Lo simple del microcuento de Augusto Monterroso lo hace notable. El análisis de esas siete palabras permite aplicarlo a una de las cuestiones más persistentes de nuestro tiempo: el crecimiento económico.
Así como el dinosaurio de Monterroso, nuestra obsesión por el crecimiento económico permanece allí cuando despertamos cada día. Si ha sido bajo, la moda es discutir cómo mejorarlo; si ha sido alto, cómo mantenerlo o que no baje. Queremos saber cómo se comportó durante la pandemia, las recesiones, las crisis financieras o ecológicas, y, por supuesto, cómo se comportará mañana, en el futuro, en las próximas décadas.
El dinosaurio del crecimiento es persistente, voraz, inadaptado e impredecible. Sigue exigiendo más territorio, más actividad, más consumo, más recursos, más población, más explotación. Y como el dinosaurio, el crecimiento económico se rehúsa a soltarnos.
Ahora, en época de elecciones, los políticos lo invocan, lo usan y lo abusan. Como lo fue para los nómadas, recolectores o cazadores (sin métrica monetaria), seguirá siendo un mantra del progreso y del orden. Solo que ahora se mide en puntos del PIB a precio de mercado de bienes finales... y tal vez mañana, en criptomonedas de nuestros hijos y nietos, que podrán ser acuñadas con una imagen de dinosaurio.
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