Chile no puede seguir creciendo en torno al 2%. Incluso la visión sobre el desempeño de la economía en 2025 es preocupante: Expertos anticipan un comienzo lento, con proyecciones del PIB del primer trimestre por debajo de este número. En simple, esto se traduce en menos empleo y peores sueldos.
¿Pero cómo esperamos lograrlo si nuestras cifras son devastadoras en torno a la creación de valor? Nos ubicamos en el puesto 47 del Índice Global de Competitividad y destinamos apenas el 0,36% del PIB a investigación y desarrollo (I+D), lejos del 2,5% promedio de la OCDE. Estas brechas no se limitan a los rankings, sino que se traducen en una falta de diversificación económica, menos empresas competitivas y un golpe directo en el bolsillo de los chilenos.
Entonces, el que estos últimos días se haya despachado a discusión en el Senado la creación de la Agencia de Futuro Estratégico y Desarrollo (AFIDE) no es una mera formalidad, y parece ser la solución para que Chile se sacuda la inercia, recupere el impulso hacia un desarrollo sostenible y volvamos a crecer de manera sostenida. La AFIDE surge como la gran apuesta para revertir este escenario y trazar una Estrategia Nacional de Futuro y Desarrollo.
Sin embargo, de nada sirve un gran propósito sin una ejecución contundente y un diseño institucional sólido. Las experiencias de España y Argentina son claras: Sin financiamiento adecuado, sin coordinación real entre instituciones y sin continuidad política, cualquier "plan estrella", acaba estrellándose. Y es precisamente esa continuidad la que debemos asegurar en la AFIDE, que no puede convertirse en una agencia más atrapada en el vaivén de ciclos políticos o intereses de corto plazo.
Urge dotarla de independencia, financiamiento sostenible y una gobernanza con representación regional que reconozca la diversidad de Chile. Además, su impacto no puede medirse con declaraciones de buenas intenciones, sino con indicadores concretos: ¿Cuántas industrias emergentes nacen gracias a este impulso? ¿Cómo reducimos la brecha tecnológica y social? ¿Cómo esto se traduce en más y mejores empleos?
Corea del Sur, Finlandia o Singapur han demostrado que el atajo al progreso no existe. El liderazgo global se consigue con visión, ciencia, tecnología y la convicción de que invertir en el futuro es la mayor riqueza que un país puede generarse a sí mismo. En Corea del Sur, KAIST se ha convertido en el pilar de una economía que invierte el 4,8% de su PIB en I+D y que hoy marca la pauta en innovación. ¿Por qué nosotros, con nuestra posición estratégica y nuestros recursos, no podríamos aspirar a algo similar?
En estos días decisivos, no basta con aprobar la ley: debemos vigilar que su diseño sea suficientemente robusto y que su implementación no se diluya en promesas que se evaporan. Chile está hoy en una encrucijada, o nos lanzamos a la carrera por el liderazgo en innovación y sostenibilidad o nos estancamos en cifras mediocres de crecimiento. Nuestro país se juega la posibilidad de forjar un mañana más competitivo y justo. Que esta oportunidad no se convierta en otra anécdota legislativa. Es responsabilidad de todos construir nuestro futuro. ¿Queremos, de una vez por todas, hacerlo realidad?
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