La reciente alerta de la OCDE sobre el acelerado envejecimiento de Chile no solo habla de cifras: habla de una experiencia humana que se está volviendo cada vez más común. Vivimos más, pero muchas personas mayores viven más solas. Y cuando la vida se alarga sin vínculos, la soledad deja de ser una emoción para convertirse en un problema social.
Al mismo tiempo, miles de niños enfrentan una realidad opuesta pero igualmente frágil: crecen rodeados de ruido, pantallas y exigencias, pero con poco tiempo de atención adulta de calidad. En los primeros años de vida -cuando se forma el lenguaje, la comprensión y la seguridad emocional- esa ausencia pesa más de lo que creemos.
En ese cruce aparece una posibilidad que rara vez miramos: que una generación cuide a la otra. Este invierno, en el programa "Adultos mayores, niños lectores", que impulsamos junto al municipio de Lo Barnechea, vimos cómo algo tan simple como leer juntos podía producir cambios reales. No se trataba solo de libros: se trataba de presencia, ritmo, escucha. Para muchos niños fue su primer espacio de lectura sin apuro. Para muchos adultos mayores, un lugar donde volver a sentirse necesarios. El efecto fue doble. Los niños mejoraron su comprensión lectora, pero también su capacidad de concentrarse y vincularse. Y los adultos mayores, al asumir un rol activo, dejaron de ser beneficiarios para convertirse en protagonistas de un proceso que les devolvía sentido.
Con el apoyo de aliados privados, esta experiencia se replicará durante el verano en distintos municipios del país. No como una actividad recreativa más, sino como una respuesta concreta a tres desafíos que suelen tratarse por separado: el rezago lector, la soledad en la vejez y la sobrecarga de las familias durante los meses sin colegio.
Mientras los niños reciben acompañamiento y estímulo, los padres pueden trabajar con mayor tranquilidad, y los adultos mayores encuentran un espacio donde su tiempo y su experiencia importan. No es caridad: es diseño social inteligente. Estas soluciones intergeneracionales no son anecdóticas, son una forma de reconstruir tejido social a partir de lo más básico: una historia compartida.
Que este verano multipliquemos los espacios donde alguien lee y alguien escucha. Porque cuando un cuento une, algo más profundo también empieza a repararse.
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