Jeannette Jara y el clivaje que reordena la política chilena

Durante las últimas dos décadas, la política chilena ha operado bajo una lógica pendular: quien gobierna es castigado en la elección siguiente, y la oposición hereda un voto de rechazo que, una vez en el poder, se transforma rápidamente en desaprobación. Este fenómeno no se explica únicamente por el agotamiento estructural del modelo, sino también por una creciente desconfianza en la clase política. Existe una brecha cada vez más evidente entre quienes conducen el país y quienes, día a día, no logran llegar a fin de mes. El malestar social no fue una ola pasajera: es una constante que habita en un sistema incapaz de responder a las expectativas de la ciudadanía.

En este escenario, la reciente primaria presidencial marca un punto de inflexión. Esta vez, no se trata sólo de votar en contra de, sino también de preguntarse desde dónde se está a favor. Jeannette Jara no sólo triunfó en la primaria del progresismo: lo hizo encarnando un nuevo viejo clivaje político -lo popular versus las élites- que no es meramente simbólico ni discursivo, sino profundamente material y biográfico. Que una mujer nacida y criada en El Cortijo, comuna de Conchalí, hija de una dueña de casa y un mecánico industrial, encabece hoy una candidatura presidencial competitiva marca un antes y un después en la política chilena reciente. No se trata únicamente de una narrativa identitaria, sino del reconocimiento de una trayectoria vital y política que conecta con un electorado.

¿Y qué representan, en contraste, los nombres que hoy lideran la oposición? Evelyn Matthei, hija de un general de la Fuerza Aérea vinculado directamente a la dictadura; José Antonio Kast, ultraderechista hermano del principal ideólogo neoliberal del régimen militar, formado en el Opus Dei y heredero de una fortuna familiar; y Johannes Kaiser, vocero sin filtros de la misoginia, cuya carrera se ha forjado más en YouTube que en las calles, el trabajo o la academia. Más que diferencias ideológicas, en ellos hay una continuidad generacional, de clase y de poder. Su proyecto no es refundar, sino restaurar: volver a los "valores del orden", que no logra sensibilizar ni empatizar con los dolores y agobios de las familias chilenas.

Frente a ellos, Jeannette Jara no es una anomalía: es un síntoma. Su figura, forjada en los territorios y consolidada en la institucionalidad -como subsecretaria en el segundo gobierno de Bachelet y ministra del Trabajo en el actual- ha sabido representar una sensibilidad popular sin caer en la condescendencia. No buscó mimetizarse con el centrismo escénico de Carolina Tohá ni con la tecnocracia juvenil a ratos mostrada por el Frente Amplio. Mientras este último no logró levantar un relato y a Winter le tocó asumir con responsabilidad militante la tarea -una señal clara de su fragilidad interna-, Jara se consolidó como la ministra mejor evaluada del gobierno, y se echó al hombro sus principales logros sin necesidad de ser ni su vocera ni su escudera.

A quienes insisten en una "baja participación", conviene recordar que las primarias presidenciales nunca han convocado a grandes masas. En esta primaria, Jeannette Jara alcanzó una cifra de 60% de los votos escrutados, lo que le otorga un piso electoral real y competitivo.

La candidatura de Jara no sólo hoy lidera el progresismo: propone -aunque muchos eviten decirlo- un relato ejemplar. Una mujer de clase trabajadora, formada en la educación pública, con experiencia profesional, sindical y de gobierno, enfrentada a una élite que ha gobernado Chile por generaciones. Su triunfo incomoda porque desafía el orden tradicional, ese que aún cree que el país solo puede ser conducido desde las comunas del sector oriente.

De El Cortijo a La Moneda no es solo una metáfora: es una posibilidad concreta, un nuevo mapa de futuro. La verdadera pregunta no es si Jeanette Jara puede ganar, sino si el progresismo chileno está, por fin, dispuesto a abrazar -con convicción y sin pudores- al pueblo que dice representar.

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