En medio de tanto ensayo histórico de portada llamativa, pero innecesariamente extenso, de prosa aburrida o intrincada y enfoque sesgado, que comúnmente circula en el mercado, tuve la oportunidad de leer uno de portada sobria, medianamente extenso, de exposición muy clara y entretenida, y con amplitud de miras, pero lamentablemente descatalogado, "La idea de decadencia en la historia occidental", de Arthur Herman (Ed. Andrés Bello, 1998).
Lo encontré después de haberlo buscado como un auténtico tesoro perdido. Y mis ganas de leerlo me surgieron mientras leía "La fractura. Vida y cultura en Occidente. 1918-1938", del joven historiador alemán Philipp Blom (Ed. Anagrama, 2016). Un estupendo libro de crónicas políticas y culturales circunscritas al denominado período "entreguerras", que me dejó muy entusiasmado con un tema que el libro de Herman aborda en detalle, la profunda sensación de decadencia que Occidente ha vivido desde los albores de la modernidad, concretamente desde principios del siglo XIX.
En efecto, fueron las páginas que Blom dedica al clásico y extenso ensayo histórico-filosófico, "La decadencia de Occidente" de Oswald Spengler (1918), las que gatillaron mi entusiasmo por la obra de Herman.
Ahora bien, desde la óptica del formato, "La idea de decadencia..." a diferencia de "La fractura", no es un trabajo periodístico. Es una investigación académica. Pero no acerca de la historia de ciertos acontecimientos, procesos o personajes históricos, sino un ensayo sobre historia de las ideas. Es decir, una argumentación basada en el análisis de las influencias intelectuales y el contexto histórico que dieron vida a una determinada idea o sistema de ideas, en este caso a la noción de decadencia, muy propia del pensamiento occidental moderno, y que está indisolublemente asociada a la idea de progreso (su "imagen invertida").
Y en cuanto al enfoque, de ningún modo este ensayo es una apología de la decadencia (ni del progreso), sino un análisis bien descriptivo y explicativo (aunque no exento de críticas) sobre las más variadas teorías que han influido (y que muchas de ellas todavía influyen) en ese pesimismo histórico y cultural según el cual Occidente - léase liberal, democrático y capitalista - vive en un estado de declinación, ocaso, degeneración o colapso.
Se trata de un pesimismo que, generalmente, se manifiesta ansioso porque la "decadente" civilización occidental llegue a su fin, con la esperanza de que una "nueva sociedad", ¿más "humana" tal vez? florezca sobre sus ruinas.
Las teorías analizadas por Herman van desde el romanticismo conservador (británico y alemán), pasando por las concepciones darwinistas sociales, socialistas en sus más variadas vertientes, imperialistas, antiimperialistas, nihilistas, nacionalsocialistas, fascistas, existencialistas, neohegelianas, neomarxistas y/o neonietzscheanas, hasta las actuales corrientes multiculturalistas y ecologistas.
Gracias al valioso poder de síntesis y rigurosidad conceptual de este libro, pude conocer o comprender mejor las ideas de grandes forjadores del pensamiento crítico contemporáneo, como Friedrich Nietzsche, Oswald Spengler, Arnold Toynbee, Martin Heidegger, Jean-Paul Sartre, Michel Foucault o Herbert Marcuse.
No había leído un ensayo tan bien logrado sobre historia de las ideas desde los ensayos de Isaiah Berlin. Con la diferencia que el libro de Herman es mucho más sistemático, bastante menos estilístico e incomparablemente menos polemista que los escritos pro liberales y anti totalitarios de Berlin.
Sin embargo, la técnica explicativa y descriptiva que emplea Herman, logra demostrar brillantemente que entre la gran mayoría de los enemigos del Occidente liberal, sean derechistas o izquierdistas, desigualitarios o igualitarios, tradicionalistas o modernistas, "reaccionarios" o "revolucionarios", conservadores o "progresistas", se comparten casi las mismas raíces ideológicas o casi las mismas creencias holísticas que, en nombre de las leyes de la ciencia, el espíritu colectivo, la razón universal, el perfeccionamiento de la sociedad o la vitalidad de la cultura, han servido incluso para justificar las peores ridiculeces, como el nacionalismo, el racismo y la xenofobia, o las peores infamias, como la implantación de las dictaduras y los crímenes de lesa humanidad.
Ahora bien, sin perjuicio de esta loable demostración, cabe recordar que el libro de Herman fue publicado originalmente en inglés en 1997, en plena época de optimismo liberal pos-guerra fría. Cuando hablar de "decadencia" era casi un síntoma de paranoia. No obstante que el pesimismo cultural anti-liberal o anti-capitalista, como reconoce el autor, ya se encontraba bien inserto en la cultura de masas.
Sin embargo, los sucesos de los últimos 20 años le han brindado a este pesimismo todavía mayores justificaciones.
Dos crisis mundiales financieras, la asiática de 1997 y la estadounidense y europea de 2008; el impacto del terrorismo yihadista, luego del aterrador ataque a las torres gemelas en 2001; el resurgimiento y la expansión del caudillismo en América Latina, especialmente desde el fenómeno del "chavismo" en Venezuela; la desastrosa guerra anticipada contra el terrorismo en Irak (2003) y en otros países del Oriente Medio; las masivas protestas callejeras en distintos países del mundo, a partir de 2011, en contra de la desigualdad social y la corrupción de los gobiernos; la agudización del conflicto israelí-palestino, sobre todo con ocasión de las masacres en la franja de Gaza en 2009 y 2014; el agresivo recrudecimiento del populismo nacionalista en Europa, cuya expresión más reciente fue el triunfo del Brexit en el Reino Unido, y su expansión hacia los Estados Unidos con la elección del fascista Donald Trump como presidente en 2016.
Por ello, "La idea de decadencia en la historia occidental" de Arthur Herman merece una segunda edición actualizada, que ojalá incluyera la crítica liberal hacia el mal llamado “neoliberalismo”.
Esa escuela de economistas que, como bien lo ha dicho el analista mexicano Jesús Silva-Herzog Márquez (“Letras Libres”, febrero de 2017), secuestró al liberalismo, y que además de imponer sus recetas como dogmas, “implantaron su idea del hombre como un agente que hace sumas y restas para calcular su interés individual”, presentando a la vertiente económica del liberalismo “como si fuera el único liberalismo, el auténtico”. Este secuestro “justificó el ascenso del enfoque tecnocrático de la vida pública. La razón técnica debía prevalecer sobre la maraña de las parcialidades políticas”.
En consecuencia, asumiendo que la tecnocracia “neoliberal” ha sido la principal responsable de haber agudizado ese pesimismo ciudadano, que hoy ha legitimado al populismo nacionalista y xenofóbico, la democracia liberal, si no está en decadencia, hoy enfrenta un claro debilitamiento.
Y para refortalecerla, no sólo es necesaria “una autocrítica del liberalismo”, como sugiere Silva-Herzog, sino también un rescate de aquellas conquistas del socialismo, que introdujeron responsabilidad social a la libre competencia promovida por los precursores de nuestra “decadente” civilización capitalista.
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