El futuro de la Compañía Siderúrgica Huachipato S.A. (CSH), de propiedad del holding multinacional chileno CAP S.A., pone una vez más a Chile en una encrucijada ya de larga data. La crisis por la que atraviesa Huachipato tiene una enorme repercusión no solo para la Región del Biobío, donde está emplazada la planta de acero, sino también a nivel nacional, pues coloca sobre la mesa una disyuntiva de profunda connotación: si continuar o no escogiendo nuestras vocaciones productivas en función de las ventajas competitivas.
Las ventajas competitivas, efectivamente, han sido parte de la renovación paulatina de la matriz productiva en el país, las cifras dan cuenta de ello, pero hay otros factores a ponderar de carácter estratégico, sobre todo en un planeta globalizado, donde no solo el exponencial crecimiento de las exportaciones de grandes países productores puede ser una amenaza al desarrollo industrial de cada país: también lo son las turbulencias de sostenibilidad que está provocando el cambio climático y la irrupción de tecnologías cada vez más sofisticadas y masivas que están poniendo a prueba la resiliencia de las economías del mundo.
En la "cuestión China", es evidente que, en tamaño, el gigante asiático tiene una portentosa musculatura que lo hace muy competitivo no solo frente a Chile, sino ante todo el planeta, con un mercado interno que lo sitúa en el segundo país más poblado del mundo (más de 1.412 miles de millones de habitantes). Pero, sin duda, lo más estratégico para su crecimiento han sido las decisiones que ha tomado para su devenir económico. En medio de la vorágine de las políticas del libre mercado que se adoptaban en el mundo (década de los '70 y '80, en particular), consideró clave para su desarrollo industrial, por ejemplo, la construcción de buques de carga y para ello estableció potentes programas y subsidios que favorecieron su auge, de la mano con la creación de tecnologías que han permitido la expansión de empresas chinas en la red global de puertos. Y su expansión en vastos sectores productivos suma y sigue.
Los dueños de la Siderúrgica Huachipato -del Grupo CAP, que lleva más de 70 años operando, primero como empresa estatal, transformándose en la principal industria de acero de Chile- culpan de su crisis (que la tiene ad portas de su cierre, perdiéndose así más de 22.000 empleos) al dumping chino que está copando a Latinoamérica con acero más barato. Exigen, para evitar el cierre, mayores sobretasas arancelarias a las barras y bolas de acero chinas.
Pero, ¿será como dice aquel refrán "el cojo siempre culpa al empedrado"? ¿Esta solución proteccionista ayuda a la industrialización de nuestra economía? En la respuesta está el futuro de las vocaciones productivas de Chile: ¿Qué haremos, por ejemplo, con el litio?
Chile tiene historial y potencial metalúrgico que ha generado escala, innovación en las comunidades, en los territorios donde se han forjado polos industriales. Se trata de capacidades que fueron adquiridas en un periodo de la historia del país de sustitución de importaciones, la que buscaba proteger la industria nacional, precisamente, para efectos de crear capacidades estratégicas de desarrollo. Y Chile tiene una industria que requiere provisión de metales como el hierro. Ahí está el ejemplo del acero chileno: la propia CAP fundada en 1946, importante productor mundial de hierro; Inchalam (1947) con la fabricación de clavos; Molymet (1975, pero sus primeros pasos comenzaron en 1936), dedicada a la fabricación de productos de molibdeno y renio para la industria metalúrgica, química y metálica. También está la compañía Astilleros y Maestranzas de la Armada (Asmar, fundada en 1895) que ha ido creando capacidades no solo en reparación de buques mercantes, pesqueros y de la Armada, también en construcción naval de altísimo nivel tal como lo es el buque rompehielos Almirante Viel, el más grande de Chile y Sudamérica; una embarcación científica que aportará al desarrollo de la investigación, logística, rescate y vigilancia de las aguas del continente antártico.
Y la pregunta entonces: ¿Tenemos que mantener y potenciar como país estas capacidades estratégicas, aunque no tengan ventajas competitivas derivadas de nuestra estrategia de libre comercio? Evidentemente sí, pero ¿cómo generamos ventajas a partir de una producción sustentable concatenada con otras industrias?
La respuesta no está en las políticas arancelarias de protección de la industria nacional. Otras soluciones se han dado en otros continentes, donde el Estado y el sector privado han generado subsidios y préstamos para la modernización de sus empresas. Por citar un caso, la pandemia Covid-19 gatilló un debate mundial en torno a varias temáticas, entre esas la carrera contra el tiempo para fabricar insumos médicos y desarrollo de I+D, desnudando las debilidades y ventajas competitivas que poseen los países desarrollados. En este contexto, la Unión Europea (UE) creó el fondo "Next Generation EU" como "un instrumento clave para ayudar a las economías de la UE a resurgir más fuertes y resilientes de la crisis del coronavirus".
Instrumentos como Next Generation de la UE plantean la necesidad de producir sustentablemente, incorporando más tecnología e I+D para que las industrias locales sean más competitivas en el mundo, pero con una mirada de desarrollo estratégico.
La crisis de Huachipato pone una vez más el dedo en la herida, siguiendo la tónica de discutir los temas país de manera reactiva y sin perspectiva multidimensional. Este panorama nos recuerda la crisis del carbón que no era competitivo en la década de los '90; con el acero, igual antecedente, aunque en este caso, con la incorporación del consorcio japonés Mitsubishi a la propiedad de CAP S.A. se pudo haber dado un giro de timón a tiempo. A esto podemos sumar los cierres de fundiciones de cobre estatales (Paipote y Ventanas). Señales con costos de insospechadas consecuencias. China ya está exportando robots y autos eléctricos y Chile sigue concentrado en ciertos sectores productivos, aun polemizando sobre las cuotas de extracción, descuidando la generación de I+D.
De ahí la importancia de diagnosticar y trabajar con las industrias, codo a codo, y generar herramientas, instrumentos y políticas públicas mucho más osadas, con la participación de todos los actores de la economía, política y mundo académico/ profesional, en el marco de una estrategia nacional de desarrollo, que nos permita desarrollar vocaciones productivas estratégicas como país. Eso es ayudaría a mejorar nuestra posición competitiva en el mundo.
Y en este desafío, las universidades tienen un rol clave e integral, porque no solo forman a las y los futuros profesionales que aportarán al desarrollo de los países: también son centros de investigación, innovación I+D y de transferencia de conocimientos y tecnologías en áreas estratégicas, impulsando la competitividad y crecimiento económico de las naciones. En este contexto, se valora el aporte al debate y propuestas de las universidades del Consejo de Rectores presentes en la Región del Biobío.
Acá tenemos que ser más valientes para establecer una política industrial de carácter estratégica, que esté concatenada con la industria y con los centros de generación de I+D, que, efectivamente, busque conseguir ventajas competitivas, pero al mismo tiempo cuidar las capacidades estratégicas que requerimos como país. Porque el problema no es China: es Chile con su incapacidad de sostener una estrategia proactiva en el largo plazo.
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