Made in Chile 2050

Coescrita con Rodrigo del Río Joglar, Licenciado en Literatura y doctor en Lenguas y Literaturas Romances

Pocas veces nos enorgullecemos tanto como cuando vemos que un vino chileno ha sido reconocido en concursos internacionales. Sabemos hacer vino, nos sonreímos. Sentimos un orgullo similar cuando vemos que nuestras cerezas han dado la vuelta al mundo para dar la bienvenida al año nuevo lunar en Asia, fruto del trabajo de nuestra tierra. Sabemos producir fruta fresca, pensamos. Lo mismo sucede con nuestro cobre o el litio con el que se alimentan las baterías del mundo.

Pero este orgullo por lo hecho en Chile aún tiene mucho más potencial. Es cierto que a mediados del siglo XX se hicieron intentos por incentivar la industria nacional, los tiempos heroicos de la Corfo, cuando el lema "si es chileno es bueno" ocupaba las primeras planas de los diarios al anunciar tiendas como el "Almacén distribuidor de la industria chilena". Sin embargo, esa época fue un sueño que dependía del fantasma del mercado interno, como si el consumo de los chilenos bastara para sostener al país.

Hoy, el cambio en el orden económico internacional nos plantea este desafío una vez más. Los conflictos geopolíticos y las políticas proteccionistas ponen en riesgo las cadenas de suministro globales. El aumento de aranceles y barreras comerciales dificulta aún más la circulación comercial. Se encarecen las importaciones, aumentan los costes de transporte y el tipo de cambio no nos favorece, con el peligro añadido de la devaluación de nuestra moneda.

El mundo se va cerrando, pero se abre una oportunidad para lo "Made in Chile". Hoy podemos pensar en fomentar nuestra industria nacional, tanto para garantizar nuestro consumo interno como para contribuir a la resiliencia de las cadenas de suministro. Ahora, la economía global no solo valorará las ventajas comparativas de los productos y servicios, sino también la capacidad de respuesta y adaptación de los países para garantizar el suministro en un mundo geopolitizado. Para ello, una política industrial moderna debería contemplar aumentar nuestra autonomía económica reduciendo la dependencia de insumos y productos extranjeros securitizados, impulsar la industria local para crear más oportunidades laborales en las comunidades y conseguir que la producción local sea más sostenible en términos de transporte y reducción de la huella de carbono. Es necesario rediseñar nuestra política industrial a largo plazo. Esta es precisamente la lección que nos dejan casos como el de Corea del Sur, donde el sistema financiero y productivo completo se puso en marcha para impulsar el crecimiento industrial pensando en un proyecto a más de cuatro décadas.

Así podremos volver a impulsar el desarrollo de nuestra economía. Un primer paso puede ser fortalecer las industrias estatales de sectores estratégicos como Asmar, Enaer y Enami. Asmar puede pasar de ser el astillero de Chile a ser el de Sudamérica, fortaleciendo su oferta de embarcaciones para la pesca industrial y buques multipropósito. En la misma línea, Enaer puede seguir modernizando el diseño multipropósito de nuestro avión Pillán y producir partes de drones mediante cooperación internacional. Por su parte, Enami podría incorporar una nueva fase de operación en el ciclo minero destinada a proporcionar insumos no solo para el mercado internacional, sino también para la nueva industria nacional. Además, necesitamos crear un programa de inversión privada en sectores clave que tenga en cuenta áreas como la seguridad alimentaria, la seguridad energética y la infraestructura crítica para que, en 2050, Chile sea un país desarrollado.

Finalmente, Chile puede aprovechar lo que Yue Yuen Ang, politóloga singapurense, ha denominado "innovación indígena", es decir, el uso de tecnologías tradicionales para impulsar procesos de innovación locales, regionales o globales. Los atrapanieblas del norte, que proveen de agua a los habitantes del desierto más seco del mundo desde la camanchaca, son un ejemplo de tecnología desarrollada localmente que ya tiene efectos en otras regiones secas del mundo. La entrada en una nueva fase del orden internacional nos permite volver a mirar nuestra tierra natal con menos angustia y reflexionar sobre las oportunidades y desafíos que trae este momento histórico. El fortalecimiento de la industria chilena es posible. Y así como nuestros vinos y nuestra cereza circulan orgullosamente por el mundo, podremos sentirnos orgullosos cuando nuestros atrapanieblas calmen la sed de pueblos sin agua y veamos brillar una batería chilena en algún estante de Vietnam, Catar o Nueva Zelanda.

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