En una entrevista pública un personaje de la farándula, al referirse a las diferencias entre las mujeres en cuanto a su deseo sexual afirma que “unas se excitan con un beso en el cuello y otras que les estai (sic) dando un beso en el seno ni se inmutan”.
¿Se habrá preguntado el personaje en cuestión porqué se dan estas diferencias?
¿Pensará tal vez que las mujeres nacen y mueren de acuerdo a características que les son intrínsecas? Algunas fogosas y otras no.
Está claro que la pregunta no se formula y podrá a muchos parecer que no es necesario que se formule. ¿Sabrá él (sabremos nosotros, los hombres) cuál es la historia que se ha grabado en un cuerpo? ¿Podría tal vez nuestro amigo (y uno también) pensar que aquella es una historia que se prefiere no contar o, peor, aún un cuerpo que se resiste a que la propia mujer reconozca allí la parte de la historia que fue obligada a olvidar?
No son banales estas preguntas. No es banal tampoco la indiferencia frente a la sensibilidad de una mujer.
Piénsese que hasta nuestro Premio Nobel es indiferente al no-deseo de la mujer a quien ha penetrado: “Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara … Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama … El encuentro fue el de un hombre con una estatua … Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible”. Tal vez Neruda la prefiere ausente, tal vez el país masculino las prefiere ausentes (o no tan presentes quizás). Hay en afirmaciones como estas dos o tres indicaciones que la nuestra no es una sociedad que se acerque a su madurez sexual, moral o intelectual.
La indiferencia frente a las historias que el cuerpo quiere (y no quiere contar) habla, en primer lugar, de una ausencia fundamental de empatía, de la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de ser el otro en los momentos fundamentales. Es una apatía mórbida la que se vive frente a la alegría, al gozo o al sufrimiento de lamujer, y de aquí a enarbolar al día siguiente un letrero que diga, “Ni una menos” no hay más que un tenue paso.
Pero la indiferencia no expresa solo el aprendizaje de a quienes se nos enseñó a pasar por el lado de los sentimientos y deseos de las mujeres para obtener de ellas nuestro placer sexual. Es también un problema de ignorancia, es el no haber recibido jamás una educación sexual que generara un genuino encuentro entre dos deseos que pueden recrearse y gozarse recíprocamente. Creo que estuvimos como sociedad - o en promedio - ausentes de las clases de educación sexual. ¿Las hubo?
Finalmente también es un problema moral y, paradójicamente, engendrado por una pobre moral. “El sexo es malo” o, más precisamente, “el deseo sexual de la mujer es malo”. Es parte de una vieja letanía que aún reverbera, especialmente en aquellos hombres que creen ver el deseo de sus mujeres dirigidos hacia otros.
La ansiedad, los celos y la propia impotencia les asemeja a aquellas orugas, las esfinges moradas, que al asustarse hinchan su abdomen simulando ser una serpiente en posición de ataque, con el agravante que, en el caso de los hombres, suelen atacar y, si no es con veneno, es con los puños, con el fuego o con el cuchillo.
Al final aprendimos más de los chimpancés, que suelen resolver buena parte de sus vidas a golpes, que de los bonobos y bonobas que tuvieron la fortuna de descubrir que las diferencias se ajustaban mejor con el sexo y con el mutuo placer.
“Hagamos el amor y no la guerra” no fue solo una consigna de la revolución de las flores sino que, si hemos de creer al etólogo Franz de Waal, como todas las cosas de la vida, ya había sido inventada.
Rilling y sus colaboradores (citados por de Waal, 2014) sostienen que el sistema neuronal promueve no solouna “sensibilidad empática incrementada en el caso de los bonobos, sino también comportamientos como el sexo y el juego, que sirven para disipar la tensión, limitando así el sufrimiento y la ansiedad a niveles compatibles con el comportamiento pro social”.
Los bonobos y bonobas (además de los muchos mamíferos con que creamos la biósfera) nos sugieren que hay ciertos principios morales entre los que se cuenta la empatía y sin los cuales no podemos vivir.
Referencia: de Waal, Frans. 2014. El bonobo y los diez mandamientos. En busca de la ética entre los primates. Buenos Aires. Tusquets.
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