Caminar y mascar chicle

Corría el segundo semestre del 2006 y miles de mujeres chilenas salían a las calles con bandas presidenciales cruzando sus cuerpos en claro apoyo a la en ese entonces candidata a la Presidencia de la República, Michelle Bachelet Jeria.

Por primera vez para quienes estamos convencidas/os de la necesidad de más mujeres en la política, existía la posibilidad de que una mujer ocupara el más alto cargo al que puede acceder un ciudadano/a en el país.

Más de cinco años han pasado desde aquella fiesta y el escenario ha cambiado bastante, y no me refiero sólo al termino de la paridad de género ministerial que había instaurado Bachelet en contraste con el 18% de mujeres que mantiene el Presidente Piñera en su Gobierno, sino especialmente a la inclusión de mujeres en postulación a cargos de elección popular por parte de los Partidos Políticos Chilenos.

¿Qué sucede que las instituciones políticas que deberían representar a la diversidad de la población insisten en excluir a más de la mitad de ésta?

Cuando les hacemos esta pregunta a los presidentes de los partidos políticos suelen contestar que son ellas mismas las que se excluyen, o que presiden partidos tan antiguos que sus estructuras son muy difíciles de modificar o que no es necesaria la participación de más mujeres ya que sus idearios incluyen sus demandas y los hombres también pueden representarlas.

Detengámonos un momento en la última respuesta: en teoría tanto un hombre o una mujer deberían poder defender o “jugársela” por los idearios de un partido político, pero cuando hablamos de las demandas específicas de las mujeres, la realidad nos muestra otra cosa.

Basta mirar lo difícil que fue la discusión en el Congreso para instaurar el divorcio vincular en Chile o la ley contra la violencia doméstica, o el nulo avance en 20 años en cuanto a la despenalización del aborto.

Si nos vamos a la arena interna y ponemos atención a los procesos de discusión dentro de los partidos, los llamados “temas de mujeres” siguen instalados en secretarías o vicepresidencias y no logran ser transversalizados, ni tomados en cuenta como temas tan importantes como la necesaria rearticulación de fuerzas políticas, “la urgencia es otra, compañera”.

Ante esta realidad cabe esperar que un Movimiento de Mujeres fuerte y articulado pueda exigir la inclusión de sus demandas en las agendas partidarias, y he aquí uno de los grandes desafíos para las actuales organizaciones de mujeres cargadas de una fuerte “sospecha” contra los partidos políticos que no dista mucho de la de los otros movimientos sociales ante instituciones que cooptaron sus discursos, restringieron sus demandas en “la medida de lo posible” y se distanciaron política y emocionalmente del quehacer social.

Para avanzar en una democracia que de veras represente el sentir y las necesidades de la ciudadanía, es preciso que confluyan las demandas de los movimientos sociales, en este caso de mujeres y los partidos políticos.

Las preguntas son:

¿Esperamos cambios en la institucionalidad?

¿Nos quedamos sólo con la voluntad política?

¿O quizás vamos con ambas?, algo así como caminar y mascar chicle.

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