El triunfo del mal

En "El triunfo de la muerte" (1562), Pieter Brueghel el Viejo retrata con sobrecogedora crudeza el azote de la peste, símbolo del poder omnímodo de la muerte sobre la vida. Aquella escena evoca una Europa medieval sumida en el feudalismo, la segmentación política y en una cosmovisión religiosa absolutista que sofocó el desarrollo científico y cultural durante mil años, lo que se ha denominado el oscurantismo.

El Renacimiento (siglos XV y XVI), que consagra el humanismo grecolatino, desplaza el eje teocéntrico hacia un nuevo paradigma antropocéntrico. El ser humano emergió como sujeto autónomo, dotado de razón, voluntad y con la capacidad de forjar su propio destino. Esta revolución intelectual dio origen a la Edad Moderna y abrió el camino a la Ilustración del siglo XVIII, que coronó la razón como herramienta del progreso humano hasta nuestros días, proclamando un principio inédito humanista: el respeto inviolable a la libertad y a la dignidad de cada ser humano, poniendo con ello las bases fundacionales del sistema democrático.

Este legado, sin embargo, nunca ha dejado de ser asediado. A cada avance del humanismo, han respondido fuerzas ultrareaccionarias empeñadas en revertirlo. Hoy, ese impulso regresivo ha hallado su campo de batalla en el mundo digital donde la mentira deliberada se perfecciona como eficaz arma política: la desinformación se despliega como una telaraña sobre la conciencia global para derrotar la democracia.

Ya no se requieren golpes de Estado, basta manipular la frustración de los marginados por el modelo neoliberal -que ha deslegitimado a los partidos tradicionales, de todo color, por no haber sabido redimir la desigualdad obscena- para, bajo el disfraz de libertad de expresión, ejecutar una ofensiva hábil y calculada destinada a instaurar una nueva hegemonía ideológica: la del retroceso oscurantista. Una involución cuidadosamente orquestada que apunta a reinstalar el autoritarismo como dogma, y la mentira, que engendra la ignorancia, en doctrina.

Ya no se necesitan tanques ni cuarteles para consumar el triunfo del mal, solo se requiere colonizar el debate público digital con falacias, y sembrar el descrédito de la ciencia, la cultura, la política (haciendo política), y la verdad misma glorificando la mentira. El triunfo del mal se nutre del control de los algoritmos alimentados de malbots, que difunden noticias y ataques políticos falsos.

Este nuevo oscurantismo -digital/real y profundamente autoritario- niega el pensamiento crítico; desmantela las instituciones de la democracia; desacredita la ciencia, la política (haciendo política), y naturaliza la ignorancia como forma de control. Con un odio visceral, nacionalismo extremo, negación del cambio climático y un discurso monotemático del miedo y odio -instrumento de los tiranos- a los migrantes que tantos éxitos electorales le otorga, el triunfo del mal global configura una cruzada ultrareaccionaria para restaurar un feudalismo tecnocrático oscurantista disfrazado de "libertad" y "seguridad".

El triunfo del mal no es sólo una amenaza política: es una regresión civilizatoria, un retroceso abismal que no pone en jaque únicamente a la democracia, sino a la mismísima posibilidad de un porvenir compartido civilizatorio humanista. El triunfo del mal se consuma con una cruzada contra la cultura, el saber y el porvenir.

El triunfo del mal global reparte ignorancia como método, sistema y dogma. El triunfo del mal es la negación palmaria del humanismo ilustrado, la disolución de los derechos universales y el desmantelamiento del Estado de derecho. Este nuevo oscurantismo no opera con cadenas, sino con pantallas encendidas.

Si un artista contemporáneo recreara hoy "El triunfo de la muerte", los cadáveres en la tela serían la democracia con nuestros derechos, la ciencia y el pensamiento crítico. Y al centro del lienzo, triunfante, estaría con su guadaña la peste de nuestro tiempo: la neoultraderecha oscurantista bárbara celebrando la muerte del humanismo ilustrado. El triunfo del mal es el triunfo de la muerte de nuestras libertades y derechos.

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