El presidente de Chile sentado en un escritorio y respaldado por una decena de militares declara con gravedad “Estamos en guerra”. El día en que Sebastián Piñera decide inmortalizar esa postal que deslegitima cualquier pretensión democrática y desenmascara una vez por todas las falacias de la transición, apago el celular angustiado y abro un libro.
Se trata de Tiempo Recios (Alfaguara, 2019), la última novela de Mario Vargas Llosa, escritor que ha apoyado públicamente al mismo Piñera y que varias veces se ha referido al modelo chileno como a un ejemplo virtuoso para Latinoamérica.
El libro promete ir al origen del mal, indagar en el momento histórico exacto en que el subcontinente habría cedido a la violencia, al emerger de las juntas militares y dictaduras, cuya memoria es reactivada por el estado de represión impuesto por el mandatario chileno.
Se trata del golpe de Estado que derrocó el Presidente de Guatemala Jacobo Árbenz en 1954, una acción militar financiada y coordinada por la CIA que puso fin a las reformas de la Primavera Democrática (1944-1954) haciendo precipitar al país centroamericano de mayoría indígena en una devastadora guerra civil de 36 años.
La reforma agraria de Árbenz exigía tierras e impuestos a la United Fruit Company, empresa bananera estadounidense con inmensas propiedades en el oriente de Guatemala.
En el país norteamericano, en pleno macartismo, se desencadenó una campaña desacreditadora que impulsó la idea según la cual Guatemala estaba siendo infiltrada por espías soviéticos que pretendían hacer de la pequeña nación, el baluarte comunista que se interpondría entre Estados Unidos y el canal de Panamá. Se declaró el embargo en contra de Guatemala, extendido a todos los países del bloque atlántico, y la CIA patrocinó la constitución de un ejército de mercenarios liderados por el coronel exiliado Carlos Castillo Armas. El ejército “liberacionista”, respaldado por una poderosa aviación, invadió el país en junio de 1954.
Jacobo Árbenz se asiló en la embajada mexicana después de haber pronunciado un emotivo discurso (https://www.youtube.com/watch?v=WXFihj4wD_k) y Castillo Armas llegó pronto a ser presidente de Guatemala.
Con este Golpe, Estados Unidos inauguraba la Guerra Fría en América Latina y hacía el ensayo general de un modelo de intervención replicado, entre otros lugares, en Chile en 1973.
El país centroamericano fue también el escenario donde por primera vez se aplicaron las medidas contrainsurgentes que se volverían tristemente famosas en toda la región: represión de la oposición, torturas, violaciones sistemáticas a los derechos humanos y desapariciones.
Vargas Llosa trata el asunto a partir de una cuidadosa investigación de archivo que permite a su habilidad narrativa, apoyarse en una asombrosa profusión de precisas referencias históricas.
Como a menudo en sus últimas novelas, la trama se descompone en varias historias paralelas y desfases temporales que se van trenzando hasta restituir un cuadro poderoso.
El artificio no complejiza la lectura, sino que crea el suspenso justo para acompañar intrigas, traiciones, dramas y golpes de escena que marcan el ritmo de la narración.
Si bien los personajes – reales como Jacobo Árbenz, Carlos Castillo Armas, Johnny Abbes García, etcétera se mueven dentro de los límites de sus acciones históricas, el autor los colorea con la fantasía, transformándolos en sujetos familiares de su universo literario.
El revolucionario austero y coherente cuya vida se cae fatalmente a pedazos, el militar mezquino y rencoroso que está dispuesto a todo para obtener su revancha, el matón que busca un sentido a la vida y a la muerte a través de sus manías sexuales y espirituales, la mujer fuerte que es víctima y oportunista a la vez de la atracción que ejerce en un mundo de machos.
Lo novedoso en Tiempo Recios es la insistencia, algo pedante en una obra al fin y al cabo de ficción, de querer explicitar y reiterar una moraleja política.
Tal moraleja no es, como pensaban algunos preocupados por las inclinaciones políticas del Nobel peruano, una lectura revisionista del golpe guatemalteco.
Vargas Llosa no se aleja mucho de las interpretaciones históricas más acreditadas: Árbenz quería hacer de Guatemala un país más justo convirtiéndolo en una democracia capitalista; la amenaza comunista fue un montaje soez para encubrir la necesidad de Estados Unidos de mantener en su patio trasero el sistema de explotación laboral y de tenencia de tierras que favorecía sus empresas.
Vargas Llosa también coincide con varios historiadores respecto a las consecuencias de este “error”, luego de ser testigo en primera persona de lo que había sucedido con la Primavera Democrática, el joven médico Ernesto Guevara, buscó asilo en México, donde al conocer a Fidel sentenció “Cuba no será como Guatemala”, es decir, la lucha armada se volvía el único camino plausible.
Esa parte, la radicalización de la izquierda, parece ser uno de los aspectos que el Nobel lamenta más.
Habría evitado, dice, las muertes de muchos jóvenes románticamente dedicados a sueños irrealizables. Por eso, considera, el Golpe fue un error.
Un error, la misma palabra tibia y normalizadora que se estuvo usando en ámbitos parlamentarios y comunicacionales, aunque con algunas valiosas excepciones, para comentar la actuación de Piñera frente las protestas masivas.
Los errores, efectivamente, fueron muchos: ir a comer pizza en el último momento posible para proponer una salida política a la crisis; hablar de “guerra” y de “enemigos poderosos”, evocando justamente aquellos tiempos recios de Golpes y montajes que obtuvieron el mismo resultado, radicalizar la protesta y desencadenar un espiral de violencia; regalar a la posteridad esa imagen de él, rodeado por militares, que la prensa extranjera no ha dejado de usar para hacer asociaciones con Pinochet.
La idea de una derecha liberal, democrática y progresista encarnada por el presidente chileno y enérgicamente propugnada por el escritor peruano, estalla y parece no redimirse a las múltiples excusas que presenta Piñera recordando que votó por el NO y que se considera un demócrata, capaz de emocionarse por la fuerza de las manifestaciones populares que arrecian en el país.
Levantar las antiguas armas, hechas de militares y terror, frente a los primeros temblores sociales, demuestra la tendencia fácil de la derecha a recaer en los “errores” de antaño.
¿Existe en América Latina una derecha democrática capaz de prescindir de las herramientas del horror?
La reiteración de los “errores” en Chile y Guatemala, los devela como algo más que errores, manifestaciones explícitas de una violencia estructural que crea y normaliza la desigualdad social. En este sentido, en el crepúsculo de su vida Vargas Llosa parece adquirir (y lo digo con el cariño debido a un gran narrador) los semblantes de otro de sus personajes usuales, el refinado anciano aristocrático que no deja de perseguir sus quimeras, no obstante el mundo a su alrededor arda en llamas.
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