En Arica, un adulto mayor, de 90 años, murió siendo encontrado 10 días después de su deceso, confirmando la dramática realidad de tantas personas que, en la última etapa de su vida, viven en un aislamiento y una pobreza que descubre la insolidaridad y el individualismo que prevalecen en el tipo de sociedad que se ha impuesto en Chile y también a nivel global.
En efecto, no es este el primer caso. En la espectacularidad de la sociedad mediática que lo cubre todo, aparecen reportajes que dan visibilidad a su tragedia, así se aprecia un elevado porcentaje de adultos mayores que sufren la falta de solidaridad y de la protección necesaria para vivir con dignidad y sin dolorosas penurias.
En consecuencia, este drama humano no es una novedad ni es fortuito. Detrás de esta realidad está el afán de lucro de un sistema de pensiones insolidario, el mercantilismo en las relaciones sociales y la ausencia del Estado donde es clave su responsabilidad.
Hay casos en que también puede hacerse presente el abandono de la respectiva familia, sin embargo, es erróneo generalizar ese factor, lo primordial en esta situación es que prevalece la ausencia o incapacidad de la responsabilidad política pública para compatibilizar la extensión de la vida humana con la creación de las condiciones que entreguen la dignidad indispensable a los años o décadas que se agregan a cada persona como resultado de las nuevas tecnologías y el avance científico.
Lo más claro es la contradicción entre las cuantiosas inversiones en la investigación necesaria para atender los requerimientos en nuevos medicamentos y recursos de alta tecnología con las mezquinas e indignantes pensiones que recibe un adulto mayor, cuyo exiguo monto no permite alcanzar el umbral de dignidad esencial que hoy el avance de la civilización debe entregar al ser humano.
Este desajuste acentúa la desigualdad social esencial de la sociedad contemporánea, por cuanto las maravillas tecnológicas podrán alargar la existencia de una parte de la población, pero un extenso sector seguirá postrado, mal alimentado o padeciendo la insalubridad y condiciones de marginalidad y exclusión económica.
Estas dificultades se agravan al extremo con el sistema de AFP, la capitalización individual, que condena a una situación de aguda pobreza y privaciones a una considerable franja de adultos mayores.
Los controladores del sistema privado de capitalización individual se quejan de la dura crítica social que se ha extendido en la sociedad civil, pero son rechazados por efectos de su propia codicia, han sembrado vientos para cosechar tempestades.
Hoy se requiere otra manera de abordar esta urgencia nacional, soluciones de fondo y no de parche. Un sistema solidario mixto de pensiones, que reconozca en forma efectiva al cotizante como el auténtico propietario de los fondos acumulados en su vida laboral y que no quede condenado a la exclusiva voluntad del consorcio controlador de su cuenta previsional.
Hay que vencer los tabúes y abrir el diálogo social acerca de un ingreso mínimo garantizado, que se exprese en un plan sucesivo de aumento de las pensiones que llegue al nivel del sueldo mínimo y una rebaja gradual a los adultos mayores en el acceso a servicios esenciales como salud, vivienda, transporte público hasta su gratuidad, desde los 75 años, en adelante.
También es necesario revaluar el monto de las obligaciones en contribuciones que se vuelven impagables. El objetivo del país debiese ser que ningún adulto mayor caiga en el drama de quedar viviendo en la calle.
Hay que crear un servicio especializado de visitas y atención a adultos mayores que viven aislados, descentralizado en los municipios, capacitando a personas incorporadas en empleos mínimos o de emergencia que mantengan contacto diario con los adultos mayores que estén solos, la tecnología hoy lo permite perfectamente.
Hay avances, pero aún cuando pueden ser de gran significado, como la Pensión Básica Solidaria, no han conseguido resolver el problema de fondo, que no es sólo aguantar el día a día y sobrevivir, sino que mantener una vida útil, socialmente activa e integrada al acontecer nacional.
Hay que evitar el drama del adulto mayor que termina sus días sólo y sin ayuda. Así seremos un mejor país.
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