En septiembre canta el gallo

En Chile, una parte significativa de la juventud vive en el margen: ni estudia ni trabaja. Esta realidad, que trasciende las estadísticas, revela un problema estructural de desigualdad y falta de oportunidades. No se trata solo de cifras, sino de vidas atrapadas en un presente sin promesas. Los ingresos laborales reflejan esta fragmentación. En 2024, el ingreso medio real fue de $897.000 mensuales, pero el ingreso mediano -más representativo de la realidad- apenas alcanzó los $611.000. Más de dos tercios de los trabajadores ganan menos que el promedio, y una proporción considerable se ubica entre los $400.000 y $600.000, niveles que muchas veces no garantizan una vida digna.

La brecha de género persiste como una herida abierta: las mujeres ganan en promedio 24,4% menos que los hombres, y la diferencia en la masa total de ingresos alcanza 45%. Esta desigualdad limita no solo el presente de millones de mujeres, sino también las posibilidades de construir un país más justo.

En este contexto se sitúa "En septiembre canta el gallo" (2024), dirigida por Nicolás Herzog. La película ofrece un retrato íntimo y poético de una juventud chilena que enfrenta incertidumbres cotidianas en un mundo laboral precario. Sus personajes encarnan la tensión entre la esperanza de un futuro mejor y los límites del presente. El canto del gallo se transforma en símbolo: no solo anuncia un nuevo día, sino que llama a despertar, a actuar, a reivindicar.

Aunque el salario mínimo nominal ha aumentado, alcanzando los $406.000 netos en 2024, su impacto se diluye frente a la inflación y la informalidad. Los asalariados del sector privado ganan en promedio $787.000, pero los trabajadores por cuenta propia -el 18,6% de los ocupados- perciben apenas $452.000. El mercado laboral chileno es heterogéneo, fragmentado y profundamente desigual.

El canto del gallo representa el llamado urgente a construir políticas laborales y educativas integrales, que aseguren una inserción efectiva, equitativa y digna para la juventud. Transformar la precariedad en inclusión, la desigualdad en justicia, es el desafío que no puede seguir postergándose. Detrás de cada cifra hay una historia, un sueño, una lucha. Escuchar el canto del gallo es asumir el compromiso de no dejar más generaciones a la espera.

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