Keynes, el Frente Amplio y la crisis habitacional en Chile

En el complejo escenario económico y financiero actual, el debate sobre el acceso a la vivienda se intensifica con cada vez más urgencia. En el corazón de este debate yace un dilema fundamental, pues mientras los inversionistas pueden aprovechar significativos préstamos para expandir sus portafolios inmobiliarios, los individuos enfrentan obstáculos considerables para adquirir una propiedad para su residencia personal. Este desequilibrio no solo plantea interrogantes económicos sobre la equidad y la estabilidad del mercado, sino que también suscita profundas preocupaciones sociales sobre la creciente disparidad de oportunidades.

Desde una perspectiva técnica, el apalancamiento financiero permite a los inversionistas maximizar sus inversiones en bienes raíces, utilizando préstamos para ampliar su capacidad de compra y diversificar riesgos. Esta práctica, común en el ámbito financiero, promueve la eficiencia del mercado inmobiliario al facilitar transacciones y aumentar la oferta de propiedades disponibles para alquiler o venta. Sin embargo, este acceso privilegiado al crédito no se traduce igualmente para individuos que buscan establecerse en una propiedad como hogar, enfrentando barreras impuestas por regulaciones financieras restrictivas y estrictos criterios crediticios.

El impacto social de esta disparidad no puede subestimarse. Mientras que los inversionistas pueden beneficiarse de una escalada en el mercado inmobiliario, los individuos se enfrentan a la difícil realidad de un acceso limitado y a menudo prohibitivo a la propiedad de vivienda. Esta situación no solo perpetúa desigualdades económicas, sino que también afecta la cohesión social y la movilidad económica de las familias de ingresos medios y bajos, quienes luchan por asegurar un futuro financiero estable a través de la propiedad de vivienda.

Internacionalmente, varios países han adoptado enfoques diversos para abordar estas disparidades. Desde la implementación de estrictas regulaciones sobre préstamos hipotecarios en Canadá hasta la restricción de la inversión inmobiliaria extranjera en Australia, cada estrategia busca equilibrar la dinámica del mercado, proteger la estabilidad financiera y promover el acceso equitativo a la vivienda. Estas políticas no solo sirven como salvaguardas contra la especulación y las burbujas de precios, sino que también apuntalan la base económica de las comunidades locales, fortaleciendo el tejido social y económico.

En contraste, los defensores de una mayor flexibilidad para los inversionistas argumentan que estas políticas estimulan la inversión y fomentan el desarrollo económico, creando empleos y revitalizando áreas urbanas. Sin embargo, esta visión debe ser equilibrada con una consideración crítica de los impactos a largo plazo en la estabilidad del mercado y la equidad social. Priorizar el acceso al apalancamiento para inversionistas sobre la adquisición de vivienda para individuos puede profundizar las divisiones socioeconómicas y dificultar el camino hacia una verdadera igualdad de oportunidades.

Además, es crucial reconocer que estos préstamos se basan en la creación de dinero crédito, que no son ahorros de depositantes, sino anotaciones en hojas de balance bancarios. Este sistema es posible gracias al dinero fiat y a los sustitutos monetarios en la economía, que permiten a los bancos multiplicar el crédito disponible y facilitar el acceso al financiamiento. Esta práctica conlleva riesgos, como la inflación de activos y la vulnerabilidad del sistema financiero ante crisis económicas.

Entender cómo el acceso desigual al apalancamiento en el mercado inmobiliario se alinea o contradice con los modelos económicos y las políticas es crucial para evaluar sus impactos sociales y económicos. Desde una perspectiva keynesiana, que enfatiza la importancia del consumo para estimular la demanda agregada y fomentar el crecimiento económico, el acceso equitativo a la vivienda es visto como un componente fundamental para impulsar el consumo y fortalecer la economía doméstica. Cuando los individuos tienen la capacidad de adquirir viviendas estables, no solo satisfacen una necesidad básica, sino que también contribuyen al crecimiento sostenido mediante inversiones en mejoras y consumo de bienes relacionados con el hogar.

Sin embargo, las políticas que perpetúan un acceso desigual al apalancamiento, favoreciendo a los inversionistas sobre los compradores individuales, pueden contradecir los principios de equidad y justicia social defendidos por la nueva izquierda. Estas corrientes políticas suelen cuestionar el consumismo desenfrenado y abogan por políticas económicas que promuevan una distribución más equitativa de la riqueza y los recursos. La concentración del acceso al crédito en manos de unos pocos inversores, que luego pueden beneficiarse de la inflación de activos y la acumulación de riqueza desproporcionada, va en contra de estos ideales al ampliar las brechas de desigualdad y exacerbar la concentración del poder económico en manos de elites financieras.

Cuando las políticas económicas, incluso aquellas administradas bajo el prisma de la nueva izquierda, terminan promoviendo un sistema donde el acceso al crédito y la propiedad están sesgados hacia los más privilegiados, se perpetúa un ciclo de desigualdad que socava los principios de equidad y movilidad social. Aunque los modelos keynesianos pueden sugerir políticas que favorezcan el consumo y la inversión como motores de crecimiento económico, es crucial implementar estas estrategias de manera que no perpetúen injusticias estructurales ni amplíen las disparidades socioeconómicas.

Reconciliar estas perspectivas implica adoptar políticas que no solo promuevan el crecimiento económico y el consumo sostenible, sino que también garanticen un acceso equitativo a oportunidades económicas, incluyendo la propiedad de vivienda. Esto implica un equilibrio delicado entre políticas que estimulen la inversión y el consumo, al tiempo que se implementan salvaguardas que aseguren que todos los miembros de la sociedad tengan la oportunidad justa de participar en los beneficios económicos generados.

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