Hacia una visión integral de la prevención de riesgos

Si bien hace unas décadas la industria chilena, y en general la industria del mundo occidental, se orientaba prioritariamente en la manufactura, hoy son los servicios los que han tomado su lugar. De esta manera, los riesgos a los que se exponen los trabajadores han evolucionado y son muy diferentes. Es natural que esto ocurra y siga ocurriendo a medida que las sociedades se modernizan.

Por ello es tan necesario que la seguridad, salud y el bienestar de los trabajadores se aborde desde una perspectiva integral, más allá de los riesgos propiamente laborales.

Según las estadísticas de la Superintendencia de Seguridad Social, en 2015 hubo 52.629 accidentes de trabajadores yendo o viniendo desde sus lugares de trabajo (accidentes de trayecto), lo que significa un aumento de un 10% con respecto al año anterior, alcanzando un peak histórico y convirtiéndose en una verdadera pandemia.

En contraste, la tasa de accidentes laborales también alcanzó una baja histórica, llegando a sólo 3,7%, reflejo del liderazgo en prevención que ofrecen las mutualidades y que es un ejemplo a nivel mundial. Pero no se saca nada con tener una buena política de prevención dentro de las empresas si el trabajador no la integra a su vida como un todo. La prevención tiene que estar en la cotidianeidad.

Si así fuere, no tendríamos que lamentar que en 2015 la tasa de letalidad de los accidentes de trayecto fue casi el triple de la de los accidentes del trabajo. Un aumento en la cotización por estos accidentes, al menos simbólico, asoma como un elemento a explorar si se busca un mayor compromiso por parte de las empresas, pues hoy la legislación no los grava.

Con el crecimiento económico y la modernización, la academia ha demostrado que los riesgos psicosociales, que son los riesgos derivados desde la organización del trabajo, también se están disparando.

Entre ellos aparecen las tareas repetitivas o monótonas, la doble presencia de la mujer (ocuparse de las tareas domésticas y laborales al mismo tiempo), la comunicación deficiente, la ambigüedad de roles, el autoritarismo, los horarios nocturnos o inflexibles, la sobrecarga laboral o la falta de reconocimiento, no sólo reflejada en una retribución económica acorde, sino también en aspectos intangibles.

No por nada la OIT eligió al estrés laboral como la temática base para el Día Mundial de la Seguridad y Salud en el Trabajo. Pero la única manera de gestionar estos riesgos, o al menos de hacerlo de manera fructífera, es si en la plana alta de las empresas creen firmemente en ello, involucrando activamente a los trabajadores, que son quienes más saben de los riesgos a los cuales están expuestos. Apuntar sólo a la tecnocracia no rendirá fruto alguno, sobre todo si los que tienen que aplicar los cambios son los mismos trabajadores.

En Chile existe un instrumento, con una visión científica, que mide los riesgos psicosociales, es el Suseso/Istas 21, que fue validado desde España y que originalmente viene de Dinamarca.

Éste está disponible gratuitamente para ser aplicado, con la asesoría de las mutualidades, en empresas de manera anónima y voluntaria, y la autoridad está facultada para fiscalizar que las empresas así lo fomenten. Pero si los empleadores no tienen la convicción real de que esto es sano y positivo para la empresa como organización, tampoco resultará muy útil, transformándose sólo en papeleo y burocracia.

Ahora, claro, tampoco hay que “enamorarse” del instrumento, pues es perfectible. Pero es un gran paso el que se ha dado con su implementación. El sólo hecho de que los trabajadores respondan el cuestionario ya refuerza el diálogo dentro de la empresa, desprendiéndose un poco de una visión taylorista y mecanizada de la organización del trabajo. Cuando los trabajadores sienten y perciben que la empresa se preocupa por ellos, su compromiso y lealtad crece exponencialmente. Y con ello caen (está demostrado) los accidentes laborales y enfermedades profesionales.

Un trabajador que está contento con lo que hace es más eficiente y productivo. Y un trabajador así, qué duda cabe, le trae beneficios económicos a la empresa. Gestionando los riesgos psicosociales ganan todos.

Gana el trabajador y gana la empresa. Y si así ocurre, también ganan las familias y su entorno, lo que nos acerca más hacia la felicidad colectiva, que es a lo que todos, creo, apuntamos. Cuidemos a nuestros trabajadores y adaptémonos a los cambios sociales y culturales que ya están en marcha. Si nos quedamos atrás, todos perdemos. 

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