Las almas de Gogol

Autocratismo, crueldad, aherrojamiento de la mujer y barbarie de la vida rusa: eran herencia asiática, según Gorki. El dominio mongol duró dos siglos hasta 1480. Moscú lideró la emancipación, transformándose en poderoso estado.

Se reanudaron los lazos con Occidente, proceso que Pedro I aceleró dramáticamente al determinar las necesidades de Rusia, si quería ser europea. Creó San Petersburgo.

Amparado en leyes despóticas, dictadas por él mismo, torturó y asesinó opositores, incluido su hijo Alexis; importó relojes, pelucas, ballet alemán, poesía francesa, pintura italiana; liberó la ciencia y el arte del dominio eclesiástico; la escuela fue secularizada; prohibió los teólogos y fundó el primer periódico ruso.

Para Marc Semenoff, no se trató de un brusco paso de las tinieblas a la luz. Más bien fue una caída desde el cielo de la magia y sueños del alma eslava a realidades prácticas, complejas y abrumadoras. Un trastorno por el contacto de dos espíritus tan diferentes, que permite comprender mejor el conflicto del autor de El capote.

Nicolás Gogol nació en marzo de 1809 en Sorotchinesk, Ucrania, región disputada con Polonia. Rusia triunfó, mas la influencia polaca, cuyos jesuitas propagaron la cultura europea, no desapareció.

Las escuelas ucranianas y la Academia de Kiev, fundadas sobre moldes católicos, estimularon la agilidad intelectual y un sentido agudo de la realidad y del ridículo, facilitando el desarrollo del estilo gogoliano, sátira sutil de la mediocridad grisácea y la música apagada de lo cotidiano.

Influido por E. T. Hoffmann, escribe Las veladas en una granja próxima a Dilanka, donde arteros demonios, castigadores de ingenuos labriegos, son vencidos por herreros ladinos o doncellas avispadas. Cuentos de fantasmas y seductoras hechiceras que arruinan a seminaristas.

Sentía pavor ante la estulticia y la vulgaridad reinantes en el común múltiplo de las vidas humanas, y Taras Bulba podría leerse como un esfuerzo por escapar de la banalidad idealizando a los poderosos de un pasado heroico, sin dejar de ser espléndida exaltación del afán de guerra y pillaje, antisemitismo, borracheras y grosero cristianismo de esos cosacos.

Escritor inspirado, casi en sentido platónico, apenas percibió el impacto de sus obras. El inspector, dividió al público en abogados o fiscales. La condena del régimen –significado político- sobrepasaba sus méritos literarios, angustiándolo de tal manera que enfermó. Autoridades necias y corruptas burladas por un bribón joven y “decente”. Gogol dirá, en fallidas justificaciones, que el verdadero inspector es el Juicio Final.

Sufría como un conservador descubriéndose pro-jacobino.

Por el argumento, personajes y lenguaje coloquial fue llamado “cabeza de la escuela natural”. De ahí la tendencia a considerarlo, sin más, realista, ignorando que su realismo es muy personal, pleno de resonancias místicas y fantásticas.

Almas muertas, reeditó la figura. Las implicancias sociales superaron sus expectativas. Novela de viajes, Tchichikov, robusto y digno estafador, recorre provincias comprando “almas muertas”, o sea, siervos fallecidos por los cuales sus dueños pagan impuestos hasta que el censo legalice sus muertes.

Esto le dará posición, posibilidades de jugosas hipotecas y esperanzas de matrimonio con alguna dotada heredera. La novela revela la vaciedad espiritual del país, equilibrando la mordacidad con pasajes líricos. Finalmente, compara la troika del extraño e ingenioso comerciante, con el reino entero, impulsado por una fuerza misteriosa, y exclama: “¡Rusia! ¿A dónde vas?” Una pregunta sin respuesta.

Los liberales saludaron el libro como condena del atraso social y cultural. Los eslavófilos, halagados en su religiosidad y nacionalismo, vieron un acto de fe en el destino de Rusia.

En medio del litigio penaba Gogol, ajeno a políticas e ideologías. Situación nada cómoda por el dogmatismo imperante; un gurú eslavófilo afirmó de Dostoievski: “Nunca será un artista”, sólo porque no le gustó Pobres gentes.

En la segunda parte, planeó desenmascarar las estafas de Tchichikov, quien, ayudado por millonarios dadivosos y un virtuoso gobernador, iniciará su camino de salvación, y terminaría con un apoteótico triunfo del bien. Pero, es insípido, misionero y tedioso, salvo cuando describe palurdos, caprichosos, glotones y otros especímenes. Fracasaba en las escenas de redención y sobresalía en lo picaresco.El demonio parecía guiar su pluma, creando un grave problema entre el artista y el asceta que quería servir a Dios. Dos veces quemó estos “diabólicos escritos”.

Una copia, salvada por amigos, permite responder la interrogante de la primera parte. Tchichikov, magnífico habitante del polo opuesto de la metafísica e individuo perfectamente lógico, se dirige en su troika al sacrosanto reino del dinero. “¿Cómo he de comenzar para enriquecerme lo más pronto posible?” Era su obsesión.

Un millonario no necesita métodos aviesos. Hay un camino recto, sólo tiene que recorrerlo y recoger los frutos. Todo comienza con un solo rublo. Es la fuerza misteriosa que se ocultaba en la metafórica troika. Hoy: mercado, acciones, dividendos, Bolsa, están en el vocabulario de los “nuevos rusos”, ciudadanos en ascenso social y económico que, como el comprador de “almas muertas”, estiman que el dinero ennoblece.

Cambiar el mundo, transformar la vida, fueron consignas que amedrentaron a Gogol, y ese temor reflejaría la contradicción entre lo jesuítico, lógico y realista, con lo eslavófilo, intuitivo y oriental. Asustado de su obra se refugió en la religión.

Publicó Pasajes selectos de la correspondencia con mis amigos, defensa de la autocracia, la servidumbre, la pena de muerte, la iglesia ortodoxa, la obediencia y el conformismo, es decir, del orden desenmascarado por El Inspector y Almas muertas.

Su drama no es aislado, es una manifestación rusa más profunda: conducirse según la ley divina. Ya desde la Edad Media, adolescentes huían de sus casas para peregrinar a Palestina.

Rusos de todas clases visitaron la tumba de Cristo. También lo hizo Gogol, y, al regresar, grave y sin alegría, su familia no lo reconoció. Desgarrado, escindido por esos dos preceptos, el espíritu se oculta, su misión fracasa. Su genio literario no satisfacía lo relevante en su tarea de hombre: ser un apóstol.

Gogol, siguiendo esa costumbre que tiene la gente, al decir de Borges, murió en febrero de 1852.

Tchichikov comenzó su viaje en la Rusia zarista, se detuvo un largo tiempo en la soviética y sorpresivamente pasó a la librecambista. ¿Será su última etapa? Es un poco la pregunta de hacia dónde vamos todos.

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