Emociones en la vida y en política

A raíz del golpe emocional que se ha hecho público y masivo en Chile por el accidente en Juan Fernández, no dejo de sorprenderme nuevamente de la lucidez del biólogo Humberto Maturana, quien desde su trabajo científico y su sensibilidad humana, ha puesto en el mundo entero y en el más alto nivel del pensamiento, la reflexión sobre el lugar que ocupan las emociones en la constitución y en el quehacer de lo que llamamos lo humano.

Hace más de veinte años me sorprendía con expresiones de Maturana como las que cito a continuación: “Mantengo que no hay acción humana sin una emoción que la funde como tal y que la haga posible como acto”;  “No es la razón la que nos lleva a la acción, sino la emoción” y “La emoción fundamental que hace posible la historia de hominización es el amor”.

Estas fueron dichas en conferencias y publicadas en un libro, cuyo título también parece que fuera escrito en el fragor de nuestra contingencia: “Emociones y lenguaje en educación y política”.

Pero mi opinión en esta columna no versa sobre Maturana, sino sobre las emociones en la contingencia política.

Y para ello quiero partir por tres acontecimientos no políticos con repercusión nacional, principalmente por el poder que tienen los medios de comunicación de introducir en cada hogar lo que acontece en cualquier parte del mundo.

Se trata del terremoto y maremoto de febrero del 2010, del colapso de la Mina San José y rescate de los Mineros atrapados en ella, y el reciente accidente aéreo en el archipiélago de Juan Fernández, que afectó a personas ampliamente conocidas, especialmente el rostro televisivo Felipe Camiroaga.

Estos tres acontecimientos me han hecho pensar en el poder de las emociones y en la esperanza de que el amor sea lo que constituye lo humano, tal como sostiene Maturana, aclarando que no lo hace desde una creencia religiosa, sino desde la biología.

En los acontecimientos señalados, tiendo a interpretar que la emoción más común y potente que expresan las personas cuando se les consulta o cuando espontáneamente comentan los hechos, es la “empatía”.

Entiendo esta emoción como la capacidad de los seres humanos de ponerse en el lugar del otro y de sentir con y como el otro, y a partir de ahí, disponerse a actuar con ese otro tal como esperaría que actuaran con uno en circunstancias similares.

Esto se expresa en las situaciones que comento, en el llanto por un dolor compartido, en el acercamiento físico al lugar donde se encuentran las personas más directamente afectadas, en cadenas de solidaridad espiritual o material que generan acciones concretas de vínculo amoroso y, cuando es el caso, en la celebración generalizada por un final feliz, que consiste en que se puso fin a una situación de dolor.

Pienso que esta “empatía”, en cuanto emocionalidad espontánea de nuestra humanidad más próxima (me refiero a la chilena), hay que intentar —por todos los medios— transformarla en una emocionalidad que se establezca como fundamento y condición de posibilidad del quehacer político.

¿Cómo se expresaría la empatía en política?

Primero, en que cada integrante de una colectividad se sienta parte de la misma, poniéndose como individuo en el lugar del otro, junto con ponerse como colectivo-país en el lugar de los sectores que viven la tragedia cotidiana de la marginación de los beneficios del ordenamiento y reparto de los bienes, que como sociedad supuestamente compartimos.

Para que esto ocurra, es necesario alimentar el conocimiento de la realidad en lo que tiene de tragedia, con el fin de que no sea posible evitar la espontaneidad de la emoción empática con esa situación.

Esta emoción también se expresaría en el optimismo, en la esperanza y en la visualización de un final feliz que supere la tragedia.

La empatía en la esperanza (que según se repite es lo último que se pierde) es el aliciente que puede movilizar la voluntad y la acción de contribuir (o al menos de no entorpecer) la solidaridad efectiva hacia la superación del estado de tragedia.

Finalmente, la empatía se reflejaría en un quehacer político donde se diseñaría el ordenamiento colectivo y se encauzarían acciones eficaces para la superación de la tragedia instalada y para la construcción del nuevo estado de cosas.

Pienso que las tragedias ocasionales e imprevistas que nos golpean emocionalmente y despiertan la emoción fundante de lo humano según Maturana, son una oportunidad para tomar decisiones sobre la manera de incorporarla en la política.

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