La evolución a bordo
"Cuando me encontraba como naturalista en el Beagle, buque de la marina real, me llamaron mucho la atención ciertos hechos que se presentan en la distribución geográfica de los seres orgánicos que viven en América del Sur y en las relaciones geológicas con los habitantes actuales y antiguos de aquel continente.
Así comienza El origen de las especies, explosivo texto contrario a la tesis que estimaba a las especies naturales creaciones inmutables. Su génesis invita a recordar al admirable bergantín protagonista de tres anchurosas travesías, enfrentando en el linde de la legendaria náutica velera a la prosaica navegación a vapor. Tiempos en que el mar quizá no fuera mejor pero sí más misterioso y poético.
Durante la primera salida (1826-1830), en flotilla con el
Adventure, debían surcar el litoral sureño de América. Su comandante, Pringle Stokes, llegaría al límite del aguante registrando costas vagas e imprecisas en las cercanías del golfo de Penas:
El alma muere donde el aguacero y el granizo golpean con tanta violencia lugares deshabitados, sin ese recreo cuyo trato con cualquier pueblo proporciona a la tripulación en expediciones monótonas y laboriosas por soledades.
Agobiado por el peso del mando y un insondable desánimo, se descerrajaría un tiro en su compartimento; doce días agonizó el pobre Stokes antes de ser enterrado en el tristemente célebre Puerto del Hambre. La escuadrilla rumbearía hacia Brasil.
En Río de Janeiro asume la capitanía del
Beagle el teniente Robert Fitz Roy, enrolado desde niño en la armada. Sólo tenía veintitrés años y, sin desconocerle méritos propios, habría influido en el nombramiento su linaje como descendiente directo del rey Carlos II y sobrino de un poderoso duque.
Bajo su conducción se realizan importantes trabajos hidrográficos y descubre el canal bautizado con el nombre del barco. Asimismo, molesto porque algunos kawésqar robaron un bote que nunca apareció, tomaría a cuatro indígenas: York Minster, Boat Memory, Jemmy Button y la niña Fueguia Basket, conjeturando
los beneficios que ellos y sus compatriotas podrían obtener, como también nosotros, llevándolos a Inglaterra; educarlos y regresarlos a Tierra del Fuego.
Aunque esa filantropía antropológica encubría fines más prácticos, la amistosa disposición de ellos reflejaba confianza; más allá de la barrera lingüística, suponían que de algún modo él los retornaría a sus lares. No obstante, incluso consintiendo voluntariamente, eran cautivos y en rigor se trataba de un secuestro. A las familias ni siquiera se les notificó de su partida.
El
Beagle y la
Adventure, antes de recalar en Inglaterra, exhibirían sus virtudes marineras anclando en Ancud, Valparaíso, El Callao, islas Galápagos, Tahíti, Nueva Zelandia, Australia, cabo de Buena Esperanza, Salvador de Bahía, Cabo Verde y las Azores.
Para fortalecer las posibilidades del segundo viaje (1831-1836), Fitz Roy propuso que una persona educada y científica compartiera su camarote.
Sir Charles Darwin, aficionado a la geología e historia natural, pese a marearse con sólo pisar una cubierta, aceptaría pero con la condición de desembarcar a discreción y sufragar parte de los gastos del capitán.
Esa previsora cláusula le permite peregrinar por Chile, con terremoto incluido: "Nada más terrible, y sin embargo, es el espectáculo más interesante que jamás haya presenciado", afirma al contemplar Concepción en ruinas.
Casi un lustro duró esa expedición alrededor del mundo, y Darwin pasaría más de tres años en tierra.
Fitz Roy, honrando su palabra, traía de vuelta a los fueguinos, salvo Boat Memory muerto de sarampión en Plymouth. Recalaron en Wulaia (
bahía hermosa, en yagán) y construyen tres cabañas: una para el catequista Matthews, otra para Jemmy Button y la tercera para York Minster con Fuegia Basket. Todos permanecieron allí mientras él decide navegar el canal Beagle.
Al volver halla todo saqueado, y Matthews temeroso se reembarca. Fitz Roy se encontraría por última vez con Jemmy Button cuando éste, en su estado natural, se dejó ver casi desnudo en una canoa, con el pelo largo y sucio. Ya nada quedaba del gentleman que impresionó a la sociedad londinense y sostuviera una exitosa audiencia con los monarcas en el Palacio de Saint James.
Postrero adiós que sella el fracaso total de aquella utópica tentativa cristianizadora.
Tercer viaje (1837-1843). Para Inglaterra era muy relevante su conexión con Australia, en cuyas márgenes del noroeste se especulaba que las bahías recibían aguas provenientes de grandes ríos; conocerlos facilitaría la colonización de ese continente tan próximo a sus posesiones de la India.
Navigare necesse est. El
Beagle dirigido por John Clemens Wickman, participará en la exploración y delineamiento de ese borde costero. Tras esta última gran singladura, militará con más pena que gloria en el servicio aduanero de Essex. Décadas resiste fondeado en un río antes de ser declarado desecho naval y vendido en unas pocas libras para su desguace.
Fitz Roy -después de una azarosa gobernación en Nueva Zelandia-, retirado y con el respaldo de Darwin sería admitido en la Royal Society. Aún así, en su puritanismo religioso se sentía traicionado y culpable con
El origen de las especies. Responsable de una abominación pues su ayuda y aliento sirvieron a quien hirió de muerte el pilar de sus creencias.
En el concurrido
Debate de la evolución en Oxford 1860 atacó el libro y levantando una Biblia imploró a la audiencia que creyeran en Dios antes que en el hombre. Humillado, el viejo navegante caería en un estado de honda melancolía. Una mañana, se levantó temprano y luego de saludar afablemente a su mujer e hija, encerrado en su vestidor, se degolló con su propia navaja.
Al conmemorarse dos siglos del nacimiento de Darwin un grupo de empresarios británicos planeó construir una copia del navío para recrear su periplo con el naturalista. Se trataba de seguir la misma ruta con una tripulación de jóvenes científicos, pero el proyecto fracasó por falta de fondos.
Ahora, replicado en el Museo Nao Victoria de Punta Arenas, con su quilla labrada en coigüe y a orillas del Estrecho de Magallanes, el victoriano bajel sugiere la imagen del viajero inmóvil, como llamara a Neruda un ensayista uruguayo.
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