En Chile, los homicidios representan alrededor del 1% de todas las muertes anuales, pero concentran más del 70% de la cobertura televisiva sobre mortalidad. Lo que menos ocurre es lo que más se muestra. Más que un reproche a los medios, este dato invita a reflexionar sobre cómo el miedo orienta la atención pública y qué consecuencias tiene esa selección en nuestra salud colectiva.
Desde la salud pública sabemos que la percepción del riesgo es tan determinante como el riesgo en sí. Cuando la violencia ocupa el centro del relato informativo, la ciudadanía ajusta su conducta, restringe su movilidad y refuerza la idea de que el principal peligro proviene del crimen. Mientras tanto, las causas que explican la gran mayoría de las muertes -como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, el tabaquismo o los accidentes de tránsito- permanecen fuera del foco cotidiano. Lo urgente desplaza a lo importante.
No se trata de restar gravedad a los delitos violentos ni de negar la legítima preocupación por la seguridad. El problema es cuando esa preocupación se convierte en una narrativa única, que deja fuera los riesgos que realmente amenazan la salud de millones de personas. En un país donde el tabaquismo causa más de 16.000 muertes al año y el sedentarismo supera el 80% entre los adultos, el desequilibrio informativo tiene un costo: una población asustada pero mal informada.
Cada minuto de televisión dedicado a la violencia es un minuto que podría destinarse a alertar sobre factores de riesgo, difundir los beneficios de la prevención o explicar cómo acceder a una atención oportuna. Esa omisión no es solo editorial; es una pérdida de oportunidad sanitaria. La evidencia muestra que la comunicación pública puede modificar conductas, salvar vidas y fortalecer la confianza social. En cambio, el miedo sostenido erosiona la salud mental, fomenta la desconfianza y deteriora la convivencia.
Informar con perspectiva sanitaria no significa ocultar la violencia, sino ponerla en contexto. Mostrar las tendencias reales, distinguir tipos de violencia, visibilizar las respuestas comunitarias y destacar los avances en prevención son formas de ampliar la mirada sin restar rigor. La seguridad pública y la salud pública no son mundos separados: ambas buscan proteger la vida y reducir el daño.
Hablar menos de crímenes no significa esconder los problemas, sino abrir espacio para otros temas que sí pueden mejorar la vida de las personas. La salud pública ofrece historias urgentes y esperanzadoras: los beneficios de la vacunación, la detección temprana del cáncer, la importancia de la salud mental o los avances en prevención del tabaquismo y la obesidad. Comunicar esos contenidos también es hacer seguridad, porque promueve bienestar, confianza y cohesión social. En tiempos de ruido y alarma, informar sobre cómo vivir mejor puede ser un acto mucho más transformador que insistir en lo que nos asusta.
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