La vitivinicultura chilena vive un renacimiento que se gesta desde los territorios. En los valles del Maule y del Itata, donde fueron plantadas las primeras vides del país, tradición e innovación se unen para impulsar un desarrollo que integra calidad, identidad y oportunidades para cientos de productores de la Agricultura Familiar Campesina. Este nuevo ciclo fortalece la producción vitivinícola, revitaliza comunidades, rescata patrimonios y consolida una forma de hacer vino profundamente ligada a nuestra cultura.
Desde la llegada de las primeras cepas a Chile en 1548 -según relata el historiador Armando Cartes Montory- hasta la introducción de variedades europeas en el siglo XIX, nuestro país ha construido una tradición enológica que lo posicionó como el cuarto mayor exportador de vino del mundo, después de Francia, Italia y España. Sin embargo, este desarrollo también relegó a un uso principalmente local cepas históricas como País, Moscatel, Carignan o Cinsaut, cuyo valor hoy está siendo redescubierto.
Desde la década de los '90, una nueva mirada enológica centrada en la calidad y la revalorización de las cepas tradicionales impulsó un proceso de revitalización de la vitivinicultura nacional desde el Maule e Itata. El Estado ha tenido un rol fundamental en este desarrollo, articulando actores, apoyando a las y los productores y promoviendo una estrategia que combina identidad territorial y competitividad.
Con ese objetivo, en 2023 se creó la Mesa Birregional Vitivinícola, que hoy reúne a la Agricultura Familiar Campesina de las regiones de O'Higgins, Maule, Ñuble y Biobío. Su misión es abordar de manera coordinada los grandes desafíos del sector, como la producción, la comercialización, la asociatividad y la institucionalidad. Desde este espacio de articulación se han impulsado iniciativas con el apoyo de Indap, Prochile, Corfo, Sercotec, INIA y los gobiernos regionales.
Para consolidar esta visión, solo durante el año 2025 se entregaron más de $800 millones en inversiones de fomento productivo -a través de Indap y Corfo-, fortaleciendo además la comercialización de vinos con un aporte superior a los $200 millones mediante Prochile e Indap, junto con otros recursos asignados a las cuatro líneas de trabajo acordadas con las y los productores. Estos avances reflejan el compromiso del Estado y el compromiso de las y los productores, quienes han incorporado la calidad como eje central para competir en los mercados nacionales e internacionales.
El desarrollo territorial encuentra sustento en la investigación y la ciencia aplicada. Esto quedó demostrado en la reciente celebración de los 100 años del Centro Experimental INIA Cauquenes, instancia donde destacaron su aporte al patrimonio, la innovación y el desarrollo local. Su trabajo impulsó avances significativos en vitivinicultura y fruticultura de secano, y contribuyó al reconocimiento nacional del tradicional vino Asoleado de Cauquenes.
La investigación, las políticas públicas y el compromiso de las y los productores están revitalizando los territorios entre los ríos Maule e Itata; cuna de las primeras vides del país. Allí, tradición e innovación conviven en una red vibrante de pequeñas y medianas bodegas, que hoy proyectan un futuro vitivinícola competitivo y profundamente enraizado en la identidad de Chile.
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