El 7 de agosto de 2025 quedará en la historia de los derechos humanos, pues la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) declaró, por primera vez, que el cuidado es un derecho humano autónomo. No como un apéndice de otros derechos, no como un "beneficio" o "prestación social" condicionada, sino como una obligación de los Estados hacia sus pueblos: todas las personas tienen derecho a cuidar, a ser cuidadas y a cuidarse a sí mismas. Una frase sencilla, pero que cambia la forma en que entendemos la vida en sociedad.
Quienes hemos vivido -y seguimos viviendo- la experiencia de cuidar a una persona con alta dependencia sabemos que el cuidado no es un gesto de amor romántico eternamente disponible, sino un trabajo intenso, permanente y con costos físicos, emocionales y económicos.
Más allá de su alcance jurídico, esta declaración pone sobre la mesa algo que rara vez discutimos: el tiempo. Cuidar, ser cuidado y cuidarse no es posible sin tiempo. Y el tiempo, aunque parezca democrático, es uno de los recursos más desiguales que tenemos. Hay quienes pueden organizarlo a su favor, comprarlo a través de servicios y delegarlo; y hay quienes lo entregan casi por completo al trabajo, a las labores domésticas o al cuidado de otros, sin un solo minuto para sí mismos.
La sentencia de la Corte IDH habla de dignidad, igualdad y corresponsabilidad social, pero también, de manera implícita, del tiempo como base para ejercer cualquier derecho. Porque sin tiempo, la salud se posterga, el descanso se vuelve un lujo y el autocuidado desaparece. Y cuando el tiempo se agota, lo que se resiente no es solo el cuerpo: también la capacidad de imaginar y construir un proyecto de vida propio.
En América Latina, las mujeres dedican en promedio tres veces más tiempo que los hombres al trabajo no remunerado de cuidado. Son horas que no aparecen en las cuentas nacionales, pero que sostienen la economía y la vida. Horas que, paradójicamente, al no ser reconocidas, terminan restando especialmente para ellas, oportunidades de educación, empleo y autonomía económica.
Reconocer el cuidado como derecho es también reconocer el derecho a disponer de tiempo para ejercerlo en condiciones justas. Y ahí está el verdadero desafío: repensar cómo distribuimos un recurso que no se multiplica, pero que sí se puede repartir mejor.
La noticia de la Corte IDH no es solo una victoria para quienes cuidan o reciben cuidados; es una certeza que nos alcanza a todos: en algún momento de nuestra vida estaremos, sin excepción, en uno de estos tres lugares -cuidando, siendo cuidados o cuidándonos a nosotros mismos-. Y entender esa verdad debería impulsarnos a construir una sociedad que no solo valore el tiempo, sino que lo reparta con justicia.
Porque, al final, la igualdad no se mide solo en ingresos o acceso a servicios, sino también en algo mucho más invisible y decisivo: las horas que tenemos para vivir la vida que queremos.
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