La demanda por justicia, igualdad e inclusión está conmoviendo las bases de la estructura adoptada por la democracia chilena y del modelo de crecimiento – no de desarrollo – adoptado por ésta, el llamado modelo neoliberal cara visible de la evolución del capitalismo.
Ni siquiera reformas como el Programa de Garantías Explícitas en Salud (GES) (inicialmente AUGE) durante el gobierno de Ricardo Lagos ni la gratuidad de la Educación Superior en el segundo gobierno de Michelle Bachelet, por indicar dos iniciativas que claramente rompen con los supuestos del modelo neoliberal, lograron transformar y hacer aceptable su rostro.
Se ha encargado al mercado regular ámbitos que siempre pertenecieron a la cosa pública como la educación, la salud, las pensiones, etc. Muchos estudios indican que ello no ha sido positivo para el país. Se desea por ello, entre otras razones, una nueva Constitución que establezca un Estado garante y proactivo en la defensa y provisión de derechos sociales fundamentales.
Una Constitución que reconozca la diversidad de pueblos que habitan nuestra tierra común. “Una casa de todos” inclusiva en que no se toleren la corrupción ni los abusos y que sea construida por todos. Es, por ello, necesario valorar, el acuerdo histórico de la mayoría de las fuerzas políticas representadas en el Congreso, que han dado inicio a un proceso en que, de manera participativa, se escribirá una nueva Constitución sobre una hoja en blanco que reemplazará totalmente a la Constitución del 80.
Al mismo tiempo, se requiere un nuevo contrato social a través de una enérgica agenda de medidas sociales de corto y mediano plazo que garantice mejores pensiones, mayores salarios, mejor salud, acceso a la vivienda, entre muchas otras demandas que hacen a la posibilidad de una vida digna, de una vida que pueda llamarse tal.
Frente a esto el gobierno se equivocó, empezó hablando de una guerra y acto seguido sacó a las Fuerzas Armadas a la calle para reprimir a manifestantes movilizados pacíficamente antes que para detener el vandalismo.
Junto a la acción de las fuerzas policiales, ello ha generado numerosas violaciones a los Derechos Humanos denunciadas desde el inicio por el Instituto Nacional de Derechos Humanos. Los organismos internacionales que nos visitan, algunos a solicitud del propio gobierno, son todos coincidentes y han ampliado las primeras denuncias con testimonios escalofriantes e indesmentibles. Por supuesto que ello demanda justicia y no impunidad.
¿Cómo se puede, por ejemplo, permanecer indolente frente a 200 casos en que personas sufren daños irreparables en su visión?
Quienes no tienen derecho a equivocarse son los convocantes a manifestarse de manera incansable por más de un mes: dirigentes surgidos informalmente desde las organizaciones de la civilidad y gremios, sindicatos y colegios profesionales agrupados en la Mesa de Unidad Social que, en diferentes momentos, ciertamente no al inicio, se han plegado a estas multitudinarias manifestaciones sociales.
Deben separar aguas y condenar abiertamente a la violencia delincuencial y anarquista que está destruyendo patrimonio e infraestructura y que termina perjudicando, casi siempre, a los sectores poblaciones más alejados del centro, a los sectores más carentes y más abusados de la sociedad que se supondría están en el centro de las demandas sociales y por una nueva Constitución con grave deterioro del empleo.
Pueden hacerlo si tienen el coraje de ejercer su liderazgo con grandeza, consecuencia y creatividad.
Fue Gandhi que, con su testimonio, nos enseñó que la fuerza de la no violencia activa y la desobediencia civil está en apelar a “la fuerza de la verdad”. Así lo aprendimos haciendo historia durante la dictadura militar.
Por ejemplo, tomados con fuerza de los brazos bajo el Arco de Medicina de la Universidad de Concepción para impedir que los militares entraran al campus a golpear y a perseguir a nuestros estudiantes (¡y no entraron!)…o junto a los dirigentes de la Asamblea de la Civilidad, en las plazas de todo Chile en un ya lejano día del siglo pasado, simplemente a mediodía cantando el Himno Nacional bajo el agua nauseabunda del Guanaco y los gases lacrimógenos…o marchando por centenares por la vereda de la Diagonal hacia el Centro entregando una flor en señal de paz.
¡Queda poco tiempo! Hay que cambiar las fechas, los lugares y las modalidades de las movilizaciones, debemos como familias ocupar los parques,…hay que dejar solos a los vándalos y a los delincuentes.
Es necesario mantenernos movilizados hasta la realización del Plebiscito llamado “de entrada” pero de manera creativa, sobretodo buscando incorporar a este proceso a aquella parte de los jóvenes que, de manera a nuestro juicio equivocada, con ira legítima y muchas veces justificada, se suma a la violencia que sólo destruye.
Necesitamos nuevos caminos para un nuevo Chile.
Creo que la violencia anarquista y delincuencial nada tienen que hacer en el Chile Nuevo por el cual marchamos…tú, yo, él, NOSOTROS.
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