El método científico es un conjunto de procedimientos que busca generar conocimiento fiable mediante la observación sistemática, la formulación de hipótesis, la experimentación y la verificación de resultados. Su esencia no es acumular la verdad absoluta, sino ofrecer una forma disciplinada de reducir el error, distinguir entre lo real y lo que solo aparenta serlo. A diferencia de la intuición, la opinión o la fe, que pueden ser engañosas, el método científico se basa en pruebas que otros pueden replicar y comprobar.
El método científico no es un dogma ni una lista rígida de pasos, sino un sistema que se va autocorrigiendo cuando encuentras errores o incongruencias, hasta llegar a generar conocimiento confiable. Se basa en la observación rigurosa, hipótesis verificables, experimentación controlada y revisión de pares (otros investigadores que escrutan exhaustivamente en busca de errores). La clave está en la falsabilidad: la capacidad de una teoría o hipótesis de ser sometida a potenciales pruebas que la contradigan y ser refutada por la evidencia.
Esta apertura a la posibilidad de la existencia del error es lo que da fuerza al conocimiento científico. Una hipótesis sobre la eficacia de un medicamento, no se valida porque sea repetida mil veces sino porque resiste experimentos diseñados para demostrar lo contrario. El consenso científico no significa unanimidad ciega, sino un conjunto de pruebas independientes que se orientan hacia la misma dirección.
La pseudociencia imita el lenguaje y las formas externas de la ciencia, pero carece de su núcleo crítico. Habitualmente presenta afirmaciones imposibles de comprobar, conclusiones basadas en anécdotas y una resistencia sistemática a la revisión externa o de pares críticos. La astrología, la homeopatía o las teorías antivacunas comparten ese patrón: se protegen de la refutación creando explicaciones circulares o apelando a conspiraciones cuando la evidencia las contradice. Su atractivo radica en que ofrece certezas rápidas y sencillas en un mundo complejo. Pero esta simplicidad es engañosa, frente a la duda meticulosa del método científico, la pseudociencia vende seguridad absoluta, aunque sea falsa.
Un ejemplo doloroso de la pseudociencia son las "terapias" alternativas que prometen curar el cáncer con hierbas, venenos de alacrán, imanes o ayunos. Se ofertan falsas terapias contra el cáncer y dietas milagrosas que llevan a abandonar tratamientos eficaces, provocando muertes, sufrimiento, deficiencias nutricionales, pérdidas económicas y, en algunos casos, daños irreversibles a la salud.
Un reciente ejemplo de engaño de la pseudociencia es la supuesta relación entre el consumo de paracetamol (conocido por su nombre comercial disponible en Estado Unidos, Tylenol) durante el embarazo y el desarrollo de trastornos del espectro autista (TEA) en los hijos. Algunos estudios observacionales identificaron correlaciones, pero CORRELACIÓN NO ES CAUSALIDAD.
Este punto merece ser subrayado con ejemplos claros:
El problema surge cuando las correlaciones se presentan al público como verdades irrefutables. El método científico exige distinguir entre coincidencias estadísticas y un vínculo causal real. Para establecer lo segundo es necesario hacer estudios controlados, replicables y revisados por la comunidad científica. Hasta ahora esa evidencia no existe en el caso del paracetamol y una vasta comunidad científica de todo el mundo ha llamado a clarificar esta información. Sin embargo, existen en ciertos medios de comunicación y foros digitales con titulares alarmistas que han amplificado la falsa afirmación de que el Tylenol "causa" autismo, creando miedo innecesario, desconfianza hacia la comunidad médica y por sobre todo, exponiendo al feto a mayores riesgos al no tratar cuadros febriles, los cuales si tienen evidencia de ser deletéreos durante el embarazo.
El gran malentendido es creer que la ciencia exige fe. Al contrario, lo que la hace robusta es que no depende de la fe de nadie, sino de datos verificables. Cuando una hipótesis falla ante la evidencia, se descarta. La pseudociencia en cambio nunca hace ajuste, permanece inmutable aunque la realidad la contradiga. La confianza en la ciencia no significa aceptar sin cuestionar, sino entender que sus mecanismos de autocorrección, aunque a veces lentos, producen un conocimiento más sólido que cualquier intuición personal o video viral.
En un mundo saturado de información, la frontera entre ciencia y pseudociencia se vuelve difusa para el ciudadano común. La tarea no es solo de los científicos, es de toda la sociedad: periodistas que informen con rigor, educadores que enseñen pensamiento crítico, instituciones que comuniquen con claridad y ciudadanos dispuestos a dudar de lo que es demasiado fácil para ser verdad.
Dado la polarización actual a nivel mundial, en donde la política busca a ratos quebrarle la mano a la ciencia, es necesario establecer con total claridad que la necesidad de seguir la evidencia científica no es opcional, es una responsabilidad colectiva. Cada vez que alguien comparte un rumor en lugar de un dato, pone en riesgo a otros. Cada vez que se siembra la desconfianza hacia la medicina basada en pruebas o se difunden teorías conspirativas, se alimenta una ola que puede costar vidas.
La evidencia científica no es perfecta, pero es lo mejor que tenemos, seguirla no es un acto de fe: es una responsabilidad de sensatez y compromiso por el futuro, el futuro de todos.
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