular el "uso adecuado" de estos dispositivos casi omnipresentes hoy en día.

Australia llegó más lejos. Hace unos días, luego de meses de debate público, su Parlamento aprobó -en una discusión exprés de una semana- una ley pionera en su tipo que prohíbe el uso de las redes sociales a los menores de 16 años. La ley plantea multas de casi 50 millones de dólares australianos (unos 32 millones de dólares estadounidenses) a las empresas tecnológicas que no impidan que menores se conecten como a redes sociales. Los menores de edad que logren violar esta restricción no serán sancionados. Tampoco sus padres.

Según el gobierno australiano, esto pone al país a la vanguardia de los esfuerzos para proteger la salud mental y el bienestar de niños y adolescentes de los efectos perjudiciales de las redes sociales, como el odio o el acoso en línea, en el mismo espíritu que prohibiciones similares a menores en materia de tabaco o alcohol.

Al menos en teoría, porque varios detalles de ley no están del todo claros. Ni siquiera se sabe con certeza a qué plataformas afectará, porque la ley no lo especifica. Seguramente redes como Facebook, Instagram y TikTok, pero el gobierno ha dicho que servicios como YouTube y WhatsApp no se verán afectados.

Tampoco está claro qué medidas razonables podrían tomar estas compañías para cumplir la ley. ¿Cómo se le puede pedir a alguien que demuestre su edad? ¿Exigiendo información altamente sensible y privado, como un documento de identidad? Es obvio, además, que niños y adolescentes -para quienes las redes son una parte integral de su socialización- encontrarán la manera de vadear la restricción. La ley, además, prohíbe que los menores de 16 años tengan cuentas en las redes sociales, pero no bloquea su acceso a estos contenidos. En más de una plataforma, uno puede ver los contenidos sin necesidad de autenticarse como usuario. Así, es probable que la ley no logre ser efectiva a la hora de dejar a menores de 16 fuera de estos espacios. Y aunque lo logre, no se eliminará el contenido nocivo en estas plataformas, que es el verdadero problema.

Ni hablar de que las redes no son el único espacio online que puede tener un impacto negativo en la vida de las personas, ni sus efectos son exclusivamente negativos. Para todas las críticas que se han hecho a las redes sociales, también hay evidencia de algunos impactos positivos. Por ejemplo, las redes son en muchos casos un espacio de socialización y aprendizaje. Niños y jóvenes en situaciones vulnerables o aislados -por ejemplo, niños neurodivergentes o jóvenes LGBTQ+ tratando de definir su identidad- pueden encontrar en redes espacios de comprensión y camaradería que les permita sobrellevar mejor la percepción de no sentirse "normales".

Es más, los diversos estudios que han explorado los efectos del uso y el desuso de redes sociales muestran resultados inconsistentes y no hay a la fecha no hay evidencia fiable de que conseguir que los adolescentes utilicen menos las redes sociales tenga un impacto en su salud mental.

¿Basta una prohibición como esta para proteger a los niños y jóvenes? Claramente no, aunque varios países discuten actualmente legislaciones con enfoques similares. Una ley así puede ser bien intencionada, pero muy poco efectiva y hasta contraproducente. El tema no es si acaso las redes sociales han de ser responsables de proteger a sus usuarios más jóvenes (y sí, hasta ahora han optado por desentenderse de los peligros asociados al uso de estas plataformas). El punto es cómo hacemos de las redes un espacio más seguro para todos.

Estas plataformas en general han sido reacias a la moderación de contenidos y ofrecen muy pocas instancias para que los usuarios controlen los contenidos que ven. Al revés, privilegian algoritmos poco transparentes que más bien favorecen contenidos que son en gran medida escandalosos, emocionales y extremos. Es la razón por la cual muchas veces el control que podamos tener pasa más bien por cerrar nuestra cuenta en alguna red, poner nuestros perfiles en modo privado, o bloquear a algunos usuarios. Pero esto es insuficiente y si queremos que las grandes empresas tecnológicas sean más responsables, podríamos partir por normas que empoderen a los usuarios, en lugar de dejarlos fuera de este espacio.

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