En la actualidad se incrementan las noticias de producción de biocombustibles como fuente energética para distintas industrias, en el marco mundial que propicia la reducción de emisiones para mitigar el cambio climático. Por ejemplo, se anuncia que las ex refinerías de petróleo propiciarán plantas de biocombustibles en Centroamérica. Esto, en una primera lectura, es una noticia que van en la dirección correcta y debería ser bien recibida a nivel global. Aunque también debe ser sometida al escrutinio de los factores subyacentes y de un análisis integral respecto a los impactos y eventuales externalidades.
La comunidad científica, algunos políticos y más bien pocas industrias se van alineando, bajo incentivos económicos y regulaciones directas, para reducir emisiones de CO2, las cuales lograrían llegar a un nivel meta y de equilibrio (zero net emission, en inglés) para el año 2050. Esto quiere decir que la actividad humana no debería emitir a la biosfera mayor cantidad de toneladas de las necesarias para mantener un estado estacionario o de equilibrio estable. Cabe señalar que el CO2, también es necesario para la vida. Así podríamos mantener, al llegar al equilibrio, un medioambiente similar al de los últimos milenios y con ello durar como especie algunos milenios más.
Para lograr la meta, entre las iniciativas más interesantes y de fuerte impacto se encuentran aquellas ligadas a la reducción de las emisiones provenientes de combustibles fósiles. La nueva matriz verde presenta una industria pujante denominada biocombustibles. Esta industria utiliza materias primas orgánicas, las cuales deben ser ingresadas a las plantas de producción en grandes volúmenes para satisfacer la creciente demanda por este tipo de energía (verde) y obtener rentabilidad que retribuya, no solo la inversión y el pago por riesgo, sino que la mantenga viable como industria frente a la energía negra (de origen fósil) que seguirá siendo un fuerte competidor en países de menor conciencia ambiental y en economías subdesarrolladas.
La materia prima de estas nuevas plantas de refinación son desechos orgánicos, productos industriales para reciclar y en mayor parte, nuevos cultivos agrícolas para abastecer la producción de millones de barriles por día requeridos en industrias productivas y de transportes. Entre las industrias más favorecidas por el nuevo oro verde se encuentra la del transporte aéreo, que actualmente sufre la presión social por reducir emisiones. En la mayor parte del mundo esta industria es un free-rider (o polizón) del crecimiento económico sustentable. Por tanto, si la meta es reducir las emisiones, en este caso las del transporte aéreo, los biocombustibles son el mejor sustituto cercano del jetfuel originado en el petróleo, y no cabría duda que tanto la industria (líneas aéreas), como los gobiernos deberían apoyar e incentivar su producción y uso.
Pero la moneda tiene dos caras. Mientras a nivel mundial existen aprensiones por el riesgo de tener hambrunas por la caída en la producción de los alimentos, esta nueva industria requerirá sustituir la producción agrícola para alimentación por biocombustibles, principalmente para satisfacer a las economías avanzadas. Luego el dilema ético será ¿producir oleaginosas para alimentar humanos o para usar en máquinas y aviones?
La respuesta está en el sistema de actividades que subyace al consumo, en este caso una respuesta que requiere mucho más de una vuelta y algo más que el mercado para ser contestada integralmente.
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