Hay muchas definiciones de pueblo, pero ninguna que diga que se trata de una minoría y que sus voceros son pocos, violentos y que no dejan hablar a los demás. Lo que hemos visto a lo largo del país han sido manifestaciones muy masivas de quienes piden ser oídos, respetados y decidir sobre el tipo de país que quieren. Esos han sido millones.
Algunos miles han hecho del despertar ciudadano una oportunidad para la destrucción y el vandalismo. Salen junto a la multitud, pero no son la multitud. Bordean la manifestación pacífica, pero no son la avanzada de la mayoría, sino su límite. Que se presenten juntos no quiere decir que sean una unidad.
La manifestación es lo que su nombre indica: un acto masivo que pone “de manifiesto” o hace presente la ausencia de los muchos en un espacio público, ámbito que se quiere recuperar de la captura de una minoría. El que sale a la calle lo hace para remecer con su presencia la sordera de los que tienen el poder y lo utilizan con el mayor de los egoísmos.
Pero en nuestro país lo que se expresa en los carteles, las consignas, los cantos y las coreografías no es el grito de agonía de los condenados, no es un lamento desesperanzado, es, por el contrario, la determinación colectiva de cambiar las cosas para mejor.
Es un despertar sano y enérgico. No ha estado ausente ni la alegría ni la esperanza, tampoco la confianza en lo que se puede hacer entre muchos por el respeto y la justicia.
No es el nuestro un país que se les ha vuelto ajeno, sino del que esperan se encamine por una buena senda, en la que todos tengan cabida. ¿Han sido desestimadas estas esperanzas?, ¿no encontraron ninguna respuesta? No, al revés, se encontró una forma de canalizar el cambio por la vía institucional y ese es el plebiscito.
En el plebiscito nadie habla a nombre del pueblo, sino es el pueblo mismo el que toma la palabra en directo, como nunca en nuestra historia, incluida la independencia.
Hemos tenido épicas de determinadas fuerzas políticas, momento de fervor popular, canalizados a través de grandes personalidades. Esta vez es distinto. Aquí tenemos a la gente misma como actor que abarca el escenario, sin mediadores, utilizando, eso sí, los más variados canales de expresión, pero sin depender de ninguno. Es un hecho único y tal vez irrepetible en una misma generación.
La expresión de todos los ciudadanos en decisión democrática no debe ser reemplazado por nada ni nadie. Quedan pocas semanas y el protagonismo ha de permanecer donde hoy se encuentra. Toda manifestación o acción de actores políticos debe subordinarse a este propósito.
No se trata de cambiar el predominio de los que tienen el poder y acostumbran a imponer las reglas, por el predominio de los que se imponen por confrontación con otras reglas de su gusto.
La violencia no es democrática, no es mayoritaria, no es popular. El que cree representar al pueblo no teme que el pueblo se exprese.
Del uso del voto la mayoría solo puede salir beneficiada, cuando se impone la violencia es una minoría la que gana y el pueblo no es minoría.
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