La guerra en Palestina y la cultura de los DDHH

Pablo Hales
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Escribo con el corazón apretado, tratando de no mirar las imágenes que la televisión y el internet nos muestran de manera morbosa. Las escenas de destrucción, odio y dolor, son insoportables.

Pienso en mis ancestros, que dejaron esas zonas hace años (no tantos), huyendo de un guerra que les era ajena.

Humillados por pasaporte turco, cuando esos eran los invasores que los obligaban a huir.

Pienso en sus ilusiones y sus esperanzas al llegar a su nueva patria. En su compromiso para luchar en esta nueva tierra, cuando las cosas se volvieron a poner difíciles y ahora un gobernante sangriento, tiranizaba a su nuevo pueblo. En el destino. En la tragedia.

Aunque llevo en la sangre mis orígenes y su tragedia, no soy antijudío.

Por el contrario, mi mejor amigo, mi hermano y mi socio, pertenece a esa tradición e historia. Mi tío más querido es judío y tuvo la experiencia de haber vivido allá. Su hijo, mí más querido primo, mi ahijado y a la vez el padrino de mi hijo mayor, lleva esa sangre.

Sé que en Chile, muchas veces nos confunden y no saben diferenciar a un árabe de un judío. Muchas veces me han confundido con un judío y una vez hasta me llamaron el “turco israelita”.

Entiendo que no puedo conocer toda la historia y todos los detalles de miles de años de relación entre todos los pueblos que han habitado esas tierras, en las que hoy la sangre corre a borbotones.

Reconozco que no soy el poseedor de la única verdad. Que todas las partes involucradas tienen algo que decir.Lo puedo comprender.

Pero mi conciencia, me impide guardar silencio. Lo que está ocurriendo hoy en Palestina e Israel es insostenible y no puede seguir así.

Más allá de los argumentos políticos o jurídicos que los representantes de las partes puedan esgrimir en su favor, no hay ni existe, ningún argumento aceptable, para que la Comunidad Internacional acepte seguir siendo un espectador de lo que está ocurriendo.

Ni el muro de la infamia, ni los bombardeos de zonas residenciales, ni el bloqueo, ni los asesinatos ni secuestros selectivos, ni los enjuiciamientos a menores de edad, ni las autobombas, ni los atentados contra civiles. Ni las autoridades políticas clamando por venganza. Ni la infracción permanente de cientos de instrucciones emitidas por la ONU.

Por cuestiones mucho menores, la Comunidad Internacional ha intervenido militarmente otras zonas. Claro, en los casos de Irak y Afganistán, se ha comprometido el interés económico de Estados Unidos y su petróleo; en otros casos ha sido con el argumento de evitar que un país se haga de armas de destrucción masiva que amenacen al resto del mundo y en otros para evitar masacres o genocidios, como en los casos de los Balcanes o derechamente en la Segunda Guerra Mundial, cuando alertados entre otras cosas de los sangrientos crímenes de Hitler contra el pueblo judío, los ánimos de la Comunidad Internacional fueron suficientes para organizarse y detener una locura.

Lo que está ocurriendo es una locura y no va a tener fin, hasta que un tercero, de mayor capacidad y poder, intervenga y lo detenga.

Acá hay un tema de fondo, el respeto de los Derechos Humanos.

En Palestina e Israel, hay un estado de guerra, en el que se están vulnerando claramente los DDHH. Las acciones bélicas que hemos visto los últimos días son inaceptables en el ámbito del Derecho Internacional. Incluso hasta la guerra tiene sus reglas, sobre cosas que se pueden y no se pueden hacer. Y bombardear zonas civiles de manera indiscriminada, no está dentro de lo permitido.

La humanidad ha sufrido grandes dolores y tragedias terribles, que han llevado a crear la cultura de los Derechos Humanos, partiendo entre otras por el horroroso crimen de los nazis contra el pueblo judío.

El desarrollo de esta Doctrina universal, ha dado lugar a una conciencia mundial sobre lo inaceptable de este tipo de crímenes.

Y la Comunidad Internacional organizada a través de la ONU, ha condenado reiteradamente muchas acciones del Gobierno de Israel que infringen esos mínimos universales. Pero nunca ha habido sanciones reales. Siempre han sido vetadas por Estados Unidos en el Consejo de Seguridad.

Pero se ha llegado a un límite que supera lo tolerable. Y que excede lo razonable, pues el destino de estas acciones es perpetuar la violencia y el odio. Es la muerte para todos, de las formas más horrorosas que se puedan imaginar.

Ha llegado al límite. La Comunidad Internacional debe intervenir. Las partes en conflicto no están en condiciones de solucionar el litigio. Por las razones que sea. No es eso lo relevante. No importa el conflicto, se debe poner coto a las constantes violaciones y atropellos a los Derecho Humanos.

Después, cuando se reestablezca el imperio de los DDHH, las partes podrán discutir sobre sus posturas e intereses particulares, pero en un escenario de protección y no vulneración.

Ese es el centro de la lucha por los DDHH.

Sea en Palestina o en Israel, en Chile, en Cuba, en los Balcanes, en Arabia Saudita, Nigeria, Túnez, Irak, en Europa, en Estados Unidos o en China. En fin, donde sea. La Humanidad ha evolucionado y debe seguir avanzando y la única manera de hacerlo es aceptar que siempre, pase lo que pase, se afecten los intereses de quien sea, se deben respetar los Derechos Humanos.

Y en esto, no caben las dobles lecturas. O se está en contra o a favor.No se puede ser neutro, porque el silencio permite las violaciones a los DDHH y protege al agresor.Los culpables por omisión como les dijo Piñera. Aunque usted esté a favor de Israel o de Palestina, eso no es lo relevante. No ahora. Lo que importa es proteger los DDHH.

Por eso el comunicado del Gobierno de Chile responde a un imperativo ético mínimo y se enmarca dentro de la cultura universal de respeto a los Derechos Humanos. Era indispensable. Era obligatorio. No más silencio. No más complicidad.

Yo tengo mis convicciones claras.Que triunfe la paz y el Derecho.

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