Esclavitud

Antes de lanzarnos a valorar 12 años de Esclavitud conviene aclarar el siguiente punto, una película que trata sobre uno de los sucesos más vergonzantes para la historia de la humanidad no la convierte automáticamente en un producto artístico de calidad.

Una película sobre el Holocausto en la que se muestren de forma hiperrealista las torturas y asesinatos de judíos puede funcionar como documento histórico, pero es posible que no sea una buena película. Aunque luego gane 12 Oscar y recaude 12 millones por día.

Y si tan solo nos atenemos al guión, 12 años de Esclavitud no pasa de ser una cinta convencional, de desarrollo lineal, con los esperables flashbacks made in Hollywood, y con algunos diálogos, no todos, intrascendentes y poco verosímiles.

Por suerte y gracias a Dios, como diría alguno de los esclavistas del filme con la biblia en la mano, este proyecto recayó en manos del director Steve McQueen; si cae en las de un heredero del modo y estilo spielbergiano, por poner un ejemplo, la cinta hubiese sido un fiasco moralizante.

McQueen suple las carencias y la falta de osadía del guión ofreciendo una película formalmente notable, con momentos magistrales. Solomon, el protagonista, se nos presenta como un esclavo liberado, músico respetado que vive ceñido a las normas y hábitos de cualquier blanco respetado en el estado de Nueva York junto a su familia esposa e hijos. Su vida da un giro drástico al ser secuestrado por unos negreros. Y navega nuevamente encadenado al “infierno” sureño del año 1850.

A pesar de que ya conocemos al dedillo la historia que nos van a contar, McQueen logra alterar la forma en que lo hará ya que el fondo es, obviamente, inalterable.

Durante el viaje de Solomon en el barco de vapor o la venta ante su primer amo, el director logra sacarnos de la pereza de lo predecible y nos permite darnos cuenta de que estamos ante algo más que otra historia sobre la esclavitud en el siglo XIX norteamericano. McQueen opta por aplicar grandes dosis de belleza fotográfica, frialdad estética y realismo a la historia.

Mientras Solomon llega a la mansión de su primer amo, empezamos a contener el aliento. Y la canción que entona el siempre subyugante actor Paul Dano (Petróleo Salvaje, Prisoners) nos anuncia que 12 años de Esclavitud va en serio. Pero nuevamente, aparecen algunas lagunillas en el guión. La progresión dramática sufre algunas caídas, innecesarios y prolongados flashbacks y algunas escenas intrascendentes.

Por suerte, el personaje de Michael Fassbender irrumpe en escena como el segundo amo de Solomon. Y no todo el mérito es el de gran actor alemán, sino de lo bien dibujado que está y lo simbólico que resulta, esta vez sí, gracias al guión de John Ridley.

Edwin Epps es el personaje más verosímil y complejo de la cinta, un tipo deteriorado mentalmente, fisurado en sus emociones por una desviada fe cristiana, consumido por el alcohol y por su histérica esposa, pero sobre todo, por su enfermo deseo y dependencia sexual hacia una de sus esclavas.

Este personaje nos permite reflexionar y llegar a la conclusión de que la esclavitud nunca ha sido una historia de blancos, negros o indios, de buenos y malos, sino de poderosos y parias. Alguna vez escuché una máxima que reza “hay dos clases de hombres, los que tienen la pistola cargada y los que cavan". (Pero la pistola y la pala, cambia muchas veces de mano a lo largo de la historia del hombre).

“Uds. pagaran por esto” le dice en un momento, el personaje canadiense que interpreta Brad Pitt al esclavista norteamericano. ¿Qué hay detrás de esa afirmación? Tal vez de paso a otra pregunta.¿Qué se podría esperar visionariamente, en 1850, de una nación que esta fundando gran parte su supuesta futura grandeza espiritual y riqueza material en esta bestial y despiadada forma de comercio?

De aquí en adelante el filme nos hará testigos de una buena cuota de melodrama, latigazos, carne desgarrada, sangre, traiciones y un desenlace digno de película ganadora de un Oscar. Pero prefiero quedarme con los momentos en los que el director Steve McQueen, así como en su gran filme 2011 Shame, aquieta e inquieta su cámara y utilizando su lente más reflexivo nos mete en la piel flagelada y en los ojos vidriosos del protagonista para narrarnos un trocito de ese gran e inagotable manantial que es el dolor humano.

Para aquellos que piensen en lo avanzados que estamos y que doloroso y reparador es rememorar este horror de hace 150 años, les recuerdo que el esclavismo del siglo XXI es una realidad y que somos parte de el, al comprar productos hechos en régimen esclavista en países donde operan a sus anchas fabricantes que explotan a millones de personas , chinos, vietnamitas, indios, africanos, tailandeses que hoy en día ni siquiera tienen para comer y se les explota por 16 horas diarias de trabajo por un pago miserable.

Guardemos algunas lágrimas al salir del cine para derramarlas otro día, cuando compremos algún producto de bajo precio venido desde esas latitudes.

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