Un hombre nacido en Italia entra a una sastrería chilena, necesita preparar su traje matrimonial, se acerca la boda y también el encuentro con sus raíces chilenas. En la obra "El Traje del Novio" podremos encontrar el drama real de los miles de niños que, vía engaños, fueron enviados al extranjero durante la dictadura de Pinochet (1973 a 1990) para concretar adopciones ilegales.
La ficción basada en estos crudos hechos históricos es una de las obras más premiadas del último tiempo y está dirigida por Héctor Morales, con Guilherme Sepúlveda y Diana Sanz en los roles centrales, con mención especial para la actriz que recibió el Premio Mejor Actuación 2022 del Círculo de Críticos de Arte de Chile por este papel.
La poética del acontecer lleva a Francesco en Concepción a la sastrería de Olivia, un lugar cuya luz y colección de prendas en fila de producción nos hace pensar en una muchedumbre silenciosa, presente en el encuentro de estos personajes peregrinos de las líneas del destino.
Tijeras, reglas, hilos, moldes y huinchas serán las herramientas con que el hado tratará de recuperar el tejido del tiempo perdido, donde las distancias culturales irremediables deben ser superadas para recuperar un parentesco. Más allá de la rabia e impotencia ante la injusticia, ambos se exponen de forma poética y hasta nos regalan momentos de ese sentido del humor, imprescindible para sobrevivir a las pesadillas.
A ella le tocó no sólo sobrevivir a la dictadura, sino también a la eterna post dictadura, con su precariedad laboral y leyes del mercado, donde siempre hay un pez más godo. Su carácter hosco, es la atalaya con la cual ha podido superar estas duras cinco décadas. Francesco aparece como una persona cuya sensibilidad lo trae, no sólo a la épica del amor, sino también a la exploración de las idiosincrasias chilenas inmersas en su ADN, debajo de una lengua materna enquistada.
En las tablas se encontrarán también todos esos recovecos de nuestras propias epopeyas familiares, donde el habla heredada es el sostén de esas odiseas emocionales durante la construcción de la propia historia, a partir del puerto filial desde donde hemos zarpado.
No sólo está el hecho histórico en torno a una maternidad agredida y vejada, también se exponen los inevitables puentes generacionales entre madres e hijos. Algunos se pueden cruzar, otros están rotos, algunos se podrían reconstruir.
Unos 630 niños fueron llevados a Suecia de forma aberrante en los años de la dictadura, según la investigación "Niños y niñas chilenos adoptados por familias suecas. Proximidad diplomática en tiempos de Guerra Fría (1973-1990)", de Karen Alfaro y Luis Morales. Una red siniestra que mentía sobre el abandono de niños chilenos para usar la adopción humanitaria en Suecia. Toda una farsa, donde los críos eran arrebatados a los padres de extracción humilde con el fin de destinarlos a familias de ese al hostil país al régimen de facto, en una absurda operación para mejorar la imagen del dictador en el exterior.
"El Traje del Novio" permite reflexionar sobre los 50 años del golpe del '73, en un país donde nadie desea hacerlo. Las lecciones e interpretaciones están aún en cada trinchera, un proceso absolutamente diferente al vivido por Europa, luego de la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de la evidencia histórica, junto a la carencia absoluta de una real transición hacia una democracia, los bandos aún son irreconciliables y es imposible un relato unificado, como sí se pudo conformar en el viejo mundo luego de las atrocidades cometidas por nazis, fascistas y stalinistas.
¿Se imaginan al derechista Charles De Gaulle gobernando la Francia de los '60 bajo la Constitución de la República de Vichy, hecha por los colaboracionistas? ¿Era posible una España inserta en la Unión Europea con un orden franquista y sin la Constitución de 1978? ¿Era posible una Italia moderna sin un Partido Comunista pro UE que se alejó del leninismo?
Chile a este respecto ha vivido una barbarie, pues aún vivimos bajo la Constitución de 1980, elaborada bajo la dictadura, aprobada vía fraude electoral y consolidada por la Concertación, que en 1987 decidió aceptar ese legado institucional, ante la catástrofe de no tener cargos hasta 1998, año en el cual Pinochet saldría del poder según su itinerario.
Una vez en el trono y montados en cifras azules, toda la revolución armada de derecha de 17 años generó en los nuevos gobernantes otro curioso efecto sueco: el síndrome de Estocolmo. Se enamoraron del modelo socio-económico construido por el régimen de facto y se fueron 3 décadas, hasta el estallido generacional de 2019.
El blanqueo de imagen de los colaboracionistas, la simulada transición y el crecimiento de la teoría del empate fueron fundando negacionismos de derechas y grupos de combate urbano en las nuevas izquierdas. La destrucción de Plaza Italia no sólo devastó nuestro débil ethos y la posibilidad de un ágora, fue la demolición de la posibilidad de un relato de post guerra fría. Sus responsables, son quienes nada hicieron por edificar una real democracia tras la muerte del dictador.
Madre e hijo se reencuentran en una sastrería y uno recuerda los travestismos políticos en izquierdas y derechas para meter todo debajo de la alfombra. Cuando se instaló el todo vale, la colusión, la molotov y la barra brava. Ahora madre e hijo se han reencontrado, pero en un país lumpen, donde ninguna derecha ha condenado el golpe, ni las izquierdas superaron su neoliberalismo o el castrismo.
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