El arte se manifiesta en las canciones que levantan el ánimo, en las películas que hacen reír o llorar, en un poema que recuerda el amor de la infancia y en las pinturas que invitan a remirar el mundo. Sin embargo; mientras la música, la escultura y el teatro enriquecen la vida de los consumidores de éstas y otras manifestaciones artísticas, a menudo no enriquecen los bolsillos de sus creadores. Esta apreciación intuitiva se corrobora con información oficial al consultar por ejemplo el sitio Mi Futuro del Ministerio de Educación, donde en las carreras artísticas apenas se alcanza en promedio un salario mensual al cuarto año de ejercicio profesional de un millón de pesos.
"El arte no paga" es la popular consigna que no solo inquieta a las familias de clase media cuando uno de sus miembros emprende un oficio en el campo de las artes, sino también a algunos economistas que intentan responder por qué los productos artísticos, pese a ser muy deseados, no son altamente demandados.
Un lujo ante la austeridad
Históricamente las manufacturas y servicios del arte en Chile no han sido considerados como bienes transables de primera necesidad. De hecho, durante la pandemia del Covid-19 todos los productos artísticos fueron excluidos de la lista de "esenciales". Ante apremios económicos, la gente recorta gastos privándose de asistir a conciertos, visitar galerías y comprar artesanías. Este comportamiento de los consumidores afecta directamente los ingresos de cualquier artista ya que su trabajo suele ser sacrificado en tiempos de austeridad.
El ganador se lo lleva todo
El economista Sherwin Rosen crudamente describió que unos pocos artistas capturan la casi totalidad de las recompensas. Este estadounidense, especialista en el mercado laboral, estableció en 1981 que la gente prefiere pagar por obras de superestrellas en vez de hacerlo por las de otras que, aun siendo excelentes artistas, no tienen la misma superlativa reputación. Mientras Mon Laferte con su canto, Roberto Matta con sus pinturas e Isabel Allende con sus novelas han ganado millones de pesos, otros innumerables artistas casi igual de talentosos han tratado con dificultad de llegar a fin de mes.
Por los puros aplausos
No todos los artistas hacen del arte su profesión. Hay quienes se sienten pagados con el solo el placer de crear. Estos artistas echan a perder el negocio de quienes sí aspiran a cobrar por sus productos artísticos pues la gente no está a dispuesta a pagar por una obra de teatro, una ópera o un recital rock donde gratuitamente se ofrece otro similar. Así, quienes crean con el único propósito de ser escuchados, leídos o vistos; hacen que el precio de la manufactura o servicio artístico disminuya cuando dichos "románticos" oferentes no son pocos y cuando sus productos son difícilmente diferenciables. Por lo tanto, cuando unos producen únicamente por "amor al arte", otros artistas que legítimamente quieren lucrar con su quehacer, resultan perjudicados.
La maldición del trabajo por encargo
Varias profesiones artísticas suelen operar a pedido, generando para sí ingresos esporádicos e inciertos. Una bailarina puede hoy obtener un papel codiciado en una danza, pero después enfrentarse a meses de desempleo. Un pintor ahora puede vender una obra maestra y nada en lo que resta del año. Esta volatilidad de ingresos genera gran inestabilidad financiera en el creador, agravándose cuando las habilidades musicales, fotográficas, literarias, teatrales y pictóricas no son valoradas en industrias distintas a las del arte. Es decir, el artista laboralmente no diversificado carece de mercado alternativo para aliviar periodos de "vacas flacas".
Un buen artista es un buen gerente
Si una persona quiere ser el pilar financiero de su hogar a través del arte, inexorablemente debe saber de negocios. Pese a esta obviedad, los programas de pregrado de carreras artísticas en Chile muestran en general una ausencia explícita de asignaturas de administración y economía. Este déficit en la formación profesional debilita el desempeño en escenarios laborales de alta competitividad donde el Estado tan sólo tiene un rol subsidiario. Conocimientos fundamentales de microeconomía, evaluación de proyectos y marketing son imprescindibles para vivir del arte en un país donde impera el libre mercado y la lógica neoliberal.
Al arte es una industria, aunque duela aceptarlo
Un artista en su afán de lucro compra insumos a proveedores y los transforma en productos para venderlos a clientes. Ya sea un poeta, una actriz o un escultor; todo artista requiere energía, información y materia para ofrecer su obra en el mercado. El comportamiento de estos procesos con sus variables físicas, biológicas y sociales donde además participan otros agentes económicos, en Chile no ha sido satisfactoriamente abordado. De hecho, según las estadísticas del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación para el periodo 2010-2022, tan solo salieron a la luz 509 publicaciones del Arte, muy inferiores a otros campos como Ciencias Ambientales y Astronomía-Astrofísica que llegaron a 6.378 y 15.881 respectivamente. Este desconocimiento por parte del Estado y por privados de la economía del arte, frena su desarrollo, haciendo que esta industria no despegue con el mismo vigor que otras lo hacen gracias a la comprensión de su complejidad.
A pesar de estas seis causas y probablemente otras aún no develadas que en conjunto empujan al artista a la pobreza, el quehacer de este agente económico perdura porque hace que la vida valga la pena. Es la canción que se escucha después de una ruptura sentimental, la película que devuelve la fe en la humanidad, la pintura que muestra armonía en un entorno desordenado, la escultura que asombra por su perfección, el radioteatro que hace imaginar nuevos paisajes y el cómic que no sólo entretiene, sino además auto identifica.
Por lo tanto, si de alguna manera se atacan estas seis causas es muy probable que aumenten los incentivos para la producción de arte; el cual, con su poder inspirador, provocador y conector, haga de Chile un país más rico.
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