Un legado de teatina

Hace unos días despedimos a la artesana Hortensia Manríquez, madre de Juanita Muñoz, ambas reconocidas cesteras en paja teatina, herederas de una tradición familiar que suma cinco generaciones en el Valle de Colchagua, en la Región del Libertador Bernardo O'Higgins.

La señora Hortensia aprendió a tejer de su madre las tradicionales "chupallas", sombrero típico de la zona central de Chile que sigue produciéndose hasta el día de hoy de la mano de hombres y mujeres que llevan a cabo un laborioso oficio utilizando fibras vegetales de sus territorios.

Aunque los tocados, como los gorros de 4 puntas realizados en pelo de camélido en el norte, o los trarilongko mapuche existían en Latinoamérica antes de la llegada de los españoles, la estructura que caracteriza al sombrero y que está compuesta por copa, ala, terminaciones y decoraciones, llegó a nuestro continente durante la colonia.

El término chupalla, por su parte, es de origen quechua y denomina una planta que está presente en diferentes territorios de Chile. Para la denominación del sombrero hecho en paja se comenzó a usar en el siglo XIX, cuando esta pieza de indumentaria ya se había hecho bastante popular y experimentado sus propias transformaciones de diseño.

En Chile, país de una gran diversidad biológica, se considera que se utilizan más de 20 fibras vegetales para la confección de artesanía, marco en el cual la teatina tiene una especial presencia en La Lajuela, pequeña localidad cercana a Santa Cruz.

A diferencia del trigo que también se utiliza para hacer chupallas, no es necesario cultivar la teatina ya que crece de manera natural alcanzando una altura de entre 50 y 90 centímetros. Para su utilización en artesanía debe ser recolectada durante la primavera, cuando aún está verde, y someterla a un proceso que incluye secado, limpiado y selección, esta última basada en criterios de grosor y color.

La estructura básica para la construcción de una chupalla es una larga trenza de varios cabos de paja en la que se van uniendo diversas varas de fibras. En teatina, se realizan trenzas de entre 7 a 12 pajas, según cuenta Juanita Muñoz.

La larga trenza debe ser hecha con paja de un mismo grosor, de allí la importancia de la selección de la materia prima que realizan las y los artesanos, ya que esa regularidad determinará la calidad de la terminación, pero también el resultado final de la chupalla que se confeccione. Una trenza gruesa de pajas robustas demorará menos tiempo en fabricarse, pero con un acabado más tosco; mientras que finas pajas en trenzas más delgadas, extenderán el tiempo del proceso, pero darán origen a un sombrero más fino y de mayor aceptación por parte del público, según estiman los artesanos.

Para continuar con el proceso, las trenzas serán pasadas por un rodillo para que queden más planas y suaves para luego ser cosida de manera circular sobre sí misma. En la actualidad, las chupallas de teatina se cosen a máquina, para seguir con el encolado, planchado, teñido y la ornamentación de la prenda. La señora Hortensia dominaba toda la secuencia de estos delicados procesos y se los enseñó a sus hijas Victoria y Juanita.

Continuando con ese legado, Juanita -junto a su esposo Jaime Muñoz- trabaja hace más de 50 años en la confección de chupallas. En su trabajo como artesana ha recibido múltiples premios y distinciones, entre ellas el Sello de Excelencia a la Artesanía 2009 y el Reconocimiento de Excelencia Unesco a la Artesanía 2010 y Maestra Artesana Tradicional 2022, por sólo nombrar algunos.

Además de su maestría en el arte de hacer sombreros, ha desarrollado una amplia línea de accesorios contemporáneos en paja teatina como carteras, joyas, a la vez que incursiona en el desarrollo de variados personajes que van desde los animales hasta escenas religiosas como pesebres o figuras de mayor formato, como la Virgen del Carmen que puede ser visitada en el Museo de las Artesanías Chilenas en Lolol.

Dentro de esa gran versatilidad, hace algunos años realizó junto a su mamá una colección de sombreros históricos de su territorio, como el bonete huicano y otros que emulan los registrados en la obra de Juan Mauricio Rugendas y los documentados por Claudio Gay, un ejercicio de investigación que trajo a la vida un legado histórico poco conocido.

Una acción que, como todo su trabajo, honra el legado que le dejó su madre Hortensia Manríquez, su abuela Sofía, su bisabuela Carmen y la madre de ésta, Dolores. Un legado de teatina que trenza generaciones y deja huella.

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