Lo que nos une

El llamado a la unidad de todos los chilenos y la solicitud de colaborar con las medidas y obedecer el estado de excepción y toque de queda, son recurrente en las autoridades.  Pero, ¿qué es la unidad de todos los chilenos?, ¿qué debiera existir para que la propagación del virus sea frenada como sociedad que actúa unida?

Esta pandemia mundial se expande en un país con cinco meses de movilización social, con una crisis de representatividad, recordemos el 6% de aprobación que alcanzó a tener el  Presidente, con una deslegitimación de instituciones claves que sin conducción profesional utiliza la fuerza para reprimir las demandas. “Se nos viene marzo” era el anuncio esperado, pero marzo nos vuelve a asombrar, ese asombro que bien describió Albert Camus: “el momento en que el individuo se da cuenta del paso del tiempo, de la extrañeza del mundo, de su hostilidad primitiva”.

Se puede entender la desorientación del gobierno frente a un fenómeno de magnitud mundial que nos asombra, pero lo que genera un vacío en el alma nacional es la soberbia, la avaricia, el desprecio a la vida del pueblo.

Palabras grandilocuentes y datos “mañosos”, soluciones halladas a la medida de los grupos económicos en desmedro del fortalecimiento del sistema de salud pública, dictámenes del ministerio del Trabajo que legitiman despidos masivos a los trabajadores obligados a la cuarentena, la limpieza de la ciudad de las “manchas” del estallido, la indolencia ante medidas que exponen a aglomeraciones a las personas más pobres.

El desparpajo de casamientos anunciados en las páginas sociales, las fotos de “gente linda” que despiden el verano en las playas, mientras por Twitter se anuncia la primera muerte por coronavirus, claro, sucede en Renca. ¿Qué es, entonces, la unidad de todos los chilenos?  

Son tiempos de humildad y no de soberbia, son tiempos de escuchar y tratar de entender la realidad de un país que en octubre dejó muy claro que la desigualdad y discriminación son experiencias cotidianas para la mayoría de las personas. El modelo exitoso neoliberal, el oasis chileno, se hizo trizas en la vitrina mundial. El coronavirus golpea fuerte a nuestro país, nos quita las escasas defensas en una sociedad fragmentada por la desigualdad y discriminación.

A nivel internacional, el debate intelectual en torno a las consecuencias de la pandemia tiene un punto en común “nada volverá a ser igual” ¿pero cómo será eso distinto? Para algunos estamos asistiendo al fin del capitalismo salvaje y estamos frente al dilema de “pensar una sociedad alternativa (…) el coronavirus nos obliga a re-inventar el comunismo basándonos en la confianza en las personas y la ciencia” (Žižek).

Para otros el virus radicalizará el individualismo “El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia (…) No confiemos en que tras el virus venga una revolución humana (Byung-Chul Han). 

Aún no sabemos cuál será la profundidad y alcance de esta pandemia en Chile. Sin duda estamos enfrentando una emergencia sanitaria, pero este no es solo un problema sanitario, es un desafío ciudadano, que requiere construir consensos sociales básicos, que permita sentirnos parte de una comunidad con un destino común que le da sentido a lo que llamamos “compatriotas”. 

La unidad no es un discurso. Construir unidad tiene requisitos morales-valóricos, económicos, sociales, institucionales.  El derecho a una vida digna y justa, basada en el reconocimiento, respeto y valor de la existencia humana. 

Comprender las riquezas del país como un bien común y no como propiedad de unos pocos, ajenos, que desprecian con soberbia a quienes habitan esta tierra.

La unidad se construye con instituciones sólidas, transparentes, con políticas sociales sustentadas en un enfoque de derecho, no son los subsidios, no con las rebajas de salario que se ofrecen como el “sacrificio de los poderosos”, es el derecho a tener salud, vivienda, educación, trabajo para todos y todas. Sin privilegios.

La unidad de un país, la existencia simbólica de un país, tiene una columna vertebral: la educación. La educación es la base en que se apoya y se proyecta la pertenencia a un espacio territorial, la educación es el paisaje que arropa la vida de las personas.

Si queremos unidad, si queremos llamarnos chilenos, necesitamos un sistema educativo público, construido para crear comunidad en donde todos y todas aprendan sin discriminación, sin injusticias.

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