Leo el titular de una noticia: “Madre queda en prisión preventiva por prostituir a su hija desde los 12 años”. Una noticia macabra y desoladora sobre la cual me gustaría proponer algunas reflexiones necesarias.
Primero, debemos recalcar que no es "prostitución". Es explotación sexual infantil. La explotación sexual infantil es una violación de los derechos humanos y de los derechos de la infancia, y se define como el abuso sexual por parte de un adulto, que trae aparejada una transacción comercial en dinero u otros. Llamarlo “prostitución”, invisibiliza la acción abusiva del adulto y la coerción impuesta sobre un niño o niña que es vulnerado.
Por otra parte, no solo hay comercio sexual infantil, sino que estamos frente a la violación reiterada de una niña. Una violación que no es marcada por nuestra prensa y que queda sumida en un silencio que no nos hace reparar suficientemente en este acto de horror.
Los titulares de prensa destacan lo que a esta sociedad más le llama la atención y más sanciona: que una MADRE cometa tal brutalidad. Nada contra la violación reiterada y nada contra el adulto monstruoso que requirió y pagó por la virginidad de una pequeña de 12 años y por seguirla violando una vez al mes. Porque el delito a sancionar, parece ser el de la madre, no el del hombre.
Esto es parte de nuestra cultura mariana y conservadora, donde la figura de la madre debe ser perfecta, abnegada, incólume. Una figura en la que descansa la exclusiva responsabilidad del cuidado de los hijos. Esto queda demostrado en que, para variar, aquí hay un padre que brilla por su ausencia y que no es invocado en absoluto.
El padre abandonador no existe en la historia de precariedad de la niña. No se signa su responsabilidad en ausencia. ¿Por qué? Porque el padre aún carece de responsabilidad social sobre los hijos. Porque seguimos siendo una sociedad que se construye tras los códigos de las madres y los huachos, tal como escribía hace años Sonia Montecinos.
Esto, más allá de los discursos de las nuevas parentalidades, se replica una y otra vez cuando noticias como estas salen a luz. Y nuevamente, estas historias de violencia hacia las niñas y mujeres quedan circunscritas a historias entre mujeres.
Sabemos que la madre de la niña también se prostituía e indujo a lo mismo a sus hijas. Es muy probable suponer que su iniciación sexual también se produjo en un contexto de abandono, violento y abusivo. Tal vez, la noción de su cuerpo y la del de sus hijas era una noción de cuerpo degradado exento de subjetividad y se concibió como un medio legítimo para vivir. ¿Por qué no, si es lo que seguramente vivieron ella, su madre, su abuela, su hermana, sus tías, sus amigas o sus vecinas?
¿Por qué no, si la sociedad le dibujó su rol de objeto así como a los hombres les dibujó la posibilidad de concebirla como tal y tratarla como tal? ¿Por qué no, si hay alguien que paga por eso?
¿Podemos obviar el hecho que el comercio del cuerpo se les presente como algo natural y necesario dentro del camino de la sobrevivencia?
En una de las noticias, se nos relata que a las niñas, al haber sido sometidas a esto desde tan pequeñas, se les presenta como algo natural, sin saber distinguir si es correcto o incorrecto. Al ver que esto se replica no solo en sus historias sino que en las historias que las rodean, es algo que entra dentro del plano de lo posible.
No ver esto, es no entender su profundidad.
Sin exculpar el delito y su horror, si no cuestionamos nuestra sociedad miserable, machista y patriarcal.
Si no entendemos lo que está ocurriendo con toda su crudeza, si no nos abrimos a entender nuestra pobreza, si no nos cuestionamos a nosotros mismos, seguiremos replicando historias y no podremos salvar a otras niñas de sufrir una vida para olvidar.
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