La escritora Chimamanda Ngozi Adichie comenzó a leer a los cuatro años, los libros que en Nigeria podía acceder, que en su mayoría procedían de occidente. Con más años comenzó a leer libros nigerianos y de otros países de África y como señala ella misma en algunas entrevistas, se abrió a otras posibilidades narrativas, contando la experiencia y la vida cotidiana de su propio entorno. Antes se imaginaba historias que estaban marcadas por otros tipos de personajes, muy lejanos de su país natal, con otro clima, con personajes de cierta clase social, con otras preocupaciones sociales.
Ella señala que de niña tenía una idea preconcebida de qué debían ser los libros o cómo debían escribirse. Por suerte para ella -y para nosotras que la leemos- esto cambió y se ha convertido con el tiempo en productora de relatos que desafían precisamente estos imaginarios estandarizados que muchas veces emergen en la literatura, cine y otros espacios culturales como las únicas historias posibles, las únicas verdades por contar, las historias merecedoras de aparecer.
Se acerca el 23 de abril, fecha en que se conmemora el Día del Libro y sigue siendo una conmemoración que sólo un sector pequeño de la sociedad chilena tiene en la retina, lo que sin duda puede "elitizar" una práctica que es vital para el pensamiento crítico. La lectura misma está en desventaja en relación al consumo de televisión, videojuegos y redes sociales. Obviamente en ello influye que el impuesto a la cultura sigue siendo un escollo importante para la democratización y acceso a la producción literaria.
Por otro lado, si hacemos una búsqueda rápida online veremos que los cinco primeros libros con más ventas en Chile son escritos por hombres. He hecho el ejercicio de mirar a quienes en el metro van leyendo libros -aunque suele ser poca, porque priman los celulares- generalmente son novelas o textos de escritores hombres. ¿Y si las historias que nos cuentan se vuelven en aquellas únicas posibles de aparecer? ¿Qué pasa con las otras historias, las subalternas, las que no siempre están en la palestra pública? ¿A cuántas mujeres estamos leyendo hoy que rompan las ideas clásicas de lo esperable en lo narrativo? ¿A cuántas personas indígenas? ¿A cuántos relatos migrantes? ¿De las disidencias sexuales? El desafío de la escritora Chimamanda Ngozi Adichie fue salir de la literatura occidental cuando niña... ¿Qué desafíos podemos autoimponernos para romper también las únicas verdades estandarizadas al que un tipo de literatura nos lleva?
Estamos ante un desafío importante frente a una industria cultural mediatizada por lo tecnológico y por contenidos pre-frabricados y fórmulas efectivas y rápidas de consumo de entretención que obviamente dificultan el fomento lector. Tenemos una titánica tarea de generar procesos atractivos de animación sociocultural a nivel comunitario que nos posibilite no sólo el aumento de la lectura, sino la diversificación de esa lectura hacia autorías nuevas que abran otros campos de posibilidad para realidades diversas de nuestra sociedad. Mis recomendaciones para empezar:
Otro aspecto no menor es la descentralización de la cultura: seguimos disponiendo parte de la mayor oferta cultural y lectora en los grandes centros urbanos, dejando a muchas regiones y espacios rurales, lejos de esta posibilidad.
Leer nos abre a otras posibilidades de mundo. Nos posibilita pensar críticamente y soñar con otras formas de relaciones. Pero queda mucho por hacer en nuestro país para hacer atractiva la lectura frente a la tecnología y su rapidez, recuperar las históricas formas de contar historias, la posibilidad de escribirlas...y no como una obligación, sino como un placer y goce.
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