La imagen era devastadora. Una pequeña de siete años en medio de un fuego cruzado, mientras a su alrededor, el silencio ensordecedor de quienes corren o miran al lado, no por indiferencia, sino por un angustiante miedo que paraliza, incluso para proteger al más débil. Chile está fallándole a la Niñez. Lo está haciendo de una manera sistemática, burocrática, y lo que es peor: silenciosa, llegando tarde o abandonando cuando más se necesita.
Mientras discutimos reformas estructurales, elecciones y grandes temas "país", niños mueren a mansalva como nunca antes, 1 cada cinco días y así también, más de 700 mil estudiantes -sí, setecientos mil- no están asistiendo con regularidad a clases, mientras 50 mil niños abandonan la escuela cada año. Algunos reclutados por bandas, otros simplemente desaparecen incluso de los centros que deben protegerlos. Las denuncias por abuso y explotación sexual se han duplicado en cinco años. La salud mental infantil está colapsada, con más de 14 mil niños sin cupo, listas de espera en el Servicio de Protección que superan el año y afectan 4 a 5 veces más niños que en 2021, sobre 41 mil, según el reporte de su director. La educación ya no convoca, la violencia se toma el aula y sus entornos.
Normalizamos estas cifras brutales, pero no son solo números: son hijos, nietos, sobrinos, hermanos, sueños truncados tempranamente. Niños que ya no juegan en plazas, porque sus plazas son territorio narco. Adolescentes que ya no van al colegio, porque nadie los fue a buscar. Pequeños que deberían estar creciendo en brazos seguros, duermen en instituciones separados de su entorno y, muchas veces, vulnerados en su interior, sin equipos clínicos, colapsados con turnos eternos por licencias masivas.
Y las familias, especialmente las más pobres, están criando sin red, sin apoyo, sin tregua. Estamos en una de las peores crisis de la niñez y parece ser que la agenda política no la toma en cuenta, un check list de promesas y discursos pretenden imponerse a una realidad que angustia.
Pero hay una respuesta posible. Una que no parte en los tribunales ni en las cárceles, sino en los brazos de una familia acogedora; en un centro comunitario con profesionales que acompañen; en una escuela donde se enseña a vivir, no sólo a rendir.
Se trata de reconstruir los fundamentos del bienestar de los niños: La familia, la escuela y la comunidad, trincheras de amor, contención y sentido. Si un país se mide por cómo trata a sus niños, el nuestro está profundamente endeudado. Aún tenemos tiempo. Hay diagnósticos, propuestas y una ruta. Este es un llamado a todos, a los ciudadanos, a las autoridades y a quienes quieren serlo, aquellos que entienden que, aunque los niños no dan votos inmediatos, serán quienes construyan nuestro futuro y el futuro empieza cuando dejamos de llegar tarde, cuando decidimos que ningún niño más debe crecer sintiéndose solo, desechable, invisible.
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