El último debate presidencial abarcó temas cruciales para nuestro país, tales como la seguridad pública y el crimen organizado, la gestión económica (incluyendo el presupuesto y el gasto público), y ciertas disputas valóricas e históricas (como la despenalización del aborto y el destino de Punta Peuco), la educación fue abordada de manera tangencial y desde el conflicto. Fue un verdadero festival de fuegos artificiales, con misiles y granadas, hubo más chispas que espectáculo pirotécnico de Año Nuevo, con más humo y menos brillo, algo así como... mucho ruido y pocas nueces.
Estuvo centrado principalmente en la crisis de servicios, mencionando la necesidad de recuperar la educación pública y resolver dificultades administrativas, sin embargo, se patentizó una notable falta de profundidad en el cómo lograr el reencantamiento del estudiante. Se habló de la necesidad de recobrar la educación, pero no se explicó la estrategia para recuperar a los alumnos, es decir, diagnosticaron el resfrío, pero no dieron posibilidad real de mejora, se olvidaron del individuo, del estudiante, del niño. Y bien sabemos que el que espera... desespera.
La crisis de revinculación y asistencia escolar no recibió el énfasis ni el escalafón que su dimensión social y económica requiere, los futuros liderazgos deberían haber relacionado propuestas concretas que reencanten la experiencia escolar. La escuela debe ser priorizada como el principal garante de equidad social y desarrollo integral. Si el estudiante no está en el aula, el aprendizaje es nulo, porque camarón que se duerme... se lo lleva la corriente.
Como el saber no ocupa lugar y quien siembra cosecha, el 2026 debe ser el año donde cada hogar, cada institución y cada líder político se formen para priorizar la escuela como el epicentro de la esperanza. Dejemos atrás las indiferencias y las evasivas; la educación de nuestros niños y niñas es la transformación más estratégica y moral que podemos realizar.
Por eso el llamado a que nos invadamos de la pertenencia escolar, en la compleja y dinámica lucha de los estudiantes por sentirse aceptados, valorados e integrados dentro de su comunidad educativa. Bien sabemos que la esperanza es lo último que se pierde y en la batalla por el bienestar estudiantil, la expectativa es el último amparo.
Recordemos que árbol que crece torcido, difícilmente su tronco endereza, es compromiso de toda la comunidad educativa asegurar que la base emocional y motivacional de nuestros niños esté firme y erguida desde el inicio, para que su futuro no se doblegue ante las adversidades. En estas votaciones tangamos presente que el que siembra ignorancia, cosecha malos gobernantes.
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