La realidad detrás de las cifras de ingresos y gastos de los chilenos

Hace algunos días se publicó la octava Encuesta de Presupuestos Familiares (EPF) del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), cuyos datos se levantan en nuestro país cada 5 años a un número de familias representativo de las capitales regionales, y que son de relevancia no sólo para conocer el comportamiento de gasto de los chilenos, sino que también, entre otros usos, como principal insumo de información para actualizar y ponderar la canasta de bienes sobre los cuales se medirá en los próximos años las variaciones de precios a través del Índice de Precios al Consumidor (IPC). 

Al revisar los resultados, ciertos analistas ya han adelantado algunas conclusiones relativas a que Chile está adoptando una estructura de gastos que se acerca cada vez más a los países desarrollados e incluso fue el propio director del INE, Guillermo Pattillo, quien esbozó algunas conclusiones relativas sobre los datos obtenidos, los que muestran que existen cada vez más familias que incorporan entre sus principales ítems de gasto el desembolso en restoranTes, hoteles, y entretención, entre otros bienes ligados al uso del ocio, y que darían cuenta de una transición cada vez más acelerada al comportamiento de gasto de países desarrollados, donde es menos relevante la proporción de los ingresos que se destinan a satisfacer necesidades básicas y se torna más importante el gasto en necesidades de mayor nivel. 

Sin embargo, si se analiza con mayor profundidad estos resultados, observamos algo que es preocupante y de suma importancia resaltar.

Lejos del gasto en estas necesidades superiores que se aprecian en los datos, principalmente en lo relativo a recreación, cultura, restaurantes y hoteles, la realidad es que dicho gasto se concentra principalmente en el último quintil, vale decir en el 20% de la población de mayores ingresos.

Si vemos el comportamiento en el promedio de los hogares, casi un 50% del gasto se destina a alimentación, transporte, vivienda y servicios básicos, y si agregamos el gasto en salud y educación, esta cifra llega a más del 62%.

Esta composición no es muy distinta a lo que arrojó la misma encuesta 10 años atrás, donde estas mismas clases de gasto consideraban gran parte de los ingresos de las familias, y donde la única diferencia más relevante, es que el gasto en educación tenía en promedio más peso que en la actualidad, lo que tal vez tenga su explicación con la reforma educacional vinculada a la ley de inclusión y el acceso gratuito a la educación superior.

Otro punto relevante es el nivel de endeudamiento. Salvo, nuevamente, el 20% de mayores ingresos de la población, el resto de los hogares evidencian un gasto promedio por hogar (y por persona) que supera los ingresos disponibles.

Esta brecha de gastos e ingresos se va ampliando conforme nos vamos acercando más a los grupos de familias de menores ingresos del país, resultado que va en línea con el Informe de Endeudamiento 2017, publicado por la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras, el cual da cuenta de niveles de endeudamiento financiero que se han incrementado en los últimos años, manteniéndose a junio de 2017 en torno al 25% de los ingresos de las personas que han solicitado financiamiento al sistema. Esta realidad, pronto debería verse refrendada cuando se publiquen los resultados de la Encuesta Financiera de Hogares 2017 del Banco Central. 

Nuevamente las estadísticas económicas nos entregan resultados que de forma global son positivos, pero que al momento de desagregarse, nos permiten inferir lo distante que se encuentra nuestra realidad local con la de otras sociedades y da cuenta de un país que, pese al crecimiento económico de su PIB per cápita, sigue manteniendo enormes desigualdades en la distribución de la renta, lo que se ve reflejado una vez más, según los datos de la EPF, en una estructura de gastos que responde mayormente a satisfacer las necesidades esenciales en el caso del 60% de las familias con menores ingresos, quienes además, usan cada vez con mayor fuerza el endeudamiento con el sistema financiero para poder mantener rotativamente dicha estructura de gastos, lo que en un lenguaje coloquial se señalaría como “bicicleteo” de las finanzas familiares.

Cabe además referir que los datos no nos permiten concluir la calidad de los bienes adquiridos en dichos ítems básicos, porque de contar con esta información, las conclusiones serían quizá aún más alarmantes.

Ante este escenario, la gran pregunta es ¿a qué costo estamos creciendo económicamente en nuestro país?, ¿es óptimo que para cumplir con el afán del progreso lleguemos a una condición social en que las familias tengan que sobre endeudarse cada vez más, incluso para financiar sus necesidades más esenciales?

Si esto es parte del crecimiento económico de nuestro país, claramente al menos no refleja un desarrollo armónico y sano como sociedad que aspira a alcanzar niveles de bienestar mínimos para todos los chilenos.

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