¿La última generación de pescadores de merluza austral?

La pesca artesanal de merluza austral en los canales de Magallanes está desapareciendo. No se trata solo de un pez el que se desvanece de nuestros platos, sino un mundo entero: el oficio de los pescadores, su relación con el mar y las aves como el albatros, además de una cosmovisión que lee el clima y las mareas. Somos testigos del ocaso de una historia biocultural, de una interacción única entre el humano y su entorno marino. Cuando esta generación de pescadores se vaya, no solo perderemos la merluza, sino que una parte de nuestra identidad que quedará relegada a los libros de historia como una experiencia extinta.

El declive es brutal. En 2006, Magallanes desembarcó 3.300 toneladas de merluza austral. Para 2011, tras la crisis subprime, la crisis española y la Ley de Pesca, la cifra cayó a 770 toneladas. En 2019 apenas se registraron 9 toneladas, pero estos números esconden una realidad más cruda: cada vez hay menos pescadores de merluza en el mar magallánico y en Punta Arenas es más fácil encontrar tilapia en un supermercado importada de Indonesia que merluza local. Quienes aún pescan, muchos de manera "irregular" tras ser excluidos del sistema, son los últimos guardianes de nuestra soberanía alimentaria marina.

La raíz del problema está en las barreras de acceso impuestas por un sistema pesquero marcado por el neoliberalismo. En los años '70 y '80, los booms pesqueros, como la fiebre del loco y la merluza, atrajeron a pescadores y comerciantes a los canales australes. Pero en los 2000, la introducción de cuotas individuales de pesca -un símbolo de dicho modelo económico- cambió las reglas. En el 2005 las cuotas no se asignaron a todos los pescadores, sino que a los dueños de las embarcaciones, por lo que muchos que habían pescado por décadas quedaron fuera.

Así, la crisis económica de 2008 y la caída de la demanda española agravaron la situación, y algunos pescadores, sin ser ingenieros comerciales como para diseñar un plan de negocios que les permitiera adaptarse al crudo contexto económico, cedieron sus cuotas a la industria.

Hoy la pesca artesanal enfrenta un futuro sombrío. No hay recambio generacional y la mayoría de los pescadores supera los 50 años. "Somos la última generación", dicen, mientras un sistema de cuotas individuales restringe el acceso a las especies alimentarias marinas. En los canales de Magallanes al no ser trabajada desde 2011 la merluza probablemente puede aún tener una salud poblacional razonable. Sin embargo, mar afuera, en donde operan los industriales, las merluzas pueden estar enfrentando sobrepesca. Estas brechas del conocimiento pesquero también son oscuridades que enfrentan la merluza, los pescadores y las especies asociadas como los petreles y albatros. El problema es un modelo que prioriza la pesca industrial sobre la artesanal en donde el conocimiento científico está al debe tanto en lo social como en lo ecológico. Si la ciencia está al debe con la merluza, ¿qué más queda para el manejo de la pesquería que es aún más precaria?

El camino que estamos atravesando podría ser la extinción de una experiencia y con ello un alimento tradicional y un plato con memoria biocultural que cuenta la historia marina de la Patagonia.

En este contexto, la Ley de Fraccionamiento que hoy se está tramitando propone un tímido alivio: reasignar 3% de las cuotas de merluza austral y congrio de la pesca industrial a los pescadores artesanales en Magallanes. No es la solución, pero es un respiro para quienes quedaron fuera del sistema. La promesa de la Subsecretaría de Pesca es que este pequeño porcentaje no podrá venderse a la pesca industrial y mejorará el acceso local a estas especies. Es un paso hacia un poder de compra regional que podría evitar que programas como Junaeb sigan prefiriendo tilapia de Asía que a los peces locales.

Con todo, el caso de la merluza austral refleja una problemática global. Las cuotas individuales, vendidas como la panacea para el manejo pesquero, han fallado en adaptarse a las realidades locales. Porque las pesquerías del mundo necesitan soluciones diversas, no un modelo único que nos condena a comer pescado importado y con limitaciones en el acceso de los peces locales.

Esto no es solo un problema de los pescadores. Es un asunto ciudadano. La soberanía alimentaria, la educación, la cultura y nuestra conexión con el mar están en juego. No podemos seguir arrastrando el estigma de políticas neoliberales mientras la merluza se convierte en un recuerdo. Hagamos que la última generación de pescadores de merluza austral no sea el fin, sino el comienzo de un movimiento para democratizar el acceso a los alimentos del mar.

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