Lenguaje de género e inclusión

Luis Barrera Linares
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Escribir, reflexionar o participar en la polémica sobre el lenguaje inclusivo no necesariamente significa asumir de antemano un criterio polarizado. Entre blanco y negro, podría haber espacios grises que a veces no se perciben o se evitan por comodidad. Para decirlo con una expresión propia del fútbol, este tema merece ser tratado sin jugar “posición adelantada”, aposentándonos en (pre)juicios que no conducen a ninguna parte. Tampoco deberían mediar en ello criterios políticos populistas.

Quienes tenemos algún vínculo profesional con el lenguaje y/o el habla pública, o con la docencia,  no podemos pasarle de lado y dar por sentado que la norma gramatical de lo que se llama el masculino genérico es suficiente argumento para zanjar la discusión y dejarla en un punto muerto.

Hay diversas personas y organizaciones poniendo en práctica recursos sustituyentes que, a juicio de quienes los proponen, muestren lo que algunas veces esa regla gramatical milenaria oculta o encubre.

No hay duda de que es un asunto sobre cómo las personas utilizan o interpretan lo que decimos. Que el quid del problema no está en el idioma, sino en quienes lo utilizamos, también. Sin embargo, eso no es suficiente para ignorar que, por mucho que nos opongamos o asumamos conductas burlescas y paródicas ante ciertos usos que buscan la inclusión no solapada, está presente en el lenguaje contemporáneo y seguramente eso traerá consecuencias para el futuro de la lengua española.

Algunas de las dudas acerca de si el masculino genérico sirve en todos los contextos para incluir a hombres y mujeres surgen cuando leemos o escuchamos expresiones como “Científicos crearán catálogo genético” / “Deportistas acudirán a jornadas olímpicas” / “Buscamos choferes de camiones”.

No siempre la gente entenderá que en ellas aparecen incluidos científicos, deportistas y choferes de ambos sexos. Y, como he escrito “sexo”, alguien podría objetarlo explicando que género gramatical y sexo son conceptos diferentes, lo cual es totalmente cierto.

No obstante, también lo es que, cuando se refieren a las personas, suelen ser asociados. Además, en diversas gramáticas, diccionarios y libros de texto, aparecen conectados, directa o indirectamente.

Si bien a veces el contexto o la situación nos ayudan a comprender determinadas expresiones, ello no ocurre siempre.  Ni el idioma, en general, ni su gramática, en particular, son entidades aisladas de quien las utiliza, no son independientes de cómo vemos la realidad.

Aunque intuitivos para la gran mayoría, dentro de algunas corrientes antropológicas se considera que los principios de una lengua constituyen un “conocimiento” que obliga a ver el mundo de una manera y no de otra.

Y a veces, por formación o deformación, la tendencia del hispano hablante es a pensar casi siempre en lo masculino como centro focalizador de toda actividad humana. La tradición, la escuela y los medios han tenido mucho que ver en esto.

Lo percibimos hasta en el lenguaje popular: “El Zorro no anda con zorras”, “Macho que se respeta no llora”, “Peleas como una dama” (¡y conocemos algunas que golpean femeninamente fuerte!), etc.

Además, existen formas femeninas a veces impensables en el mundo de los hombres, por ejemplo, testiga, comandanta, barbera y obispa, aunque la penúltima ya forma parte del diccionario y hay obispas en algunas religiones.

Es obvio que la discusión sobre si el masculino es a veces inclusivo o excluyente está en el orden del día. Parece necesaria la conciliación entre dos opiniones encontradas. Algunas academias (y no solo me refiero a la RAE. existe una Asociación de Academias de la Lengua Española),  señalan que el masculino genérico es casi siempre adecuado.

Por el contrario, hay quienes creen que dicho criterio gramatical invisibiliza y encubre la existencia y el valor de lo femenino o de otros géneros sociales distintos del masculino.

También habría que decir que las opciones para buscar la inclusión mediante otras fórmulas son muchas y variadas, pero no todas parecen pertinentes.

Por ejemplo, existe discrepancia en cuanto al uso de recursos como tod@s, todxs, tod=s, todes,  y también en la excesiva repetición en frases del tipo las y los profesoras/es interesadas/os y dispuestas/os a trabajar en confinamiento son muchas/os.

Algunas solo funcionarían en la lengua escrita; otras, podrían poner en riesgo la comprensión. Varias son utilizadas de modo anárquico, sin seguir criterios uniformes que sirvan, tanto en la escritura como en la oralidad (¿estimadas, estimados y estimades amig@s y compañerxs?).

La Academia chilena de la Lengua acaba de publicar un interesante libro relacionado con el tema (Sexo, género y gramática, editorial Catalonia, 2020).

No será sencillo erradicar el masculino genérico del conocimiento intuitivo de 580 millones de hablantes, debido a que sigue siendo necesario en algunos contextos, como tampoco lo será evitar determinadas estrategias sustitutivas, que ya son frecuentes y han comenzado a imponerse.

Son diversas las instituciones y gobiernos de diferentes tendencias ideológicas que están proponiendo guías y manuales para el uso de fórmulas lingüísticas inclusivas. Hay algunas publicaciones académicas que intentan orientar sobre la manera de acudir a opciones de reemplazo del masculino genérico, sin desmedro de la comunicación eficaz y sin poner en riesgo la pertinencia de lo que se quiere expresar, como lo hemos intentado en esta columna.

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