Hace meses, desde la publicación de aquel párrafo del “diálogo entre conversos” en que el entonces recién nombrado ministro de cultura y ex miembro del MIR, Mauricio Rojas, calificaba como “montaje” al museo de la Memoria, se generó un debate intenso y trascendente sobre hechos históricos que marcaron a la nación chilena y que un grupo influyente pretende negar, el negacionismo.
El creciente e indignado repudio desde las organizaciones de Derechos Humanos y de la cultura al despropósito de esa falsa e insolente calificación de “montaje” obligó al Presidente de la República a cursar la renuncia de tan breve como polémico personero ministerial, que logró despertar y movilizar conciencias que estaban latentes pero inactivas, como también repuso la unidad de la comunidad nacional para condenar el terrorismo de Estado. El negacionismo fue ampliamente derrotado.
Pero no se apagaban aún los ecos de tan imprevista interpelación desde la sociedad chilena al sistema político, cuando apareció en la agenda pública la conmemoración de la muerte del Presidente Allende y, con la llegada de otro 11 de septiembre, Chile abordó otro ángulo del mismo debate, el derrumbe de la democracia, la instauración de la dictadura y el terrorismo de Estado.
En este caso, el gobernante señaló que la democracia chilena estaba “enferma”, ese término fue muy desafortunado, como escuchar en los años 70 a los miembros de la Junta Militar que daban el mismo argumento, que el uso brutal de la fuerza, cometer crímenes y atrocidades, se explicaba con esa excusa tan turbia y débil, que la democracia chilena estaba “enferma”.
Seguramente, en la Fundación Pinochet hubo aplausos ante la justificación del uso de la violencia extrema por la Junta Militar, bombardear La Moneda, hacer del Estadio Nacional un campo de concentración de decenas de miles de prisioneros políticos cruelmente torturados, lo mismo del ex Estadio Chile, hoy Víctor Jara, en la Base Aérea El Bosque, la Academia de Guerra Aérea, la isla Quiriquina y en instalaciones similares de todo el país, y cometer actos genocidas como la caravana de la muerte, que asoló tantas ciudades de Chile.
Piñera admitió que no hay excusas para las violaciones de los Derechos Humanos, pero dar esa burda explicación tan a gusto de los golpistas es una justificación del terrorismo de Estado, ya que para salvar al enfermo se debe operar o “extirpar” el mal para sanar el organismo. Que la derecha asumiera que apoyó un poder castrense que perpetró crímenes de lesa humanidad, contribuiría mejor a la paz social y a limpiar las heridas que ese perenne cinismo en insistir que “salvaron” el país del comunismo.
La derecha civil cambió su bienestar por la complicidad y el silencio ante la crueldad del terrorismo de Estado, esa es la verdad de muchos avergonzados hoy, ayer dedicados a ganar dinero, aceptando la opresión del país, silenciando abusos inenarrables contra personas indefensas; se aseguraba un buen pasar a cambio de entregar la conciencia.
Ahora bien, este debate rebrotó a propósito del 30 aniversario del Plebiscito del 5 de octubre de 1988, fecha decisiva porque fue en esa encrucijada histórica que se generó una acumulación tan grande de fuerzas que Chile tomó otro rumbo, allí fue el cambio fundamental, se ahogó la estrategia de perpetuación de Pinochet y comenzó el restablecimiento del régimen democrático.
En este caso, desde la derecha señalaron que las dos alternativas - el SÍ y el NO - tenían el mismo propósito, la democracia; como si no fuese Pinochet que tendría otros 8 años, inamovible como Comandante en Jefe, con un Congreso que dependía de él mismo su instalación, con la oposición excluida o sometida al artículo 8° (luego derogado) que daba al dictador el poder decidir quién era legal o no, en suma, un argumento increíble, pretender pasar dictadura y democracia como si fueran lo mismo.
Este argumento, ahora repetido por Piñera es inaceptable, esta nueva versión negacionista que indica que la noche del Plebiscito “todos fueron buenos” es insostenible, justificar a Pinochet cuyo objetivo comprobado era desconocer el resultado y tenía montaba una asonada para provocar disturbios, declarar el Estado de Sitio y anular el Plebiscito, sin importarle el costo social y nacional de esa aventura, valorar eso como positivo resulta increíble.
Con ello, Piñera ignora decisiones que si fueron difíciles para sus protagonistas por el rol que tenían, como la que tomó el Jefe de Zona, general Jorge Zincke, al desmentir que hubiera disturbios y encapuchados, golpeando en la línea de flotación el plan de Pinochet para el autogolpe, después fue el general Mathei que al llegar a La Moneda dio al NO como ganador y luego el Presidente de RN, Sergio Onofre Jarpa que también reconoció el NO como vencedor en un foro televisivo, en suma, el dictador quedó amarrado, sin poder dar el zarpazo que tenía como plan “B”.
En esas tensas horas eran muchas las vidas inocentes que estaban en juego por el afán de perpetuación del dictador. Ese siniestro plan se volvió a publicar por La Tercera, ese mismo fin de semana, rebelando la infinita obsesión de un dictador, dispuesto a todo.
Asimismo, en Marzo de 1990, al asumir el gobierno democrático, Pinochet intentó dar la imagen de blanca paloma, necesitaba negar la verdad para eludir la justicia. Por eso, en el inicio de la transición el Informe Rettig y el Informe Valech, fueron parte de la dura brega por la verdad histórica, negada desde la derecha hasta el cinismo, que se rehace y vuelve a estar presente.
Así también, en el año 1995, Pinochet abusó de su inamovilidad como Comandante en Jefe del Ejército - llegó a presionar con un desplazamiento de la Guarnición militar de Santiago al terreno donde se construía el penal Puntapeuco - para anular la condena por el crimen de Orlando Letelier al jefe de la DINA, Manuel Contreras, y asegurarse su silencio hasta la muerte, logrando que declarara que el autor material del atentado terrorista, Michael Towley, era “agente de la CIA”, negando que las órdenes fueron del dictador, como se ha confirmado después.
No hay que olvidar que en 1975, ante crueles y masivos crímenes como el asesinato de 119 compatriotas por la DINA en países vecinos, el régimen señaló que fueron “ajustes de cuentas” de los “extremistas”; como también ante el degollamiento de tres militantes comunistas en Quilicura, por la Dicomcar, en 1985, la dictadura señaló que se habían ajusticiado “entre ellos”, y en 1989, el asesinato del vocero del MIR, por la CNI, Jekar Negme, trataron de hacerlo aparecer como delincuencia común.
En cada crimen se instaló un “montaje” que negara ante las generaciones futuras la verdad histórica. Es decir, el negacionismo surgió mucho antes que sus actuales exponentes pensaran siquiera en estar algún día en esos roles. De hecho, el origen del término es una respuesta al nazifascismo que niega el Holocausto, la decisión de Hitler de exterminio del pueblo judío.
La historia se puede interpretar pero no negar. Los hechos están comprobados y no pueden ser tratados como si no hubieran ocurrido. Que la verdad histórica no tuviera rostros y nombres fue una obsesión de Pinochet, borrar la identidad de cada cual era el propósito de su acción criminal, su cálculo rudo y cruel consistía en pensar que sin víctimas tampoco habrían victimarios.
Los crímenes más horribles, la práctica de secuestros en cárceles secretas para martirizar a los apresados y ejecutarlos en total impunidad, haciendo desaparecer sus restos, arrebatando a sus familias toda noticia o antecedente, ese sadismo terrible se propuso negar esas prácticas genocidas y que nunca se conociera la verdad.
Por ello, el Presidente Aylwin enfrentó presiones inadmisibles al formar la Comisión sobre Verdad y Reconciliación, que rebeló irredargüiblemente la práctica sistemática de las violaciones a los Derechos Humanos, el secuestro en cárceles secretas de los detenidos desaparecidos, hasta que eran asesinados.
También la Comisión Valech, formada por el Presidente Lagos, estableció como definitiva la práctica de torturas, tratos crueles y degradantes de cerca de 40.000 presos y presas, por la persecución política de la dictadura para perpetuarse.
Aún así está brega proseguirá en el tiempo, cuando la verdad histórica se abre paso alguien intenta desmentirla, incluso el mismo Piñera, confirmando que son muy poderosos los poderes fácticos civiles que presionan para que sobreviva el negacionismo, son quienes están detrás del siniestro intento de rebajar el Museo de la Memoria a la categoría de burdo “montaje”.
La lucha por la verdad histórica continuará siendo una de las tareas fundamentales con vistas a un Chile mejor, porque de falsear los hechos se alimenta la injusticia. En esencia, el negacionismo es eso, al negar la Memoria estimula e impone la injusticia.
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